Querida Sor Juana:
Leo una carta que te escribí con motivo de la entrega del Premio que lleva tu nombre, a 83 mujeres universitarias, quienes han sido reconocidas por sus aportaciones a la docencia y a la investigación; al arte, al conocimiento y a la ciencia; a la universidad y a la nación.
Muy cerca de iniciar la primavera, estamos aquí reunidas en tu nombre, ese que honra a cada una de quienes recibieron una medalla con tu rostro grabado y la mostrarán satisfechas a sus seres queridos.
El premio se ha entregado desde hace 20 años. Son ya centenas de mujeres quienes han sido galardonadas. En este 2023 fueron más de ochenta colegas nacidas entre los años cuarenta y los ochenta del siglo pasado, cuatro siglos después de que tú existieras, pensaras y escribieras para dejarnos pensamiento y palabra, palabra y verso en cartas y en décimas inteligentes y primorosas.
Dicen tus biógrafos que realizaste experimentos científicos, que sabías náhuatl y que fuiste mujer que supo latín. Fuiste reconocida en aquellos años, Juana de Asbaje, por los más sabios e ilustrados intelectuales y escritores de México y de otros países. Eres famosa por tus inteligentes décimas, pero algunas de tus cartas han hecho historia. Según algunos de tus más conspicuos estudiosos, la Carta Atenagórica, en la que discutes con el jesuita Antonio Vieira, rebasa con mucho la disonancia con las formas retóricas del sermón que es objeto de tu debate. Dicen que vas más allá, para reconocer que en la diferencia entre medios y fines, entre ser y parecer, es imposible defender, como tú lo haces, la virtuosa articulación de política y moral para la plena inclusión del indio en la polis.
Continuaste el debate cuando escribiste esa célebre pieza literaria del México colonial: tu famosa carta a Sor Filotea de la Cruz, respuesta al obispo de Puebla, agazapado en nombre de mujer. Esa réplica a la falsa monja, Juana, te ha valido para ser considerada una feminista temprana, tal vez la primera feminista de América. Cuentas allí que aprendiste a leer a los tres años, y también que después, “como de seis o siete”, y sabiendo ya leer y escribir, oíste decir “que había Universidad y Escuelas en que se estudiaban las ciencias en Méjico”. Y apenas lo oí, dices, “cuando empecé a matar a mi madre con instantes e importunos ruegos sobre que me enviase a Méjico para estudiar y cursar la Universidad. Ella no lo quiso hacer, e hizo muy bien, pero yo despiqué el deseo en leer muchos libros varios que tenía mi abuelo”. Entraste al convento, Juana, así lo narras, y luego proseguiste a la “estudiosa tarea de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin más maestro que los mismos libros”. Cuando se te privó de los libros, Juana, porque se pensó que el estudio no era cosa buena para una mujer dedicada a Dios, cuentas que estudiabas y aprendías de todas las cosas que mirabas. “Si veía una figura, estaba combinando la proporción de sus líneas y mediándola con el entendimiento y reduciéndola a otras diferentes”. Lo mismo te pasaba en la cocina, Juana, en donde descubriste el disímil comportamiento de la materia cuando es sometida a fuerzas externas, y te llevó a decir que si Aristóteles hubiera guisado mucho más hubiera escrito.
Si hoy vivieras seguramente serías una gran maestra, de esas que dejan huella indeleble, en nuestra Facultad de Filosofía y Letras, o en cualquiera otra. Pero tu huella está, y seguimos tu rastro y miramos tu estampa y nos maravillamos con tu pensamiento hecho palabras. Se te evoca y se estudian tus escritos en todo el mundo. En nuestra UNAM, Margo Glantz, profesora emérita, nos ha regalado una espléndida biografía de tu obra y de tu persona. Hay otras magníficas escritoras, en nuestra Universidad, a quienes también inspiras: Rosa Beltrán, Guadalupe Nettel, Socorro Venegas, y muchas más. Algunas otras nos han dejado y las reconocemos como parte de nuestra herencia intelectual. No las puedo nombrar a todas pero en el nombre de Rosario Castellanos evoco, Juana, a toda una generación de escritoras unamitas. Algunas otras colegas como Elsa Margarita Ramírez y Anel Pérez hacen una labor espléndida fomentando le lectura y transmitiendo lo gozoso que puede ser el acto de leer. Vaya si lo sabrás tú. Bien decías que tu amor por las letras se dio “desde que me rayó la primera luz de la razón”. A los tres años, Juana. No puedo dejar de mencionarte a una generación de escritoras jóvenes potentes, asombrosas, a quienes tampoco podría nombrar porque haría interminable esta conversación. Seguramente disfrutarías de leer sus obras.
Estás entre nosotras: en nuestros cubículos, salas de reuniones, salones de clases, auditorios, pasillos, jardines y recintos universitarios. También estás en los teatros, y seguro prefieres ese foro que lleva tu nombre. Estás en las canchas con las chicas futbolistas y en las salas de conciertos entre las actrices, las bailarinas, las músicas virtuosas y las cantantes con voces portentosas.
