El vestido es la segunda piel del cuerpo, un lenguaje que expresa muchos de los códigos estéticos, morales e ideológicos de los grupos humanos a través de su historia.
En los mayas de la península de Yucatán hay un código indumentario específico que se va construyendo en la región, con cambios y permanencias que vienen desde la época prehispánica.
El hipil, que se mantiene en los mayas desde entonces, es una particularidad indumentaria de las mujeres de la región, dice Claudia Vanegas, quien estudió el atavío que portaban desde la segunda mitad del siglo XIX a principios del XX.
Con esta prenda de raíz prehispánica se construye un cuerpo femenino distinto al de las mujeres que usaban los vestidos al estilo europeo. “Es mucho más ligero, inclusive traslúcido”.
Viajeros, cronistas y estudiosos de la época destacan esa visión del cuerpo femenino que se insinúa sutilmente, especialmente el busto, las piernas y pies, dice Vanegas, doctora en historia por la UNAM.
Otra de las prendas que permanece en algunas zonas es el enredo, que en la época prehispánica cubría la parte inferior del cuerpo, mientras el torso permanecía desnudo.
Por la idea de pudor que trajeron los europeos de que el cuerpo femenino debería estar cubierto en su totalidad, se exhortó a la mujer maya a usar huipiles y otras prendas como tocas, chales, mantillas y velos, mientras que el rebozo se integraría a mediados del XIX.
Al parecer, en la época estudiada por Vanegas, el enredo, junto con enaguas y faldas sólo se usaban como única prenda de vestir en algunas zonas de Yucatán o en el espacio privado. En la calle se llevaba con el hipil encima.
Aunque mucha población acostumbrada andar descalza, había mestizas que, como parte de su atavío usaban zapatos de raso o de tisú de oro o de plata, especialmente para las fiestas.
“Alguien descalzo es incivilizado” para algunos locales y la urbanidad de la época. Pero para Vanegas es parte de un código indumentario que refleja otra forma de relacionarse con el cuerpo. Expresa una conexión tal vez con la tierra. “Muchos de nosotros hemos olvidado lo que es sentir el piso, el pasto, la tierra”.
El uit y la Guerra de Castas
Los calzones y camisas son “prendas que llegaron con la colonización” . En Yucatán adquirieran la connotación de vestimenta exterior, a diferencia de Europa, donde eran prendas interiores. En el campo era más común ver a los hombres con el torso desnudo. Solo cuando bajaba la temperatura podían ponerse sarapes o chaquetas.
Por ser la camisa de algodón ligera y Yucatán zona de mucho calor, los hombres la adaptan y es una de las “prendas más constantes” —dice Vanegas, profesora de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH)—, aunque su forma cambia con las épocas.
Otra es el uit, pese a no ser exclusiva de la zona maya de Yucatán, “los ojos extranjeros” la destacan como “algo propio” de la indumentaria de la región.
En el contexto de la Guerra de Castas que se libra en Yucatán (1847-1901), el uit tiene una connotación de “indio rebelde”, aunque no todos los que lo llevaban puesto lo eran.
Para los blancos (las élites locales) —apunta Vanegas, quien realizó esta investigación como becaria posdoctoral del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM (2017-2019)—, una manera de definir a estos “indios bárbaros”, fue por lo que llevaban puesto.
Aunque es “una construcción desde el enemigo”, hay evidencias de que algunos rebeldes sí usaban el uit como estrategia de guerra. “Vestirse así (con el uit) y dibujar sus cuerpos” son armas de guerra que genera temor y en la confrontación puede favorecer a un grupo sobre otro.
Prendas mayas
El hipil que se usaba en el siglo XIX es una especie de túnica muy largo para cubrir el torso y las piernas. Originalmente no era una prenda cerrada. Dibujos de la época muestran hipiles abiertos a los costados.
Y no sólo lo usan la mujer maya (indígena y mestiza) sino también las mujeres de la élite local, porque es una prenda fresca y cómoda, ad hoc para clima caluroso.
El enredo, que antecedió a la falda, es un lienzo de tela, que se enrolla a la cintura de la mujer y se ciñe con una faja. No es lo mismo que el fustán europeo, prenda cerrada y ajustada a la cintura, parecida a una enagua.
