EL DESDÉN POR LAS LIBERTADES FEMENINAS

Para el alma no hay encierros
Ni prisiones que la impidan
Porque sólo la aprisionan
Las que se forja ella misma

Sor Juana Inés de la Cruz

Quiero expresar mi agradecimiento al Consejo Técnico de la Facultad de Filosofía y Letras por considerar que merezco recibir esta distinción. Sus integrantes fueron muy generosos conmigo, particularmente poque se trata de una escuela con fuerte presencia femenina, 60 % del profesorado somos mujeres.

Asimismo, aprovecho la oportunidad para manifestar mi agradecimiento a la Universidad Nacional Autónoma de México –como lo hago siempre que tengo oportunidad–, porque no sólo me permitió formarme profesionalmente, sino que admitió mi presencia como historiadora desde hace ya 46 años. Al abrirme sus puertas, la Universidad me proveyó de profesores y profesoras, de colegas, amigos y amigas y, sobre todo, de alumnas y alumnos, sin los cuales un profesor no puede ser. Es mucho lo que le debo a la Universidad. Desde luego, no ha sido fácil –ni para mí, ni para la mayoría de las académicas que hoy recibimos este reconocimiento– sostener nuestras carreras. Ha habido muchos obstáculos, no por parte de la institución, que es pródiga, generosa, sino derivados de los prejuicios de algunos de nuestros compañeros y, muchas veces, por la acción de alguna compañera.

Este reconocimiento que hoy celebramos fue creado en 2003 para promover la equidad de género. Sin embargo, destinado sólo a mujeres, parece injusto, excluyente. Pero pretende favorecer a las mujeres por las décadas, los siglos de limitaciones; de considerar que el espacio femenino debía limitarse a lo privado, pues el público era en exclusividad masculino, limitado así por los propios hombres.

Llama mi atención que esta distinción se haya denominado Juana Ramírez de Asbaje, el nombre laico de la pensadora y poeta. Quizás así se quiso hacer a un lado la carga religiosa de su reputación. Sin embargo, Juana Inés de la Cruz fue el nombre que ella eligió para la vida conventual y para rubricar la mayor parte de su obra. El siglo XVII fue testigo de su grandeza, nació en 1648 y murió 47 años después, en 1695. A los 16 años abandonó la corte virreinal para instalarse en el convento, y hacer posible su dedicación al estudio y la escritura, y aun allí fue criticada por su pensamiento. Como ella misma dijo: “[Mis deseos] eran querer los de vivir sola, no tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”.

No se alarmen, no voy a hacer su biografía, sólo deseo recordar el suceso que acalló su pluma. Sor Juana escribió el texto Crisis de un sermón, en el que precisamente comentó un sermón de Antonio de Vieira, el renombrado jesuita portugués. El entonces obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, publicó el escrito de Sor Juana como Carta Atenagórica, pero también la reprendió, a través de una misiva privada firmada como Sor Filotea de la Cruz, por atreverse a escribir sobre temas teológicos, indicándole que debía restringirse a los temas devotos, reverentes. Sor Juana dio Respuesta a Sor Filotea. Como dice Antonio Rubial, para muchos su testamento espiritual, pues ahí defenderá la capacidad intelectual de la mujer. Las presiones se dejaron sentir y dos años más tarde, y dos antes de su muerte, dejó de escribir, además de que perdió su biblioteca, su tesoro más preciado.

Juana Inés de la Cruz narra en el documento cómo se acercó a las letras; cómo allegarse al conocimiento estaba fuera de su control, pues sus cuestionamientos, lo mismo que su habilidad para versificar, eran algo innato, que surgía ante los sucesos más nimios de la cotidianidad.

El documento, abundante en citas y rebosante de conocimientos mundanos y teológicos hace una crítica a los impedimentos existentes para que las mujeres estudiaran. Para contrargumentar, hizo referencia a las matronas doctas de la antigüedad y por ello veneradas.

Hizo una defensa de la libertad de expresión, y abordó las presiones recibidas para alejarla del estudio: “Yo confieso que me hallo muy distante de los términos de la sabiduría y que la he deseado seguir, aunque a longe. Pero todo ha sido acercarme más al fuego de la persecución, al crisol del tormento; y ha sido con tal extremo que han llegado a solicitar que se me prohíba el estudio”. Aunque con modestia trataba de ocultar sus méritos: “Yo no estudio para escribir, ni menos para enseñar (que fuera en mí desmedida soberbia), sino sólo por ver si con estudiar ignoro menos”.

Ahora que, al margen de su nombre oficial, todas conocemos este reconocimiento como Sor Juana Inés de la Cruz, la mujer emblemática, que representa de manera universal la creatividad, la escritura y el afán de conocimiento y la conciencia de ser mujer en un mundo de hombres.

Cierro mi referencia a esta mujer mayúscula con sus propias palabras: “¿En perseguirme, mundo, qué interesa?/ ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento/ poner bellezas en mi entendimiento/ y no mi entendimiento en las bellezas?/ Yo no estimo tesoros ni riquezas,/ y así, siempre me causa más contento/ poner riquezas en mi entendimiento/ y no mi entendimiento en las riquezas./ Y no estimo hermosura que vencida/ es despojo civil de las edades/ ni riqueza me agrada fementida,/ teniendo por mejor en mis verdades/ consumir vanidades de la vida/ que consumir la vida en vanidades”.

Han pasado más de 300 años desde que Juana Inés de la Cruz fue perseguida por su atrevimiento de conocer a la vez que algunos reconocían sus grandísimos méritos. No obstante el paso de los tiempos, y de los grandes cambios, en los últimos años ha vuelto a aparecer con furia el desdén por la libertad de las mujeres, tratando de imponer que éstas se sometan a la voluntad masculina a través de acciones altamente violentas. Ya sea porque hay una mayor visibilidad hacia estas actitudes transgresoras o porque muchos se resisten a abandonar antiquísimos patrones culturales.

Señor rector: éste es un día idóneo para insistir que rechazamos toda clase de violencia en nuestra casa de estudios, particularmente la dirigida a las mujeres. También, que nos comprometemos en la medida de nuestras posibilidades a conjurarla y hacer que se castigue mediante el debido proceso a quien la perpetre.

Por último, sirva este suceso para que, como mujeres, refrendemos el compromiso social que hemos sostenido a través del tiempo con la Universidad y con México.

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