Ser músico es una tarea significativa porque a través de sonidos podemos conmover a otros, producir ensueño, y si el escucha llega a este estado, cercano al sueño, se logró el fin de la música, asegura en entrevista el académico de la Facultad de Música (FaM) de la UNAM, Augusto César Alarcón Jiménez.
Es decir, “si alguien se durmió, se relajó, logramos un buen objetivo porque finalmente dentro de tantas cosas que uno puede manejar como músico, es lograr que otro se sienta aliviado, se tranquilice y que por unos instantes olvide todo lo que pudiera inquietarle”, externa.
Es, además, poder transmitir ideas y símbolos plasmados en el papel, esa es la parte complicada de la música. Lograr que la gente se conmueva es una misión difícil; que llegue al llanto, que salga eufórica o llena de alegría después de un concierto, apunta el violinista universitario.
Al referirse a la celebración del Día Mundial de la Música, manifiesta que es una fecha relegada a lo popular o al mariachi, nuestra carta de presentación en el mundo; sin embargo, por el valor que tenemos cada uno de quienes nos dedicamos a esta actividad, el festejo debería ser en grande, darle mayor relevancia, hacer que ese día suene México por todos lados.
Respecto a la música, enfatiza que es un lenguaje considerado universal, un alivio para el alma, un consuelo. Como toda manifestación artística es un producto cultural con múltiples finalidades, entre ellas producir una experiencia estética en el oyente, expresar sentimientos, emociones, circunstancias, pensamientos o ideas.
Como académico de la FaM señala que busca transmitir a sus alumnos lo que implica hacer sonar su instrumento, que estimulen las fibras emocionales de la gente. En la Facultad se estudia, por ejemplo, la música occidental, lo que las grandes escuelas europeas ejecutaron en cuanto a instrumentos; no obstante, la nuestra es importante desde sus raíces, lo prehispánico, cómo se ha combinado con la de concierto y hasta abordar la folclórica.
Recuerda que como parte de su desarrollo profesional ha interpretado son huasteco. “A mis alumnos los orillo, hasta cierto punto, a tocar esa variante regional como parte de su formación, aun cuando aquí está la carrera de etnomusicología, que conozcan que el violín es para la música de concierto europea y también parte de nuestra riqueza musical”. En un concierto, también somos embajadores, “porque si no promovemos nuestra propia música, nadie más lo hará”.
Además, “con la Orquesta Sinfónica de Minería, de la cual formo parte, realizamos una serie de giras, y en Estados Unidos interpretamos música de compositores mexicanos renombrados, piezas como Danzón No. 2 de Arturo Márquez; el Huapango de Moncayo; y la Sinfonía India de Carlos Chávez, que muestran la riqueza del país”.
Recalca que en nuestra nación existen otras instituciones que brindan una formación musical excepcional. Sin embargo, “algo que he podido constatar como egresado de la entonces Escuela Nacional de Música, es la formación integral que da la Universidad Nacional para que sus egresados se desempeñen en cualquier ámbito de esta disciplina”.
La FaM proporciona a sus alumnos las herramientas para laborar como músico de orquesta, de cámara o solista; también se pueden desempeñar como docentes o integrarse a la Orquesta Sinfónica de Minería, por ejemplo.
Para Alarcón Jiménez la sociedad debe darse la oportunidad de acercarse a la música de cámara y de orquesta sinfónica, en particular, porque ofrecen la posibilidad de experimentar una serie de emociones; no obstante, persisten tabúes debido a que se les considera sólo para conocedores o personas con cierto nivel de educación.
“No es así, esa es música para todos, y si es una sala de conciertos como la Nezahualcóyotl o Bellas Artes, dense la oportunidad de acudir, escúchenla, sin importar si se tiene o no conocimiento de ésta que no necesariamente es aburrida, tengamos esa apertura para que todos disfrutemos”, sugiere el académico.
La conmemoración
Por su trascendencia universal, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura estableció el 22 de noviembre como el Día Mundial de la Música, en honor a Santa Cecilia, a quien el Papa Gregorio XIII declaró Patrona de los Músicos en 1584.
Su imagen ha sido plasmada por diversos artistas desde el siglo XV. En la iconografía se le reconoce por estar acompañada de un instrumento, casi siempre una lira o un arpa. Se le asocia con la música porque se dice que cuando su padre la casó contra su voluntad, ella le cantaba a Dios.
En Europa, a manera de celebración, el 22 de noviembre de 1570 se realizó en Evreux, Normandía, un torneo de compositores de la época. A partir de 1695, en Edimburgo, se comenzó a conmemorar la música con cierta regularidad; le siguieron otros países como Francia, España y Alemania. Lo mismo ocurrió en Latinoamérica entre los años 1919 y 1920 en Río de Janeiro, Brasil, hasta extenderse al resto del continente.