Bob Dylan vuelve a sorprender a su público

En las sorprendentes rimas y en el guitarreo acompasado del nuevo álbum, Rough and Rowdy Ways, siguen presentes los temas que lo convirtieron en un clásico.

En junio pasado, apareció Rough and Rowdy Ways, el más reciente álbum de Bob Dylan. Las reacciones entre músicos y literatos (el rockstar fue galardonado con el premio Nobel de Literatura 2016 por “haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”) no paran desde entonces.

Una de ellas destaca entre la diversidad de opiniones vertidas por comentaristas de medios especializados y no tanto: tomar el pulso a la música dylanesca y evaluar la vigencia de su carrera después de ocho años de silencio.

Dylan, nacido Robert Allen Zimmerman en 1941, tomó el pseudónimo en honor al poeta inglés Dylan thomas, ahora se acerca a las ocho décadas de una vida plena y fructífera como lo demuestra la factura de su álbum número 39.

Rough and Rowdy Ways (en una traducción libérrima: Mis maneras rudas y ruidosas) parece un balance o un recuento de los temas que hicieron de Dylan el vocero y cantor de los movimientos políticos, sociales, musicales y poéticos estadounidenses.

El álbum se integra por diez rolas: I contain multitudes, False prophet, My own version of you, I’ve made up my mind to give myself to you, Black rider, Goodbye Jimmy Reed, Mother of muses, Crossing the rubicon, Key west (philosopher pirate), y Murder must foul, cuyas letras refieren a personajes y asuntos cruciales de los años 60 del siglo pasado, así como la visión del mundo, de la amistad y del amor; es decir, la visión de su tiempo del artista.

En las sorprendentes rimas y en el guitarreo acompasado siguen presentes Martin Luther King, Gregory Corso, Jack Kerouac, “Mister Freud” y “Mister Marx”, así como los amigos dilectos: Allen Ginsberg, Leon Russell, Mary Lou. No es fácil identificar a la genial Joan Baez, pero debe estar en algún lugar del espacio musical. A John Kennedy está dedicada Murder must foul (El asesinato más asqueroso), una elegía críptica y surreal.

En cuanto a los temas, no han desaparecido los ecos del movimiento por los derechos de la población negra estadounidense (crítica al racismo) o las protestas por las políticas belicistas de Estado, porque esas lacras aún siguen presentes en aquella sociedad.

El álbum es peculiar por las rolas largas. Su tiempo varía entre seis y 17 minutos, evidencia de que el autor, eterno rebelde, no se ajustó a los requerimientos comerciales de la industria disquera.

Otro aspecto formal destacable, es el dominio magistral del verso. Si en las consideraciones de la Academia Sueca de 2016 tuvieron peso específico algunas canciones –verdaderos poemas– como Like a Rolling Stone (Como una piedra que rueda) de 1965, en este álbum sobresalen las sorprendentes rimas de I’ve made up my mind to give myself to you (He decidido entregarme a ti).

La musicalidad de los versos vuelve a estar presente, aun con la melopea, como cuando incluía la rima interna en la famosa canción de 1966 Just like a woman (también atribuida a Tom Petty and The Heartbreakers): “She takes just like a woman, yes, she does / She makes love just like a woman, yes, she does / And she aches just like a woman / But she breaks just like a little girl”.

Ahora Dylan rima stars con guitars; I am con Birmingham; shooting star con near of far; sings con things o dawn con gone, por citar ejemplos perceptibles en nuestra lengua.

Respecto del contenido, continúa con indudable certeza de las cosas humanas, cierta sabiduría juglaresca madurada con información y madurez.

¿Sus seguidores le reprocharán, como antes (véase No direction home de Martin Scorsese), haber abandonado la esencia de la canción folk o el espíritu contestatario de los años sesenta? Sería un verdadero desatino o, en todo caso, un exceso producido por la neonostalgia de principio de siglo.

Todo parece indicar que el Nobel Dylan suma su nueva producción musical y poética al estante de los clásicos, cosa que ya había hecho con anterioridad.

Llama la atención, por no dejar pasar la oportunidad, que la portada de Rough and Rowdy Ways remite a la vida de la población negra estadounidense: un antro, con su rock-ola iluminada, al lado de una pareja bailando, mientras alguien selecciona ¿un blues? Acaso la observación sea intrascendente, tal como sucedió con la portada de Highway 61 Revisited, de 1965, diseñado sólo con criterios estrictamente mercadotécnicos. Pero quede el señalamiento.

Sólo resta informar que el nuevo álbum completo se encuentra en las plataformas ampliamente conocidas, dispuesto para aquellos que conocen al maestro Dylan y para quienes deseen conocerlo, también.

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