1966: distanciamiento con el gobierno

El rectorado de Ignacio Chávez, periodo de avances académicos

Ignacio Chávez, rector 33 de la UNAM

La estatua de Miguel Alemán se instaló junto al edificio de la Rectoría, en pleno corazón de Ciudad Universitaria, en 1952. Tenía una altura de 7.50 metros y costó 409 mil pesos de la época. Fue obra del escultor Ignacio Asúnsolo. Tuvo tres atentados, los primeros, en 1960 y 1965. En junio de 1966 cuatro detonaciones la destruyeron.
La estatua de Miguel Alemán se instaló junto al edificio de la Rectoría, en pleno corazón de Ciudad Universitaria, en 1952. Tenía una altura de 7.50 metros y costó 409 mil pesos de la época. Fue obra del escultor Ignacio Asúnsolo.
Tuvo tres atentados, los primeros, en 1960 y 1965. En junio de 1966 cuatro detonaciones la destruyeron.

Tres eran los candidatos para ocupar el cargo que en febrero de 1961 debía dejar el rector Nabor Carrillo: Efrén del Pozo, secretario general de la UNAM; Agustín García López, ex secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, e Ignacio Chávez, director del Instituto Nacional de Cardiología. Tres sesiones realizó la Junta de Gobierno para decidir quién sería el nuevo rector.

El día 19, la Junta eligió al doctor Chávez, el rector número 33 de la UNAM. Hubo protestas de estudiantes y profesores.

Uno de los miembros de la Junta, Mariano Vázquez, molesto por haber participado en una elección que él calificó de fraudulenta, hizo público su desacuerdo.

Los argumentos con los que Vázquez repudió la elección, y que hizo acompañar en su renuncia ante la Junta de Gobierno fueron: 1) no se exploró ni se prestó atención a los escritos enviados por universitarios; 2) Gabino Fraga, cesado en sus funciones días antes de la elección votó, y 3) otro miembro de la Junta votó no por su convicción explícita, sino por la mayoría; además coincide Vázquez con el grupo estudiantil al indicar que «un grupo amafiado se ha adueñado de la mayoría de los puestos en la Junta de Gobierno».

Antes de que Vázquez se manifestara en tal sentido, hizo lo propio la organización estudiantil Gabino Barreda, quien acusó a Chávez de haber preparado una «habilísima maniobra» desde tiempo atrás, colocando a simpatizantes suyos en los lugares que en la Junta iban quedando disponibles. El grupo de los chavistas incondicionales lo integraban, según la citada organización, Gabino Fraga, Antonio Martínez Báez, secretario de la Universidad Nicolaita cuando Chávez fue su rector, Gustavo Baz, Salvador Zubirán, Salvador González Herrejón y Trinidad García, consuegro del famoso cardiólogo.

Una tercera versión apareció en una columna de Excélsior titulada Desayuno, con la firma de Julio Manuel Ramírez y cuyos autores eran Julio Scherer García, Manuel Becerra Acosta y Alberto Ramírez de Aguilar. A continuación, algunos fragmentos:

“…es posible tener noticia de algo que siempre ocurre a puerta cerrada y en secreto. La escena es en el cuarto piso de la Torre de la Rectoría el jueves 19 de enero, con la presencia, además de la de los gobernadores, de Roberto Casas Alatriste, Luis Garrido, Alfonso Millán, Edmundo O’Gorman, Bruno Mascanzoni, Alfonso Noriega, Francisco Orozco y Jesús Silva Herzog:

“Acababan de tomar asiento esos 15 hombres cuando el doctor Gustavo Baz tomó la palabra. Lo que dijo marcó la norma de la elección. Esas palabras del vocero del presidente de la República establecen un precedente en la Universidad Nacional Autónoma… Muy altas autoridades comunicaban a los integrantes de la Junta de Gobierno el respeto inalterable que sentían por la autonomía universitaria. Y en forma elocuente, inconclusa, les participaba: ‘quien quiera que resulte elegido rector contará con el apoyo moral y económico del gobierno de la República’.

