En opinión del doctor Alejandro Frank Hoeflich, el trabajo del biólogo francés Jacques Monod, El azar y la necesidad: ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna, publicado en 1970 “explica lo que la microbiología y la evolución nos dicen sobre nuestro origen y nuestra relación con el resto de la biósfera y el universo inanimado”.
A más de 50 años de sus planteamientos, el ensayo “mantiene un valor excepcional y resume magistralmente la visión científica sobre nuestra presencia en el mundo”.
En conferencia virtual, organizada por el Colegio Nacional, el físico agregó que, de acuerdo con Monod, al principio los humanos y la naturaleza estaban conectados con un propósito, un ideal. Sin embargo, la ciencia moderna cortó en gran medida esa conexión.
Monod concluye que el pacto antiguo está hecho pedazos, el hombre sabe por fin que está solo en la insensible inmensidad del Universo, de la que sólo surgió por causalidad, ni su destino, ni sus obligaciones están escritos en ninguna parte. “Lo que me parece particularmente llamativo es que este mensaje no ha sido desmentido por la investigación de las últimas cinco décadas”, acotó el investigador emérito de la UNAM.
¿Homeostasis en la biósfera?
Por su parte, la doctora Honoris Causa por la UNAM, Julia Carabias Lillo, señaló que en los últimos 70 años la interferencia humana ha transgredido los límites del funcionamiento de los sistemas químicos y físicos del planeta y ha provocado cambios que afectan a la vida, sobre todo a la de los seres humanos.
Explicó que la homeostasis es la capacidad de los seres vivos para mantener un medio interno estable (en su estructura y funcionamiento), por medio de mecanismos autorreguladores que compensan los cambios de su entorno basados en el intercambio de materia y energía.
La biósfera es la capa del planeta Tierra donde se ubican todos los seres vivos y comprende desde las profundidades del nivel del mar hasta 10 kilómetros por encima del mismo. La biósfera es un sistema termodinámico cerrado que recibe energía, pero no tiene intercambio con el exterior de la materia.
Los seres vivos forman ensamblajes, que se conocen en el espacio como ecosistemas o biomas, y los ecosistemas a su vez son las unidades básicas de la biósfera. Las especies de esos ecosistemas responden a condiciones cambiantes, se van adaptando a su entorno gracias a su variabilidad y a los procesos de selección genética.
Sin embargo, “debido a la extrema y reciente interferencia humana, sin precedentes, hemos modificado los mecanismos de autorregulación de los ecosistemas y los estamos convirtiendo en no resilientes. Desde hace cinco décadas extraemos de la naturaleza mucho más de su capacidad de renovación, y desechamos más de lo que los procesos naturales pueden absorber”.
El Centro de Resiliencia de Estocolmo clasifica en nueve a los umbrales planetarios: la integridad de la biósfera, el cambio del uso de suelo, la acidificación de los océanos, los temas del agua dulce, los ciclos biogeoquímicos, la capa estratosférica de ozono, los aerosoles, el cambio climático y las nuevas entidades.
Carabias Lillo alertó que según datos de ese estudio, “se están sobrepasando los umbrales y en alto riesgo está la pérdida de biodiversidad. Se estima que para el año 2100 se podrían extinguir 1 millón de especies de animales y plantas, además de que la humanidad ha impactado tres cuartas partes de la superficie terrestre y dos tercios de los océanos”.
¿La biósfera puede regresar a condiciones estables?
La bióloga dijo que la pérdida de la biodiversidad y la extinción de especies son irreversibles, pero se pueden frenar las tendencias de extinción. La capa de ozono es recuperable, el cambio climático se puede mitigar, pero depende de generar nuevos equilibrios revirtiendo las tendencias antes de diez años. “La acción humana debe incidir en los sistemas sociambientales”.
Mencionó que el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente publicó el documento Hacer las paces con la naturaleza, un plan científico para hacer frente a las emergencias del clima, la biodiversidad y la contaminación, “que plantea una transformación de la relación de la sociedad con la naturaleza, a lo que se refiere Monod en su libro”.
Julia Carabias insistió en la urgencia de cambios para la resiliencia de los sistemas socioambientales y en la importancia de que los hallazgos científicos sean escuchados en la toma de decisiones. “Necesitamos reconocer que los Homo sapiens son parte de la naturaleza y que han roto con el equilibrio de la biósfera; necesitamos un cambio de conducta, de actitud de cultura y un código de ética para la sustentabilidad”.
La biósfera interior: azar o necesidad
El doctor Alejandro Frank habló también sobre la relación e interacción que el ser humano tiene con los millones de microorganismos que viven en su interior, bacterias, virus y parásitos que conforman ese ecosistema. “Nos acompañan aproximadamente un kilo y medio de diferentes microorganismos que son parte de nuestro ser y de las funciones primordiales y son imprescindibles para la salud”.
“Las redes bacterianas participan en la regulación de densidad ósea, en la resistencia a patógenos, incluso creemos que el microbioma gástrico es importante para la resistencia contra la COVID-19. Las personas emiten aproximadamente un millón de partículas biológicas por hora, lo que significa que la sana distancia ayuda o inhibe este compartir de microbios”.
Indicó que la interacción, variabilidad y diversidad en los sistemas ecológicos tiene una gran importancia, “hemos descubierto que el uso de antibióticos puede provocar extinciones duraderas de microbiota, lo que puede ser una fuente importante de la epidemia de obesidad que sufrimos en el mundo.” Por lo que es necesario mantener un equilibrio entre los seres humanos y los microbios.
“Hay un nuevo paradigma: la Tierra y sus organismos son comunidades simbióticas y complejas que albergan a múltiples elementos, esto cambia nuestra concepción de lo que constituye un organismo individual y un sistema vivo, que se acerca más a un sistema complejo”, concluyó el especialista.