En los últimos años, Juana, las mujeres jóvenes han dado muestra de dignidad rebelde. Olas verdes inundan las calles que las conducen cual ríos violeta. De ese color se pintan, como jacarandas florecidas, inundando las calles en este día, 8 de marzo, y en cualquier otro cuando palabras necias nos acusan sin razón y actos infames nos inferiorizan, nos discriminan, nos violentan, nos dañan, nos matan. En las calles infinitas mujeres gritamos ya basta, ni una más, si tocan a una respondemos todas. En este día, o en otro cercano, nos confinamos, como tú lo hiciste, para hacer notar nuestra presencia por simple omisión.
Nos falta mucho por hacer, pero algo hemos ganado. Te gustaría mucho estar en este recinto. Mujeres funcionarias tenemos grandes retos en nuestras manos. Patricia Dávila en una Secretaría y otras tres como coordinadoras de Difusión, de Igualdad de Género, de Humanidades. Si supieras cuántas directoras tenemos de institutos y facultades antes sólo reservados para varones. Hace algunos años se fundó la Coordinación para la Igualdad de género y Tamara Martínez ha impulsado la creación de comités en cada una de las entidades de nuestra UNAM. Hay retos y tareas por delante, Juana, pero creo que tenemos saldo a favor y la convicción plena de que es un trabajo que merece la pena y al que debemos atender cada día, en cada espacio, en cada recinto.
Hoy estás en esta sala, Juana de Asbaje, multiplicada en cada una de quienes se llevan tu rostro en una medalla plena de simbolismos. Hablas por su voz, te asomas en sus miradas; apareces en la historia que cada una tiene para contar. Las palabras nos hermanan: todas narramos nuestras historias, nuestros hallazgos, descubrimientos y resultados científicos.
Hay aquí poetas, como tú, que escriben del tiempo, del agua y del amor y que hacen crítica literaria. Al igual que tú, muchas de ellas han hecho suyos a los clásicos de la antigüedad grecolatina y dominan las artes de la lógica, la retórica y la argumentación. Lengua y literatura hispánica, inglesa, medieval, moderna, español e inglés son cultivadas por algunas de las aquí presentes. También la poética de la resistencia. En aquel siglo XVII, a tu manera, también hiciste resistencia poética, Juana. Están las que trabajan archivos, hacen historiografía, estudios cinematográficos, sociología jurídica. Hay quienes saben de derecho constitucional y parlamentario, y discuten con autoridad y soltura sobre estos temas.
Pero además del conocimiento Juana, hay problemas que nos duelen y nos movilizan. Muchos de ellos tienen que ver con mujeres: con las que son víctimas de violencia de género en el campo y las ciudades; las campesinas que sortean el hambre; las que dejan su huella en los muros de las ciudades porque les han arrebatado todo; las que sostienen la economía familiar y sobre quienes recaen las tareas de cuidados.
Otras tramas que también te apasionaron están presentes hoy Juana. Las preguntas que te hiciste cuando observaste líneas paralelas, el movimiento de un trompo o la química de la cocina siguen siendo materia de investigación. Pero hoy, Juana, la investigación se hace con aparatos tan sofisticados que no podrías haberlos imaginado. Para alcanzar lo que es invisible a la mirada, sea por su minúsculo tamaño, como los virus y las bacterias y las nanopartículas, o porque está a años luz de nosotros como las estrellas y planetas, hemos inventado aparatos de enorme sofisticación que han superado con creces la hazaña de la llegada del hombre a la luna en el año 1969 del siglo pasado. Los misterios del electromagnetismo, la microbiología, la biología molecular, la bacteriología, la genética, la geomática, la evolución de estrellas masivas han podido ser develados y explicados gracias a la microscopía electrónica, al ultrasonido, a la resonancia magnética nuclear, a la cromatografía de gases y a los potentes telescopios que nos permiten observar el universo. Aunque en esto último, como bien sabes, tuvimos civilizaciones, como la maya o la azteca, cuyos conocimientos astronómicos nos siguen asombrando y que son, también, materia de estudio y de renovado asombro de algunas expertas investigadoras de nuestra UNAM.
Avances en la nutrición, la neurobiología, la enfermería clínica y quirúrgica y en las ciencias biomédicas han sido fruto del trabajo de algunas mujeres aquí presentes. También el conocimiento de la ecología reproductiva de las plantas, la genética y la farmacogenómica y una importantísima, querida Juana, la protección del ambiente a partir del conocimiento de algo que hoy llamamos cambio climático y que ni en tu peor pesadilla podrías haber imaginado. Muchas colegas responden buscando la sostenibilidad de la vida en el planeta de formas inteligentes y creativas. Por ejemplo, estudiando sistemas y culturas alimentarias y entre ellas la cultura del maíz que sigue siendo, Juana, tan importante como ha sido siempre en estas tierras.
