Aniversario del creador de los poemínimos
Efraín Huerta, el Gran Cocodrilo
Ejerció el periodismo y la literatura; recibió premios nacionales e internacionales
Efraín Huerta, poeta mayor, nació el 18 de junio de 1914. En 2014, al cumplir el centenario de su nacimiento, la UNAM se sumó al homenaje que le ofreció la comunidad cultural del país con varias presentaciones de su obra y un concierto de piano en San Ildefonso, sitio donde el joven Huerta cursó la preparatoria.
En el ambiente estudiantil preparatoriano de los años 20 del siglo pasado, se une a Octavio Paz, Alberto Quintero Álvarez, Rafael Solana y Carmen Toscano, con quienes funda la revista Taller, publicación que registró parte del quehacer literario entre 1938 y 1941, años de su circulación. A ese grupo de jóvenes literatos, posteriormente se le conoció como la Generación de Taller.
Otra vertiente de la vocación huertiana encuentra eco en los grupos políticos estudiantiles, que no permanecían ajenos a los movimientos sociales, alentados por los años de construcción revolucionaria del país.
Pronto participa junto con Enrique Ramírez y Ramírez en las organizaciones juveniles más radicales y se incorpora a la planta de reporteros de El Diario del Sureste, primero, y a El Nacional, ambos diarios de corte revolucionario nacionalista.
Huerta ejerció el periodismo durante más de cinco décadas, especializándose en la crítica cinematográfica; algunos de sus comentarios en este tema aparecieron en la Revista de la Universidad, así como en Cinema Reporter, el semanario cinematográfico de referencia; pero sin duda donde plasmó su documentada crítica fue en las páginas de la Revista Mexicana de Cultura, suplemento de El Nacional, donde sostuvo por más de cuatro décadas la columna “Close Up de Nuestro Cine” y en el cuerpo del diario otra célebre columna titulada “Radar cinematográfico”.
Es en ese periodo cuando se convierte en el crítico cinematográfico de mayor influencia en esa industria del país. Es la época de oro del cine nacional y sus agudos juicios propugnan por un cine más sólido, sin dejar de lado las cumbres artísticas.
La voz de Huerta en la República de las letras mexicanas es única e inconfundible: irreverente, cegadora como la luz del alba, a la vez que disolvente y tierna. Siempre hay un espacio para la crítica social y la palabra precisa para destacar el necesario humanismo.
Quizá su contribución mayor a nuestras letras sea haber integrado el humor, la brevedad y el juego, como se advierte en sus poemínimos, término también acuñado por Huerta. Al lado de poemas insondables o de alta carga combativa (Absoluto amor, Los hombres del alba, ¡Mi país oh, mi país!) cruzan el aire las saetas precisas de los poemínimos.
A poco más de un siglo, sigamos leyendo su obra, con la seguridad de encontrar elementos y señales para entender nuestro momento y enriquecernos con el humor festivo y disolvente del Gran Cocodrilo.
Pequeño Larousse
Nació
En Silao.
1914.
Autor
De versos
De contenido
Social.
Embustero
Larousse.
Yo sólo
Escribo
Versos
De contenido
Sexual.
D.D.F
Dispense
Usted
Las molestias
Que le ocasiona
Esta
Obra
Poética
EFRAÍN HUERTA*
Una vez, Efraín Huerta estaba tomando café, su sitio era una silla metálica frente a la ventana de un restaurante. Por ahí veía ensimismado todo lo que ocurría en la calle.
De este modo estuvo largo rato, hasta que sorbió a francos y breves tragos la taza de café que tenía delante. Luego, su actitud contemplativa se transformó con el gesto de los saurios milenarios: ceñudo, melancólico y procaz. Entonces volteó y clavando la mirada en los bebedores de café preguntó:
––¿Y eso que está ahí afuera es el día?
Y a la manera de las lluvias tropicales se levantó, alejándose presuroso.
Aquella tarde de 1969 EH era un poeta afónico, terriblemente burlón, que ostentaba sobre la solapa de su chamarra de dril una banderita cubana, usaba lentes oscuros y, pródigo y sabio, instaba a la lectura de la generación española del 98. Sobre todo reclamaba el conocimiento de la obra de Azorín (José Martínez Ruiz) para saber el uso de la coma, el punto y todo lo demás de la buena prosa. Aquí alguien preguntó, de mala fe por cierto, sobre su método y disciplina para escribir. Sin hacer mucho caso a la tímida provocación, dijo que escribía diario, sentado, por la mañana, de 9 a 1 y que la disciplina la había adquirido cuando terminó de copiar El Quijote. El mismo provocador no preguntó más, y creyó a pie juntillas todo lo del manuscrito y sus consecuencias.