“¿Cómo reaccionaron los electores? Algunos se abstrajeron de todo lo que fuera auscultación, se desentendieron de los pros y contras de los supuestos aspirantes y fueron refractarios a la presión estudiantil (…) Desde entonces Ignacio Chávez contaba ya con un grupo mayoritario integrado así: Gustavo Baz, Salvador Zubirán, Salvador González Herrejón, Jesús Silva Herzog, Antonio Martínez Báez, Trinidad García, Gabino Fraga y Fernando Orozco. Eran ocho. Faltaban dos. (El artículo séptimo del Reglamento Interior de la Junta de Gobierno, aprobado el 13 de marzo de 1945, establece que la elección de rector será válida sólo con un mínimo de diez votos a favor). En los prolegómenos de la primera votación súpose que un voto más se sumaba a la balanza en favor de Chávez: el de Roberto Casas Alatriste. Sólo faltaba uno (…) Esa misma noche debía elegirse el rector. Se trataba de un imperativo insoslayable. Porque esa sería la única forma –se dijo– de terminar con la agitación y la inquietud que iban en ascenso (…)

“Se leyeron nuevos documentos. Otra vez muchos se dirigían en contra de Chávez (…) Millán atacó en muy serias andanadas al cardiólogo. Y Gustavo Baz se sumó a la defensa que dirigía González Herrejón. Y luego, sin más, hubo quienes pretendiesen en que se pasara de inmediato a la votación. Surgieron voces de oposición; era preciso discutir todavía con mayor prolijidad (…) O’Gorman se hizo oír. Y adelantó su voto resueltamente por Efrén del Pozo (…) Por fin, venció la mayoría y se tomó la primera votación que a petición de Mariano Vázquez y O’Gorman, fue secreta: Ignacio Chávez, nueve votos; Efrén del Pozo, tres votos; Agustín García López, uno; Agustín Yañez, uno y Raoul Fournier, uno.

“Una segunda votación no alteró nada. Los mismos votos. Y otra votación. Noriega solicita que la votación sea nominal. Silva Herzog llama la atención de que es válida si no hay dos miembros que exijan que sea secreta. Nadie se opone. Noriega votó entonces por el candidato de la mayoría.”

El rector Ignacio Chávez.
El rector Ignacio Chávez.

Protestas por la elección

La designación de Ignacio Chávez como rector motivó airadas protestas en círculos universitarios. Apenas siete horas después de que la Junta informó de los resultados de la sesión del día 19, un grupo de estudiantes se apoderó de la Torre de la Rectoría para exigir la destitución del cardiólogo y la realización de una auscultación. García López reconoció su derrota, pero negó, sin embargo, todo prestigio y ascendencia para el cargo al doctor Chávez, exhortando al estudiantado a no claudicar en la lucha para que «la Universidad cumpla cabalmente sus deberes respecto a sus hijos».

Por su parte, Gustavo Baz hizo una apología del nuevo rector, al tiempo que aseguró no haber recibido consigna alguna.

Martínez Báez explicó, durante una entrevista de prensa, que no se había incurrido en ilegalidad, y que en caso de que la ley fuere imperfecta «no correspondería de ningún modo a la Junta de Gobierno modificarla».

Esa misma noche, los jóvenes que se habían adueñado de la rectoría la desocuparon. Al día siguiente, sin tropiezos, el nuevo rector, los nuevos funcionarios y todo el personal que trabajaba en el edificio, ocuparon sus puestos. Se nombró secretario general a Roberto L. Mantilla Molina y secretario auxiliar a Diego G. López Rosado.

Durante el rectorado de Ignacio Chávez se mejoró la disciplina, se optimizaron los planes de estudios y programas. Se elevó el nivel académico. Se otorgaron becas a jóvenes profesores por uno o dos años para perfeccionar sus conocimientos en universidades extranjeras, con la obligación de impartir sus enseñanzas sobre su especialidad. Ante la creciente demanda se construyeron tres nuevos edificios de la Escuela Nacional Preparatoria.