Virtuosas colegas estudian derecho procesal, sistemas financieros, economía fiscal y monetaria y el análisis espacial de la acción política. También las hay versadas en cálculo y geometría analítica, diseño, dibujo y modelado y quienes trabajan con microprocesadores para la inclusión de niños con discapacidad, en proyectos para mejorar la autoestima y para la prevención de adicciones. Las hay que conocen las entrañas de la tierra y entienden sus arcadas de fuego y esas danzas oscilantes y trepidantes a las que tanto tememos. Otras, Juana, escudriñan en el ayer colectivo y en nuestro presente para ofrecernos análisis originales e interesantísimos sobre los mundos sociales habidos y por haber. Son un prodigio, Juana, nos regalan artículos científicos, reconstrucciones históricas, estudios sociales, ensayos, novelas, prosa, poesía. Amantes de los libros, como tú, saben de su hechura y hoy, Juana, los hacen sin papel, disponibles en unas cajas luminosas que nunca podrán imitar el olor del papel y la bondad del tacto cuando acaricia las hojas.
Se dice que tuviste un gran acervo de libros, que llegaste a contar con 300 ejemplares, de esos que hoy llamamos incunables y que son atesorados con pasión por amantes de los libros, de bibliófilos: como tú. Te maravillaría ver nuestra Biblioteca Nacional y sus fondos reservados, tanto como los bioterios y repositorios y las taxonomías de las colecciones de flora y fauna que dan cuenta de la biodiversidad de nuestro mundo incluida la de los fondos marinos.
La UNAM ha sido nuestro convento, Juana, nuestro acicate intelectual, nuestra trinchera en la batalla de las ideas y nuestra casa común para coincidir en vocaciones, sensibilidades y pensamientos. Y debemos luchar porque así lo sea siempre. Se nos ha revelado el conocimiento, el arte, la ciencia y se nos ha dado el don de reproducir y de transmitir lo sabido con la única condición de que demos crédito, públicamente, a las ideas de los otros. En hombros de gigantas y de gigantes hemos comprendido el mundo de la naturaleza, de la materia, de la vida y de la sociedad. Debemos nombrarlos y reconocer lo que nuestros saberes les deben.
Hemos confirmado nuestros credos sin rosarios en mano y hemos comulgado con las ideas de otros y de otras sin velos, ni cirios encendidos. La transubstanciación se produce cuando nos inter-disciplinamos y cuando hacemos del género, de la pluralidad y de la soberanía intelectual compromisos irrenunciables. Defendemos el derecho a pensar diferente y a esgrimir argumentos, como tú lo hiciste, a debatir y a deliberar y a defender la autonomía de una institución que sólo en dicha condición puede garantizar nuestra propia libertad. Una de nuestras premiadas, Penélope López, confiesa que ha vivido a nuestra UNAM como madre nutricia. Allí, nos dice, conoció a Kieslowski y el cine de arte en el Auditorio Che Guevara, escuchó a Carmina Burana en la Sala Neza, nadó en la Alberca Olímpica y descubrió que, de todas las bibliotecas, la de Economía era la más silenciosa. Hizo amistades entrañables y descubrió la magia de ser docente.
La doctora Edith Pérez dice haber nacido en Cuahuazalpa, una cuadrilla perteneciente a Ixcapuzalco, Guerrero. Ha estudiado el trueque y la reciprocidad, y escribió un libro que te hubiese gustado leer: Papel surcado/Amakwmitl: apuntes nahuas entre el cornejal y la cocina. Dice que saborea su labor y que goza por igual de la escritura y de la fotografía que de la lectura.
No he mencionado en mi misiva a varón alguno porque hoy conmemoramos las luchas de las mujeres. Pero he de reconocer que los hay que suman, a sus talentos y espléndidas obras, el compromiso claro en el combate por la igualdad y, en particular, la igualdad de género. En otra ocasión, Juana, podremos hablar de aquellos que están luchando por abandonar el pesado y lastimoso fardo de la masculinidad impuesta, y a romper el pacto con toda forma de discriminación, violencia y agresión. Esperemos que cada día sumen más para hacer del mundo un mejor lugar para vivir para todas, todos, todes.
Querida Sor Juana, hoy 83 mujeres te llevan con ellas. Antes lo hicieron otras y vendrán otras más. La magia del tiempo condensado nos permite traer aquí a nuestras ancestras. A quienes no pudieron venir a la Universidad, a quienes tuvieron que abandonarla, a quienes sólo lograron estudiar y hacer ciencia disfrazadas como hombres. A quienes, como tú, encontraron en el encierro la posibilidad de escribir poemas y obras magníficas. De decir su palabra. Hoy estamos aquí gracias a ti y a ellas. Nunca lo olvidemos. Caminemos erguidas, como lo hizo nuestra ancestra, la Australopitecus afarensis bautizada como Lucy. Nunca más agachemos la cabeza, ni la mirada.