Con técnicas paleosismológicas estudian terremotos generadores de tsunamis

María Teresa Ramírez Herrera, del Instituto de Geografía, y sus colegas trabajan en la brecha de Guerrero, que no ha sufrido un movimiento telúrico de gran magnitud desde 1911

Recientemente, en la revista científica de acceso abierto Communication Earth & Environment, fue publicado el artículo “Depósitos de tsunami resaltan potencial sísmico de alta magnitud en la brecha sísmica de Guerrero, México”, cuya primera autora fue María Teresa Ramírez Herrera, investigadora del Instituto de Geografía de la UNAM.

Acerca de este tema, la especialista refiere: “Un sismo o terremoto tsunamigénico es aquel que se origina en las zonas de subducción –es decir, en aquéllas donde una placa tectónica se hunde bajo el borde de otra– y que puede generar un tsunami”.

México se asienta sobre la placa de Norteamérica y junto a otras dos de tipo oceánico que abarcan buena parte de las costas del Pacífico, desde Jalisco hasta Chiapas: la de Rivera y la de Cocos.

“Por lo regular, un tsunami es generado por un sismo con una magnitud mayor a 7.0 que sucede debajo o muy cerca del océano y a menos de 100 kilómetros debajo de la superficie terrestre. En términos históricos, el sismo tsunamigénico más fuerte en México –registrado no con instrumentos, sino en documentos históricos– ocurrió frente a la costa de Oaxaca en 1787 y se propagó por toda ella, y también por la de Guerrero”, apuntó.

Gracias a análisis hechos por algunos sismólogos, se estima que el terremoto tuvo una magnitud de 8.6. De acuerdo con los documentos históricos, el tsunami generado penetró en tierra casi cinco kilómetros. “Mis colegas y yo encontramos evidencias de este tsunami a un kilómetro y medio adentro de la costa”.

Curiosamente, mucha gente no sabe que las costas del Pacífico mexicano pueden ser golpeadas por tsunamis. De hecho, varios han llegado a las de Jalisco, Colima, Michoacán, Guerrero, Oaxaca… Por ejemplo, el 19 de septiembre de 1985, uno muy fuerte llegó a la costa de Michoacán, pero como el terremoto que lo generó había ocasionado una enorme devastación en Ciudad de México, casi nadie le prestó atención.

Por cierto, Ramírez Herrera integra un grupo de respuesta rápida ante la ocurrencia de tsunamis de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés).

“La tarea de ese grupo consiste en ir cuanto antes a los lugares que han sido golpeados por un tsunami y medir sus efectos. Estuve con dicho grupo en Indonesia (2004), en Chile (2010), en Japón (2011), en Guerrero y Oaxaca (2012), en Oaxaca y Chiapas (2017) y, más recientemente, en Acapulco (2021)”, agrega.

Fotos: cortesía María Teresa Ramírez.

Evidencias

El registro de sismos con instrumentos se comenzó a realizar en México hace poco más de 100 años. Sin embargo, es fundamental saber qué otros terremotos generadores de tsunamis ocurrieron en épocas remotas, sobre todo en las costas del Pacífico.

“De ahí que mis colegas y yo busquemos evidencias, mediante técnicas de paleosismología (excavamiento de trincheras y pequeños pozos, introducción de núcleos para sacar muestras de capas de arena, etcétera), de sismos antiguos (paleosismos), que de alguna manera dejaron un registro geológico. Hay que tomar en cuenta que si un gran terremoto ocurrió en un determinado lugar, es muy probable que suceda otro en el mismo sitio. Esto tiene una importancia tremenda para la población que vive en las costas de México”.

Con esta certeza en mente, la investigadora universitaria y sus colegas iniciaron su trabajo en una zona de lo que se conoce como la brecha sísmica de Guerrero, un segmento de aproximadamente 200 kilómetros que se ubica en el límite de las placas de Cocos y de Norteamérica, y que no ha sufrido un sismo de gran magnitud desde el 16 de diciembre de 1911 (ese día fue de 7.5).

“Desde entonces han pasado 113 años, y tarde o temprano ocurrirá uno de gran magnitud en esa brecha, el cual podría ocasionar un tsunami… Ahora bien, en dicha zona, que está no muy lejos de Acapulco, encontramos cuatro capas distintas de arena que fueron transportadas por cuatro tsunamis generados por igual número de sismos. A partir de diferentes modelos pudimos establecer que uno de esos terremotos fue muy fuerte, con una magnitud mayor a 8.0, lo cual hizo que la costa se hundiera un metro con respecto al nivel del mar; asimismo, concluimos que data del año 1300, aproximadamente. Basados en este conocimiento podemos asegurar que ahí existe el potencial de que ocurra un sismo tsunamigénico similar. ¿Cuándo? No lo sabemos, porque hasta la fecha nadie puede predecir uno”, apunta.

Por eso es necesario crear rutas de evacuación, así como programas de educación, para que la gente que vive en las costas esté preparada y sepa qué hacer ante la ocurrencia de un sismo tsunamigénico.

Al respecto, Ramírez Herrera señala: “Es raro que, inmediatamente después de un sismo, ocurra un tsunami; por lo común pasan alrededor de 15 a 40 minutos antes de que éste llegue a las costas (todo depende de su magnitud y la distancia a su epicentro), y este tiempo muchas veces es suficiente para alcanzar las zonas altas del lugar”.

Como científicos, continuó, “sentimos la obligación de que esta información sea conocida por la población y hacemos todo lo posible para que eso suceda. A mí, en lo particular, me gusta trabajar más con los niños, ir a sus escuelas y explicarles qué es un sismo y qué es un tsunami, y qué deben hacer en caso de que ocurran. Pero la divulgación de esta información debe llevarse a cabo a mayor escala, como parte de un programa de protección civil integral”.

El artículo “Depósitos de tsunami resaltan potencial sísmico de alta magnitud en la brecha sísmica de Guerrero, México” puede consultarse en la siguiente dirección electrónica: www.nature.com/articles/s43247-024-01364-0

María Teresa Ramírez cuenta que, antes del sismo tsunamigénico del 11 de marzo de 2011 en Japón, ya se tenía conocimiento, tanto por documentación histórica como por evidencias geológicas, que en el año 869 había ocurrido, en el norte de la isla de Honshu, un terremoto con una magnitud de 9.0 que generó un tsunami fortísimo conocido como Jogan.

“Se sabía incluso hasta dónde había llegado el tsunami tierra adentro; no obstante, a pesar de que los japoneses son los más preparados del mundo en esta materia, no consideraron ese conocimiento a la hora de levantar sus estructuras antitsunamis; y ya sabemos lo que pasó: el sismo tsunamigénico del 11 de marzo de 2011 sobrepasó todas las medidas de seguridad que ellos habían pensado que serían eficaces. Así, la enseñanza de esto es que debemos recurrir a todas las herramientas –históricas, geológicas e instrumentales– para proteger a la población de los sismos tsunamigénicos”, expresa.

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