Día Mundial del Agua

El sábado 22 de marzo será el Día Mundial del Agua y, en esta ocasión, la Organización de las Naciones Unidas ha puesto el énfasis en la importancia de los glaciares. Este acento refuerza la preocupación pública que debe contagiarse acerca de los vínculos existentes entre las realidades del cambio climático, el derretimiento acelerado del patrimonio helado de nuestro planeta y los caudales disponibles de agua para la población humana y la naturaleza.

De acuerdo con estudios científicos y publicaciones basadas en ellos, los mayores volúmenes del deshielo de los polos y las cumbres nevadas se derivan del incremento de la temperatura global y tienen consecuencias muy adversas sobre la certidumbre hídrica de las diversas actividades económicas de nuestros países y el bienestar general de la población. Según esas referencias, después de haber rebasado umbrales térmicos, cada vez más elevados durante este siglo XXI, el 2024 ha sido el año más cálido de las mediciones registradas desde finales del siglo XIX y en relación con el promedio de temperatura global del periodo 1951-1980 (NASA 2025: https://www.nasa.gov/news-release/aumentan-las-temperaturas-la-nasa-confirma-que-el-2024-fue-el- ano-mas-calido-registrado/). Por si fuera poco, también se documenta que el primer mes de este 2025 ha sido el enero más cálido de todos los eneros de los cuales se tiene registro (ONU 2025: https://news.un.org/es/story/2025/02/1536286). La quema indiscriminada de energía primaria y combustibles de origen fósil, así como la pérdida o degradación ecológica de los sumideros naturales de carbono (bosques, selvas y mares, entre ellos), son parte de las principales causas de la creciente emisión y acumulación neta de gases de efecto invernadero, que propician el incremento de la temperatura global y las graves realidades de cambio climático que hoy enfrentamos (IPCC-ONU 2023: https://www.ipcc.ch/report/ar6/syr/).

Es así como la pérdida de los glaciares tiene una trascendencia que no puede exagerarse ante una situación hídrica estructural que ya es muy grave: la demanda de volúmenes de agua para diversos usos consuntivos (agropecuarios, industriales, termoeléctricos y abastecimiento público en viviendas, municipios y ciudades) crece de manera vertiginosa, al tiempo que los caudales disponibles de agua renovable por habitante, en cantidad y calidad, se reducen en forma notable.

Por ello, urge una acción pública decidida y duradera que promueva dos transiciones entrelazadas: la climática y la hídrica. De continuar inercialmente afianzando las trayectorias adversas ya observadas en materia de energía, biodiversidad y agua, y proyectando sus tendencias en curso como futuro imparable, obtendremos lo que ya sabemos: deterioro adicional de los sistemas hidrológicos, inseguridad hídrica generalizada, descuido de la infraestructura hidráulica existente y situaciones de escasez exacerbada de agua en distintos lugares y regiones a la vez. Lo cual, generaría tensiones sociales derivadas de la rivalidad entre usuarios del agua y la vulnerabilidad del bienestar de los hogares y las familias por su escasez o su intermitente acceso en cantidad y calidad. Es obvio que nadie desea ese futuro probable ni es indiferente a realizar los esfuerzos públicos, privados y comunitarios para evitarlo. De ahí que no parezca demasiado o improcedente promover sin dilación las dos transiciones mencionadas.

Los crecientes requerimientos de agua potable y saneamiento en México continuarán debido a que a la población actual de alrededor de 135 millones de habitantes se sumarán otros tres millones en términos netos hacia el 2030. La distribución, concentración y dinámica de nuestra demografía nacional se conoce; por ello, hoy sabemos dónde habrá mayores presiones hídricas en los años venideros y cuáles debieran ser las prioridades de política pública para hacer cumplible el derecho constitucional vigente al acceso, disposición y saneamiento de agua. Con ello, también se contribuiría al cumplimiento de los derechos relacionados con la salud, la salubridad general y un medio ambiente sano, establecidos todos en el artículo cuarto constitucional y comprometidos en los correspondientes Objetivos del Desarrollo Sostenible de la Organización de las Naciones Unidas.

Se conocen también la estructura y las oscilaciones de la economía nacional, sus propensiones recesivas, su debilidad en la formación bruta de capital fijo, su especialización productiva e inserción exportadora y financiera en los mercados globales, su perfil energético y su ambientalmente inconveniente inversión pública durante los años más recientes. Es decir, se sabe dónde han estado sus requerimientos sectoriales y regionales de agua para la generación del valor bruto de la producción anual y, por ende, cuáles son las actividades agrícolas, pecuarias, mineras, agroindustriales, manufactureras, eléctricas, comerciales, exportadoras y turísticas que seguirán demandando mayores volúmenes hídricos de diferente calidad y descargando aguas residuales con distinta composición y peligrosidad, así como exigencias de colecta, conducción, manejo, tratamiento, reutilización circular y desalojo final.

Convendrá insistir en la liberación de caudales que hoy son consumidos, no siempre de forma eficiente, por actividades agrícolas en los 86 distritos de riego y las 51 mil unidades de riego que suman poco más de 6.5 millones de hectáreas y representan el 76 % del consumo nacional de agua. También habrá que promover la innovación tecnológica y la reconfiguración institucional de las concesiones hídricas en los usos industriales y termoeléctricos del agua que, en conjunto suman otro 9 % del consumo nacional de los volúmenes concesionados en el país y, en particular, los usos industriales del agua son los que han exhibido durante lo que va de este siglo XXI un significativamente mayor crecimiento en sus consumos. Por su parte, el imprescindible abastecimiento público de agua, mediante el cual se pretende cubrir la demanda ejercida por las viviendas, los municipios y las ciudades hoy representa el 15 % del consumo nacional de agua, pero se espera que su crecimiento y participación porcentual sobre la asignación total de los volúmenes disponibles sea mayor en los años venideros.

El Día Mundial del Agua en este 2025 pone el acento en los glaciares y, por ende, en los caudales disponibles de agua para la población humana y la naturaleza ante los desafíos de las realidades y los desenlaces del cambio climático. En 2018 perdimos irremediablemente el glaciar Ayoloco del volcán Iztaccíhuatl, no perdamos los que aún permanecen en el Citlaltépetl o Pico de Orizaba.

*Coordinador Universitario para la Sustentabilidad

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