También hubo obra legislativa: reformas al estatuto universitario del 23 de octubre de 1962; estatuto de los investigadores del 10 de abril de 1962; estatuto del personal docente del 9 y 10 de julio de 1963; estatuto del personal administrativo del 20 de diciembre de 1965 y otras.

Chávez se opuso en más de una ocasión a la intromisión de universidades de Estados Unidos, algunas veces con la intervención de la embajada del propio país. De suerte que el rector Chávez fue persona non grata en centros oficiales de la potencia imperial. Fue celoso defensor frente al gobierno federal de la autonomía universitaria en el orden administrativo y académico, lo cual tuvo graves consecuencias. La rectoría de Ignacio Chávez eliminó el pase automático a la Universidad e implantó los exámenes de admisión para el ingreso. Estableció, en 1964, la preparatoria de tres años, implementó evaluaciones para elevar la eficiencia de los maestros y aumentó los días laborales de 200 a 220.

Al concluir su mandato, el 13 de febrero de 1965, la Junta de Gobierno lo reeligió para un segundo periodo de cuatro años, el cual se truncó el 27 de abril de 1966 por una serie de acontecimientos atribuidos a la injerencia gubernamental.


La hostilidad de Díaz Ordaz

Durante sus mandatos, los presidentes Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos respetaron escrupulosamente la autonomía administrativa y académica de la Universidad, pero a partir de mediados de 1965, Francisco Galindo Ochoa, jefe de prensa de la Presidencia de la República, comenzó a entrometerse en ella.

César Sepúlveda, director de la Facultad de Derecho, estaba próximo a terminar su periodo de cuatro años. Los alumnos no lo querían y estaban dispuestos a oponerse a su reelección. Un grupo de estudiantes, encabezados por Leopoldo Sánchez Duarte, hijo del entonces gobernador de Sinaloa, Leopoldo Sánchez Celis, Enrique Rojas Bernal, Espiridión Payán Gallardo, Rodolfo Flores Urquiza, Dantón Guerrero Cisneros y Vicente Labrada –todos ellos discípulos irregulares– protestó por la posible reelección de Sepúlveda.

Se dirigieron a Chávez para pedirle que no lo incluyera en la terna. El rector no les ofreció nada en concreto. Y así comenzaron a desarrollarse sucesos que culminaron en actos lamentables.

El disgusto fue creciendo ante la posibilidad de que Sepúlveda continuara al frente de la Facultad de Derecho. Los líderes de los grupos políticos estudiantiles aprovecharon el descontento para agitar. La huelga en la Facultad de Derecho fue secundada total o parcialmente por otras facultades y escuelas del ala de Humanidades. La agitación creció día tras día, ya no sólo contra Sepúlveda sino también contra el rector. Todos estos sucesos se desenvolvieron en el curso de abril de 1966.

Carlos Abedrop, importante empresario, contó por aquellos días que un grupo de hombres de negocios fue a ver con algún motivo a Díaz Ordaz en el Palacio Nacional. Después de tratar su asunto uno de ellos le dijo: “Esto, de la agitación en la Universidad parece que no tiene importancia, ¿o es así, señor presidente? Está usted equivocado, respondió Díaz Ordaz, es algo muy serio y difícil. A ver si ese sabio doctor Chávez lo resuelve”. El tono desdeñoso en que aludió al rector impresionó a los presentes. Para Abedrop, los días del doctor Ignacio Chávez en la rectoría están contados.

El presidente no ocultaba sus opiniones hostiles a Chávez con sus secretarios de Estado y otras personas. Díaz Ordaz, en forma indirecta, intervino en el conflicto en favor de los estudiantes agitadores. Sus opiniones se divulgaron poco a poco por muchos de los que las escucharon y así llegó al conocimiento de los muchachos, quienes al sentirse apoyados por el gobierno se tornaron cada vez más exigentes y agresivos contra el rector hasta llegar a exigirle su renuncia. Lo de Sepúlveda había quedado en segundo plano.


