50 años de la final del Mundial México 70: Brasil contra Italia
Se jugó el domingo 21 de junio de 1970 en el estadio más bello del mundo: el Azteca. Ese día, la copa Jules Rimet tuvo dueño.
El IX Campeonato Mundial de Futbol estaba a punto de concluir. Brasil, que había derrotado a Uruguay tres a uno en la otra semifinal –celebrada en el Estadio Jalisco de Guadalajara el mismo día del “Partido del Siglo”–, se enfrentaría a Italia en la gran final.
Cabe decir que, como ambas selecciones habían ganado dos torneos mundiales cada una (Italia en 1934 y 1938; Brasil en 1958 y 1962), la que venciera esta vez se quedaría definitivamente con la copa Jules Rimet.
El domingo 21 de junio, a las 11:45 de la mañana, las dos escuadras saltaron a la cancha del estadio más bello del mundo –el Azteca–, repleto, de nuevo, con poco más de 107 mil espectadores.
Brasil, dirigida por Mario Lobo Zagallo, presentó la siguiente alineación: en la portería, Félix; en la defensa, Carlos Alberto (capitán), Brito, Piazza y Everaldo; en el medio campo, Clodoaldo, Gerson y Rivelino; y en la delantera, Jairzinho, Pelé y Tostao.
Italia jugaría así: en la portería, Enrico Albertosi; en la defensa, Tarcisio Burgnich, Giacinto Facchetti (capitán), Pierluigi Cera y Roberto Rosato; en el medio campo, Mario Bertini, Sandro Mazzola, Giancarlo De Sisti y Angelo Domenghini; y en la delantera, Roberto Boninsegna y Gigi Riva.
Al término de la ceremonia protocolaria, en la que se interpretaron los himnos de ambos países, el árbitro alemán Rudi Glöckner, asistido en las bandas por el suizo Rudolf Scheurer y el argentino Ángel Coerezza, dio, a las 12 horas, el silbatazo inicial e Italia puso en movimiento el balón.
Obviamente, la afición mexicana apoyaba de cabo a rabo a Brasil, que, a diferencia de Italia, había ganado todos sus partidos (contra Checoslovaquia, Inglaterra, Rumania, Perú y Uruguay), por lo cual era el equipo favorito para llevarse la victoria.
No obstante, cuando el cronómetro sólo había recorrido un minuto con 40 segundos, Riva recibió un pase de Mazzola y, a unos 25 metros del arco brasileño, sacó un poderosísimo tiro con la zurda que Félix apenas pudo desviar por encima del travesaño.
En el minuto 15, Mazzola cobró una falta a escasos metros del área de Brasil. El balón viajó en dirección de Riva, quien lo cabeceó con fuerza, pero nuevamente salió por encima del travesaño. “¡Cuidado: Italia no es un flan!”, debió de pensar más de uno…
Con todo, las cosas tomaron el curso esperado en el minuto 18: por la banda izquierda, Tostao sacó un centro hacia el área italiana, pero Facchetti lo rechazó con la cabeza. La pelota abandonó la cancha. El mismo Tostao se encargó de hacer el saque de banda.
El esférico dio un bote en el pasto antes de que Rivelino lo prendiera de volea y comenzara a trazar una parábola sobre el área de los azzurri. Pelé, entonces, se elevó en el aire y, superando a Burgnich en un instante que se ha vuelto icónico, martilló con la frente el balón, que se incrustó en la cabaña de Albertosi junto al poste derecho. ¡Goool! Uno a cero a favor de Brasil.
La selección verdeamarela se sintió cómoda y empezó a tocar el esférico con soltura. En el minuto 37, esta soltura derivó en exceso de confianza… En terreno brasileño, Piazza le pasó la pelota a Brito, quien la cabeceó en dirección de Clodoaldo. Éste quiso adornarse y pretendió dársela de taquito a Everaldo, pero Boninsegna se la robó, dribló a Piazza y enfiló rumbo a la portería de Félix.
Por un instante pareció que Félix y Brito podrían desarmar al delantero italiano; sin embargo, éste logró esquivarlos también y, con la cabaña completamente desguarnecida, pateó la pelota, que de manera rasante se anidó en la red. Uno a uno.
Así, empatados, los dos equipos se fueron al descanso.
En los vestidores, algo no muy amable les tuvo que haber dicho Zagallo a sus muchachos, porque éstos salieron con otra actitud a encarar el segundo tiempo.
La aplicación y el esfuerzo rindió frutos en el minuto 66: Jairzinho trató de desbordar a Facchetti afuera del área italiana, pero éste le desvió el balón, que le cayó a Gerson. El mediocampista carioca dribló a Cera y lanzó un soberbio zapatazo con la zurda que se incrustó por la derecha en el arco de Albertosi. Dos a uno a favor de Brasil.
En el minuto 71, como con la mano, Gerson envió al área azzurra un larguísimo centro que Pelé cabeceó levemente hacia donde Jairzinho entraba. Éste recibió la pelota en un muslo y, rozándola, la empujó con el pie derecho en la portería ante la impotencia y la desesperación de Facchetti y Albertosi. Tres a uno a favor de Brasil.
En el minuto 75, Antonio Juliano sustituyó a Bertini.
Si bien los italianos intentaron ir al frente y crear alguna situación de peligro para los cariocas, a esas alturas del partido nadie dudaba de que Brasil sería el próximo campeón del mundo.
En el minuto 84, con la esperanza de que hiciera un milagro, Ferrucio Valcareggi metió en el campo de juego a Gianni Rivera en lugar de Boninsegna.
Dos minutos después, Tostao le quitó el balón a Domenghini en terreno brasileño y lo retrasó a Piazza, quien se lo dio a Clodoaldo, quien se lo dio a Pelé, quien se lo dio a Gerson, quien se lo devolvió a Clodoaldo, quien burló, uno a uno, a cuatro italianos que le salieron al paso y se lo dio a Rivelino, quien le mandó un largo pase a Jairzinho, quien, luego de controlar la pelota por la banda izquierda, corrió hacia el centro y, ante la presión de Facchetti y Cera, se la dio a Pelé, quien la retuvo un segundo y a continuación se la sirvió en bandeja de oro a Carlos Alberto, quien por la banda derecha la colocó con un tiro cruzado dentro de la cabaña de Albertosi. ¡Golazo! Cuatro a uno a favor de Brasil.
El público presente en el Estadio Azteca –y también el que estaba frente a un televisor en los cinco continentes– no cabía en sí de admiración. Aquello que acababa de ver no había sido una jugada de futbol, sino un acto de magia…
Justo cuando se cumplieron los 90 minutos de juego, Glöckner comprendió que no tenía sentido otorgar ni un segundo de compensación y silbó el final del partido. ¡Brasil era tricampeón del mundo!
La copa Jules Rimet ya tenía dueño.
El mejor mundial de la historia del futbol había concluido.