Los calzones son largos (similar a un pantalón) y ligeros, lo que permite que muchos hombres de la región los enrollen hasta las rodillas. Las camisas, de varias formas: muy amplias y algunas con mangas más bombachas a comienzos del siglo. “Conforme pasa el siglo la camisa se va haciendo más ajustada”.
El uit, según dibujos y descripciones de cronistas de la época, es una tira de manta que se ciñe a la cintura “y la hacen pasar por entre los muslos y nalgas para que venga a terminar prendida bajo el ombligo”.
Algodón y lino
Las prendas son de tela hecha de algodón y sus variantes como las muselinas. Algunas son de lino, por la ligereza de esta fibra. Muchas camisas y las primeras versiones de lo que sería la guayabera: las filipinas, son de lino.
En la prensa de 1860 en adelante hay anuncios sobre hipiles, pero, como ya hay telas importadas adecuadas para el clima de la región, no está claro —dice la doctora Vanegas— si son hechos en casa o por costureras en talleres.
Camisas, camisetas y pantalones, ya fabricados industrialmente, si son importados tanto de Europa y EU, así como de algunas zonas de México. La mayoría son de tela color blanco (varía, hay cremas como manta) y ligeras, características que favorecen la transpiración.
Hipil modernizado
El uso del hipil de manera cotidiana se ha perdido en Mérida y “en un par de lugares cercanos”, donde Vanegas realizó su estudio sobre la segunda piel de los mayas.
Es más común ver mujeres de entre 50 y70 años usando hipiles, pero con muchas modificaciones, comparados con los del siglo XIX. Hay hipiles donde las figuras ya no son bordadas sino pintadas. Y son mucho más cortos o están pegados al cuerpo. En contraste, el hipil del siglo XIX no destaca “la figura de guitarra como se define al cuerpo de la mujer”, sino que lo insinúa sutilmente.
Los grupos de baile regional también han modificado el hipil para sus espectáculos destinados al turismo. También se han cambiado “ciertas estéticas y colores” para su venta a turistas de EU y de Europa. Se ha modernizado, pero sin perder su esencia tradicional.
Las “modas viajeras” (todo lo que llega de distintos contextos en diferentes etapas históricas) y que la gente se apropia (combina lo local con lo extranjero), propicia ahora, por ejemplo, que las jóvenes usen pantalón de mezclilla y arriba un hipil corto, que no es la prenda tradicional pero “”sí su referente”.
Fustán, hipil y jubón
El terno yucateco también es una construcción histórica. Desde mediados del siglo XIX comenzó a definir la identidad local. Así como hay una indumentaria poblana, chiapaneca, veracruzana… que representa a esas entidades locales, en el caso de Yucatán es el terno yucateco.
Tres son las piezas que definen el traje tradicional de la mujer para ceremonias y fiestas: el fustán (enagua blanca de cintura que llega hasta los pies y está adornada con encajes en su parte inferior), el hipil (vestido blanco que llega a media pierna y su parte inferior está bordada con muchos colores; se coloca sobre el fustán) y el jubón (pieza de escote cuadrado, también con bordados, que va sobre el hipil).
Inclusión o exclusión
—¿En el atavío de mayas mestizos y mayas indígenas hay diferencia que implique inclusión y exclusión social en el siglo XIX?
Más que el traje básico, son los detalles los que definen la pertenencia social. Esos detalles son la decoración o bordados (hay hipiles de uso diario y otros, de fiesta), la variedad de las joyas (collares, medallas, rosarios) y las telas. En esos adornos, mestizos, indígenas e incluso mujeres no mayas se van diferenciando.
También depende del contexto de uso, del espacio que comparte los distintos grupos sociales. La guayabera, por ejemplo, actualmente refleja elegancia en la región. Aunque hay variables, unas son especiales, más finas. Son parte de un traje de etiqueta o formal para eventos políticos y festivos.
Las prendas —puntualiza Vanegas— van tomado relevancia según los momentos históricos. En 1982 Gabriel García Marqués no se ciñó a la etiqueta. Mientras los demás iban de frac, Gabo recibió el Premio Nobel de Literatura vestido con una guayabera. Para él era un signo de elegancia