Beethoven compone su Concierto para violín en re mayor, opus 61
A pesar de su gran belleza, esta obra cayó en el olvido durante casi 40 años después de su estreno, hasta que la rescató el violinista húngaro Joseph Joachim.
En la cúspide de la lista de los más bellos conciertos para violín de toda la historia de la música (número 1 en re mayor, BWV 1042, de J. S. Bach, número 5 en la mayor, K. 219, de Mozart, en mi menor, opus 64, de Mendelssohn, en re mayor, opus 77, de Brahms, número 1 en sol menor, opus 26, de Bruch, en re mayor, opus 35, de Tchaikovsky…), refulge, como un diamante, el de Beethoven.
Compuesto para el virtuoso violinista austriaco Franz Clement (Concerto par Clemenza pour Clement–Concierto por Clemencia para Clement–, escribió el compositor en el manuscrito) durante un periodo extraordinariamente fértil que también vio nacer la Sonata para piano número 22 en fa mayor, opus 54, el Triple concierto para piano, violín y violonchelo en do mayor, opus 56, el Concierto para piano número 4 en sol mayor, opus 58, y los tres Cuartetos Razumovsky, opus 59, entre otras obras, Beethoven lo terminó apenas dos días antes de su estreno, el cual tuvo lugar el martes 23 de diciembre de 1806 en el Theater an der Wien.
Por esta razón, Clement tuvo que tocar con la partitura original –llena de tachaduras y correcciones– a la vista (asimismo, se cuenta que, en un gesto inaudito, luego del primer movimiento, Clement no interpretó el siguiente, sino una obra propia, con un violín de una sola cuerda puesto bocabajo…).
Aunque el Concierto para violín en re mayor, opus 61, de Beethoven fue recibido con muchos aplausos por parte del público, los críticos no lo trataron nada bien. El del Wiener Zeitung escribió: “El juicio de los conocedores sobre el concierto de Beethoven es unánime; admiten que contiene algunos bellos pasajes, pero reconocen que frecuentemente carece de coherencia y que sus interminables repeticiones de pasajes banales llegan a cansar.”
Esto sin duda influyó para que cayera en el olvido durante casi 40 años después de su estreno. Por fortuna, el húngaro Joseph Joachim, uno de los mejores violinistas de todos los tiempos, lo rescató en 1844 en una velada musical dirigida por Mendelssohn y lo reintegró, con todos los honores, al repertorio violinístico mundial (por cierto, a lo largo de varias décadas, Joachim fue su intérprete ideal y sus cadencias para esta obra se consideraron poco menos que obligatorias).
En su libro Pensemos en Beethoven (Ediciones Monte Carmelo/CONACULTA, 2015) el escritor y melómano mexicano Eusebio Ruvalcaba escribió a propósito de este concierto: “[…] Nos sentamos a escucharlo y la belleza se desparrama. Como si un volcán hiciera erupción delante de nosotros. Las notas introductorias llaman a formar fila para recibir la hostia. Y es verdad flagrante, cada vez que los fieles aguardan que el sacerdote les dé la sagrada comunión, recuerdan en mucho a los individuos cuando están dispuestos a escuchar este concierto, que ha sido calificado como el más bello escrito hasta ahora. […]”
Posteriormente, Beethoven escribió una versión para piano de esta misma obra que nunca llegó a ejecutarse mientras vivió.
Innumerables son las grabaciones que se han hecho del concierto para violín de Beethoven; sin embargo, una sobresale entre todas: la del ucraniano David Oistrakh con la Orquesta de la Radio Nacional Francesa bajo la dirección de André Cluytens.