Ante el paso del tiempo, el Laboratorio de Restauración salvaguarda el conocimiento

Este espacio atiende las necesidades del Sistema Bibliotecario de la UNAM

Fotos: Francisco Parra.
Con el dictado del tiempo sobre el papel, el restaurador Ricardo Paquini Vega desafía lo cronológico, con escrupulosa labor busca no sólo preservar el patrimonio, sino también asegurar el conocimiento para el presente; además, rehabilita sus soportes y artilugios junto a un equipo de profesionales.

Así, preservar, conservar y restaurar son las acciones que lleva a cabo la UNAM con el fin de mantener en óptimas condiciones el patrimonio bibliográfico y salvaguardar el conocimiento ante el paso del tiempo. Para ello cuenta con el Laboratorio de Restauración Juan y Emilia Almela de la Biblioteca Central, encabezado por dicho especialista.

“Nosotros atendemos las 140 bibliotecas de la UNAM; es decir, asesoramos a aquellas entidades que nos solicitan en las acciones referidas, por ejemplo, una colección de documentos antiguos que requiere ser restaurada. Evidentemente esto no puede efectuarse por manos inexpertas, necesita la intervención de un laboratorio, y nosotros lo hacemos de manera integral, si así se quiere ver”, compartió.

Entrevistado en el basamento de la Biblioteca Central, tras la impartición del Séptimo Maratón de Restauración, y donde los asistentes acudieron con alguno de los libros más preciados de su colección para saber cómo se puede intervenir hacia su conservación, limpieza y reforzamiento, Paquini Vega dejó en claro que todos los documentos son importantes.

Más allá de la restauración, que de por sí es muy costosa y es un proceso elaborado, subrayó, “me inclinaría hacia la conservación y a la preservación; es decir, conservar antes de restaurar o preservar para no restaurar”.

Medidas básicas

Paquini Vega aseguró que conservar el patrimonio documental es preservar el conocimiento, por lo que se requieren tener medidas con este objetivo en cualquier biblioteca institucional o personal.

“Por ejemplo no comer y mucho menos beber algo mientras consultas un ejemplar; es decir, que no haya cerca alguna fuente de humedad o agua. Saber que en una biblioteca no puedes tener plantas de ningún tipo, ni naturales ni artificiales”, indicó.

Todas estas situaciones, aclaró, tienen que ver con una conservación preventiva, incluso saber cómo estarán colocados en la estantería: por ejemplo, para tomar un libro, tanto el de la derecha e izquierda van hacia atrás, y el ejemplar elegido se sujeta por el centro, se lleva a la mesa en lugar de agarrarlo por la parte de arriba, que es lo que la mayoría de la gente hace y termina rompiéndolo.

“Éstas son simples medidas de conservación que con seguirlas básicamente aportaríamos para, a la postre, no tener que restaurar, ya que es un proceso muy costoso”, agregó.

Lo digital ayuda

Sobre el papel de lo digital y la inteligencia artificial en su oficio con la celulosa, Ricardo Paquini expuso que va de la mano de las directrices internacionales, es decir contribuye a una conservación preventiva, y parte de ésta “puede ejemplificarse con un libro como el más antiguo con el que contamos aquí en la Biblioteca Central: Las siete partidas de Alfonso el Sabio, del siglo XV, que es un incunable, un ejemplar que se fraguó en las imprentas de Gutenberg… Es un objeto muy valioso y de ningún modo podríamos tenerlo en acceso abierto. ¡Ah!, pero valiéndonos de herramientas como la digitalización podemos preservar y entonces divulgar este documento hacia todo el mundo”.

Cualquiera puede ver de manera digital este libro, “incluso repasarlo, depende de tu visualizador, dar vueltas a la página las veces que necesites, y todo es gracias a esta conjunción que hubo entre la conservación, la restauración y la actualidad informativa, que no están peleadas, al contrario, se complementan y lo hacen muy bien”, finalizó.

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