El derecho al cuidado: una apuesta para la igualdad y el sostenimiento de la vida en los espacios universitarios
Cuestionar la distribución del cuidado permite entender cómo la cuestión de la autonomía de las mujeres y su inserción en el mercado laboral ha transformado la organización familiar, comunitaria y social
Las marxistas feministas como Silvia Federici han nombrado el cuidado como un trabajo no remunerado e invisibilizado que, al ser asignado arbitrariamente a las mujeres, reproduce relaciones desiguales de género. Cuestionar la distribución del cuidado permite entender cómo la cuestión de la autonomía de las mujeres y su inserción en el mercado laboral ha transformado la organización familiar, comunitaria y social. Es fundamental reflexionar sobre el por qué tradicionalmente se ha asignado esta tarea a mujeres y niñas, y sobre la imperante necesidad de transitar a sociedades y comunidades cuidadoras, en donde aprendamos a cuidar a lo largo de la vida, avanzando hacia comunidades de cuidados inclusivas.
La crisis de cuidados, que develó de forma más intensa la pandemia, reflejó la incompatibilidad entre las largas jornadas laborales y las tareas de cuidado que procuran bienestar. El trabajo es central en la vida de las personas, de tal manera que los lugares de empleo tienden a convertirse en «segundas casas». Esto nos obliga a cuestionar por qué hemos naturalizado priorizar el trabajo sobre el cuidado personal, físico y mental. Si bien se dice que el “trabajo dignifica”, es urgente reconsiderar y problematizar esta afirmación y reflexionar sobre las condiciones laborales que perpetúan desigualdades y generan afectaciones a nuestra salud biopsicosocial.
Para enfrentar la crisis de cuidados es necesario avanzar en distintas direcciones: la desfeminización, la desfamiliarización y la desmercantilización de los cuidados. Esto implica que el cuidado deje de recaer exclusivamente en las familias, especialmente en las mujeres y en las niñas, y que a su vez, se garantice el acceso equitativo a servicios de cuidado. También se requiere la intervención del Estado y una organización social del cuidado que reconozca la interdependencia entre familias, mercado y comunidad.
La organización política del cuidado ha sido históricamente atravesada por el género, el capital y la división entre lo público y privado. El trabajo doméstico no remunerado realizado mayoritariamente por mujeres ha sido desvalorizado tanto en la esfera familiar como en la estructura del Estado y el mercado. Las encuestas de uso del tiempo revelan que el tiempo dedicado a estas tareas por las mujeres supera significativamente el de los hombres, contribuyendo a la invisibilización de su aporte económico.
En América Latina, la construcción de regímenes híbridos en materia de cuidados ha dado lugar a importantes diferencias en términos de políticas de bienestar y acceso a servicios. La implementación de sistemas nacionales de cuidados en la región debe priorizar la participación de la sociedad civil, las organizaciones comunitarias y la academia, garantizando la inclusión de perspectivas de género y derechos humanos en su diseño.
Hacia una Universidad más inclusiva y corresponsable
El contexto universitario es un ámbito propicio para cuestionar y abordar las desigualdades de género vinculadas a los cuidados. Las responsabilidades de cuidado, como lo mencionamos anteriormente, al recaer desproporcionadamente en mujeres y personas con identidades de género diversas, limitan la participación equitativa de éstas en la vida académica y profesional. Por ello es sumamente necesario reconocer el cuidado como un asunto político que no debe tratarse únicamente en la esfera privada, sino que también requiere políticas institucionales para lograr una distribución equitativa.
Para avanzar hacia una Universidad más inclusiva y corresponsable, es crucial implementar políticas de apoyo estudiantil que garanticen servicios de cuidado accesibles para quienes asumen estas responsabilidades. También resulta fundamental incorporar procesos de sensibilización que fomenten espacios de reflexión. Al mismo tiempo, es necesario mejorar la infraestructura universitaria para proporcionar los recursos que faciliten el sostenimiento de la vida y promuevan un entorno más igualitario. Al implementar estas acciones para la redistribución de las responsabilidades de cuidados contribuimos a una Universidad más justa, solidaria e inclusiva.
La transición hacia una Universidad comprometida con la corresponsabilidad es, en definitiva, un paso hacia la justicia social y la construcción de un futuro en el que la igualdad sustantiva sea una realidad para todas las personas.
*CIGU