Después, EH volvió a declarar su odio a la ciudad –la primera ocasión fue en 1936– y retumbaron, otra vez, maldiciones “a calles tan siniestras como Paraguay, Jesús Carranza, Violeta, San Juan de Letrán, Santa María la Redonda, etcétera”, desde donde partió una madrugada letal, siguiendo por Avenida Juárez, a darle los buenos días a su enamorada Diana Cazadora en nombre de los poetas proscritos de todo el universo.
“Pero queda en pie lo callejero; la puntual puesta del sol, la inflexible aurora”, espacio y luz necesarios para florecer el amor por la ciudad de este poeta, que se ha ido convirtiendo en algo así como la magnífica Pirámide del Sol. Cuando un entrevistador muy serio preguntó por la estética, respondió que no creía en la estética desde que se instalaron tiendas donde venden estéticas para perros. Guardó silencio y le ganó la risa y se encaminó hacia su casa, recordando a Tablada, al abuelo López Velarde y al viejito Gorostiza.
La casa de EH es un departamento común de Ciudad de México. Tiene unas sencillas ventanas hacia el poniente, por donde entra la luz a reflejarse en las paredes blancas. Esa misma luz sigue por el pasillo. Se desparrama sobre la colección de cuadros –regalo de sus amigos pintores– y llega siempre puntual a instalarse sobre un montón de recortes de periódicos extranjeros y del país.
Parece que esta es una manía muy útil y arraigada, porque cada día aumentan las cantidades sobre la mesa donde EH escribe y redacta sus notas. Es difícil saber desde cuando se acumulan esos recortes. Hay, sin embargo, logotipos reconocibles: El Popular y La Voz de México (órgano informativo del PCM durante cuatro décadas a partir de 1936).
Daniel Molina, en su libro La Caravana del Hambre, sobre la gloriosa marcha de los mineros de Plau, Cloete y Nueva Rosita, consigna una fecha que puede dar idea de la antigüedad de los recortes: Hacia 1951 “sólo un puñado de periodistas independientes y dos o tres publicaciones (las que se reconocen en la mesa) se significaron en la defensa de los mineros. Mario Gill, Eli de Gortari, Joaquín McGregor, José Alvarado, Efraín Huerta, Renato Leduc (entre otros) formaron parte de los periodistas que, en la medida de sus posibilidades, se solidarizaron y apoyaron a los mineros de Coahuila en lucha”.
Además de ser solidario, internacionalista y erotómano una noche a la puerta de su casa fue honesto consigo mismo: amablemente despedía a un grupo de poetas jóvenes –caras de perro aterrorizantes, según calificativo del propio EH–, cuando dio de lleno con un retrato de José Stalin que figuraba en un lugar especial de la pared; al instante hizo el saludo militar, acomodando algún recuerdo distante en Krasnaya Ploschad, y murmuró algo entre dientes que nadie entendió.
A esa apacible casa que habita desde hace años, con su compañera Thelma Nava, vinieron a decirle que tenía cáncer. Los médicos descubrieron ardientes ganglios de cáncer en la garganta y recetaron una cura de fuego en pequeñas y certeras dosis: oncoterapia a base de cobalto.
Semana a semana se fue llenando el carnet del servicio médico certificando las radiaciones, y también él mismo se fue llenando de tristeza porque creyó que iba a morir, y no quería.
“Ya he hablado mucho en la vida”, dijo un Jueves de Corpus y ardió desoladoramente de cáncer antes de que le practicaran la traqueotomía que lo libró del sepulcro y de unas maltratadas cuerdas bucales. El guerrero ha perdido la paz, no la guerra.
Con el silencio a cuestas regresó a teclear su vieja y clásica Remington; a visitar al médico foniatra para llevar metódicamente su tratamiento de ortolalia, y a celebrar, con un copioso trago de ron caribeño, las ediciones de su poesía. Ahora no habla, pero sigue derrochando buen humor y vitalidad como cuando renegaba las malas jugadas del Atlante y una secuela del mccarthismo satanizaba sus versos.
A menudo se le ve leyendo en las bancas de la calle donde vive, y cuando el tiempo y el esmog se lo permiten, voltea la cara hacia el Ajusco, entrecerrando los ojos.
*Los Universitarios, periódico quincenal publicado por la Dirección General de Difusión Cultural de la UNAM, núm. 169/170, junio de 1980, p.13.
Efraín Huerta (1914-1987) asistió a la Academia de San Carlos. Posteriormente, en 1931, ingresó a la Preparatoria Nacional y en 1933 cursó dos años de leyes en la UNAM, licenciatura que abandonó para dedicarse al periodismo y a la creación literaria. Huerta grabó un disco con algunos de sus poemas más logrados para la colección Voz Viva de México de esta casa de estudios. Recibió las Palmas Académicas del gobierno de Francia en 1949; el premio Xavier Villaurrutia en 1975; el Premio Nacional de Artes en 1976 y el Premio Nacional de Periodismo en 1978.