El amor y el cerebro
El amor es una reacción, una recompensa de dopaminas para el cerebro que trabaja más intensamente en la adolescencia y de manera más madura en la adultez. En la niñez, el amor que se experimenta es el apego, el amor filial intenso del niño a quienes lo rodean.
“Como dice el dicho: de la vista nace el amor. Sin embargo, para muchas personas no sólo de la vista, sino también del oído, por lo que se les dice, por lo que escuchan”, explica Ranulfo Romo Trujillo, del Instituto de Fisiología Celular, de la UNAM.
Ahora bien, dado que el sentimiento del amor es un proceso complejo, hay todas las conjeturas posibles. “Cuando digo complejo significa que no sabemos nada, simplemente decimos que es muy difícil explicar; pero de lo que no tenemos la menor duda es que el amor es construido por nuestro cerebro”.
El cerebro necesita al cuerpo para expresar nuestros pensamientos a través de acciones, como cuando escribimos, cuando hablamos o hacemos algo con nuestras manos: una escultura, un texto, un gesto, todo lo cual son procesos cerebrales que sabemos, con precisión, en qué zonas de nuestro cerebro son construidos.
“Pero el amor tiene que ver con circuitos neuronales construidos hace muchísimos años por la evolución, circuitos que están relacionados con la generación de una emoción, el sentimiento de miedo, de apego, de lealtad; sabemos también cómo suceden este tipo de cosas. Y todo se combina con la experiencia”.
El amor filial
“El amor filial es un amor de apego, no de hábitos, relacionado con la protección, con contactos muy rudimentarios. Cuando somos niños, si nos va bien tenemos a los padres y a los hermanos, y hay un sentimiento muy poderoso vinculado con la vida, con la protección”, dice el investigador.
Agrega que de cerebro del niño aún no ha madurado y sus circuitos cerebrales apenas se están conformando, no hay experiencia, por lo tanto, tampoco conocimiento. “Además, los sistemas primarios, como el de las recompensas, los tenemos desde que nacemos, y necesitamos muy pocos estímulos externos para que se enciendan”.
En el desarrollo de una persona no es lo mismo la niñez que la adolescencia. En ésta hay otros procesos cerebrales, como los sistemas de recompensa que están asociados con las emociones, con la ansiedad, a los que se suman las hormonas, sistemas que van madurando junto con el cuerpo, y que también se combinan.
En la adolescencia el cerebro ya tiene cierto conocimiento, que es muy diferente al del niño, en el que el circuito neuronal aún está madurando y se va reconfigurando continuamente, por eso los niños aprenden muy rápido y olvidan muy rápido. Los recuerdos se van conformando en forma de experiencias.
“Pero llega la madurez del cuerpo junto con una de las características importantes de nuestra especie –y de los demás animales-: el apareamiento, la preservación de la especie. En la adolescencia, los órganos reproductivos ya están desarrollados, y sabemos más o menos qué nos produce placer, qué nos da la recompensa”.
Por eso, el sentimiento del amor madura conforme adquirimos experiencia, porque no es lo mismo una persona de 30 años que un adolescente o que un niño de cinco años. En el adulto joven, domina la experiencia.
“Uno ya entiende muy bien las consecuencias, aunque no todos, por cierto; las consecuencias son un peloteo entre dos tenistas en el que uno representa a los sentimientos, a las emociones, mientras el otro representa a la razón. En algunos casos gana la razón, la cuestión práctica, el juicio que nos permite tomar decisiones”.
Amor a primera vista
“El amor a primera vista no es más que una imagen o unas palabras que producen una emoción muy poderosa relacionada con la posibilidad del apareamiento. De ahí nacen los amores platónicos, los amores pasionales, la amistad”, explica el investigador.
Como en muchas cosas, en la amistad y el amor las definiciones son borrosas, es muy difícil establecer las fronteras entre estos dos sentimientos. “Por eso no me gustan las definiciones, pero el amor es un sentimiento muy poderoso que mueve al ser humano en muchas direcciones, a veces para el bien y a veces para el mal”.
Al llegar a una edad muy adulta, con nuestras parejas preservamos una amistad muy profunda, ya no es el amor pasional. Por cuestiones fisiológicas, y también prácticas, la biología, que es muy sabia, nos va llevando a diferentes estados fisiológicos que nos permiten preservarnos como individuos sociales en los cuales sabemos dónde confiar, dónde podemos tener satisfactores. “En el fondo todo es recompensa”.
“Hace treinta años, un colega alemán y yo encontramos en el cerebro de los primates unas neuronas muy especiales que inundan al cerebro con un neurotransmisor, la dopamina. Cada vez que el sujeto obtenía algo que lo beneficiaba, esas neuronas se encendían porque eran las neuronas de la recompensa”.
En el ser humano este sistema es el mismo. Durante toda nuestra vida buscamos recompensas. “Si nos sometemos a estímulos que impiden que el sistema reaccione apropiadamente se puede llegar a la frustración; por esta razón, los amantes se frustran porque están esperando algo y no reciben su recompensa”.
En las relaciones de amistad y amorosas tenemos picos. “Tenemos un pico de pasión muy asociado con el vigor físico, con las relaciones amorosas temporales, de corta duración, que después tienen que ser llevadas a un terreno en el que puedan funcionar de una manera duradera. Buscamos la forma de llevar una intensidad apropiada para que sea duradera, y después de obtener la recompensa buscamos la confianza para hacer predicciones de lo que podamos recibir”.
La adicción al amor
En nuestro organismo hay un sistema relacionado con una especie de drogadicción natural. Es el mismo sistema de la adicción a las drogas; el sistema reacciona de una manera muy intensa al primer contacto con una droga. Pero el sistema va perdiendo muy rápidamente su capacidad de reaccionar, necesita más y más droga hasta que ya no reacciona.
“Algo similar sucede con el enamoramiento, que es como el primer contacto con una droga, algo muy intenso ocurre pero después se tiene que ir transformando, y es ahí cuando las relaciones humanas se consolidan, o también fallan porque ya no se cuenta con la misma capacidad de reaccionar ante el contacto, el oído, la visión”.
Necesitamos que nos traten bien
“De ahí que el cerebro se vuelva muy social, en el sentido de que interpretamos estímulos relacionados con lo que creemos es la belleza y que se combinan con los sistemas muy primarios de la motivación y la recompensa. El ser humano busca siempre recompensa; que lo traten bien, recibir una sonrisa, un gesto; unas palabras agradables tienen un efecto muy poderoso dentro del sistema nervioso”, dice el investigador.
En el amor también hay ansiedad, incertidumbre, porque me gustaría que la persona por la que experimento sentimiento amoroso me correspondiera; si no es así, me siento ansioso. “Estoy ansioso por verla pero cuando pasa frente a mí ni siquiera me presta atención. Ese es un estímulo muy displacentero para alguien que está esperando una sonrisa, un saludo. Una recompensa”.