26 de abril de 1966, una página negra

En los primeros meses de 1966, el conflicto de carácter académicoadministrativo en la Facultad de Derecho fue la chispa que encendió el fuego. El rector no podía claudicar en principios fundamentales y se enfrentó a la resolución del problema empleando medios exclusivamente universitarios. Una vez que la problemática, como fue público y notorio, llevó a los agresores a actuar más allá del ámbito de la Universidad, solicitó al gobierno, tal cual correspondía, cuidara la vigilancia del orden legal en las manifestaciones que se daban hacia el exterior de la casa de estudios. Su voz no fue escuchada, y ahí se afianzó un equívoco que sería lesivo para la Universidad y para México.

Al recibir al rector, el presidente Díaz Ordaz, le dijo a manera de saludo:

–Qué tal doctor Chávez, ¿Cómo va su dolor de cabeza?

La respuesta fue directa:

–Señor presidente, mi dolor de cabeza es susceptible de ser aliviado con una aspirina, pero la jaqueca que el gobierno habrá de tener no podrá remediarse de manera sencilla.

El 26 de abril de 1966, la situación se había tornado muy grave y los insurrectos habían anunciado que ese día tomarían la Rectoría. El rector citó a los directores de escuelas, facultades e institutos a discutir las circunstancias del conflicto. A las 12 horas se inició la reunión y ya había indicios de movilización de contingentes hacia el escenario. Autobuses urbanos secuestrados fueron apostados alrededor del edificio. El rector resumió los hechos ocurridos desde el principio del problema e informó sobre las acciones tomadas para buscar su resolución. El ruido causado por los que ya habían penetrado iba en aumento: vidrios rotos, murmullos de voces cada vez más cercanos que se interrumpían con algunos gritos estentóreos.

Por la puerta que está al costado izquierdo del presídium de la Sala del Consejo Universitario, donde se celebraba la reunión, apareció doña Celia, la esposa del rector. Su presencia sorprendió a todos y el silencio sólo se cortó con las palabras de la señora, quien se limitó a decir «Buenos días, señores» y se sentó en la parte posterior del recinto. La discusión prosiguió con intervenciones de algunos directores. Minutos más tarde, por la misma puerta, con el rostro descompuesto, la corbata de lado, el saco casi desprendido y los anteojos a punto de caer, surgió la figura de Manuel Martínez Báez, responsable del Programa de Formación de Profesores. Expresó: «Señores, yo no tengo derecho a estar aquí pues no fui convocado a la reunión. Sin embargo, ruego a ustedes que me permitan estar en la sala, pues deseo compartir la suerte de mi amigo el doctor Chávez».

Fue posible hacer salir a la señora Chávez. Al filo de las 13:30 horas irrumpieron en la sala los vociferantes, quienes hasta entonces, habían esperado con la pretensión que las autoridades universitarias discutieran la renuncia del rector. Esto ni siquiera fue mencionado en las deliberaciones. En ese momento se iniciaron largas horas que tuvieron intensos momentos, con amenazas continuas a la integridad física del rector y demás funcionarios ahí presentes, insultos soeces, vejaciones. Aun a la distancia de los años transcurridos causa indignación recordar lo que ahí sucedió. Ese episodio fue una página negra en la historia de la Universidad.

Hacia las 7 de la noche se pudo convencer al rector de la imperiosa necesidad de salir de ahí, pues la energía eléctrica había sido interrumpida y caía la noche. El salvoconducto era la renuncia del rector que no podría ser considerada por la Junta de Gobierno al haber sido arrancada por la fuerza.

Los insultos menudearon y los ocupantes definieron: o Chávez renunciaba “o aquí nos morimos todos”. Pese al chantaje, Chávez se negaba a firmar la exigida renuncia. Sin embargo, luego de seis horas de secuestro, vejaciones e insultos, los líderes amenazaron con enchapopotarlo, emplumarlo y así pasearlo por las calles. Chávez firmó una renuncia y acompañado de sus incondicionales, descendió por las escaleras hasta el túnel y de ahí al exterior. Junto con el renunciaron 32 colaboradores.

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