El impacto medioambiental de morir
Se calcula que en la cremación, en la que se queman grandes cantidades de gas, con cada cuerpo se arrojan a la atmósfera 400 kilos en promedio de dióxido de carbono.
Desde hace muchos años, en la Ciudad de México morir se ha convertido en un problema que cada día crece más debido a que sus cementerios están saturados.
La ciudad tiene 117 panteones –15 concesionados y 102 civiles– que ocupan 827 hectáreas con un total de un millón 442 mil 548 fosas, casi todas ocupadas.
En los cementerios concesionados de la capital del país y de los municipios conurbados los restos mortales sólo permanecen algunos años, en promedio entre siete y diez, lapso después del cual se renueva el contrato, se trasladan los restos a otro cementerio o se creman. Además, algunos cementerios municipales de los estados contiguos a la ciudad sólo reciben personas vecinas de esos municipios.
Pero este problema, que es muy grande, es menor si se le compara con el impacto que al fallecer causamos al medioambiente.
Mientras estamos vivos a diario dejamos nuestra huella en el medioambiente, impacto que no termina al morir, porque la muerte no es amigable con el ambiente. En el momento en que dejamos de existir empieza un proceso que degrada suelo, agua y aire durante mucho tiempo.
Por esta razón, desde hace algunos años, la perspectiva de morir y sus consecuencias están cambiando muy rápido en algunos países. Transformaciones culturales, incluidos valores y prácticas religiosas, así como innovaciones cientificotecnológicas, tendrán profundos efectos en la familia, la sociedad y el medio ambiente. Uno de estos cambios son los enterramientos sustentables.
Aunque sepultar o cremar son métodos muy diferentes para disponer de los restos mortales, tienen en común que son muy contaminantes. Cada año, en el embalsamamiento de los cadáveres se utilizan millones de litros de sustancias químicas que con el tiempo se filtran a la tierra. En las aguas freáticas debajo de algunos cementerios se han encontrado las sustancias empleadas para embalsamar.
Se calcula que en la cremación, en la que se queman grandes cantidades de gas, con cada cuerpo se arrojan a la atmósfera 400 kilos en promedio de dióxido de carbono. Además, para proteger las tumbas se utilizan muchas toneladas de cemento y otros materiales de construcción, y de metal en los ataúdes.
Reducción orgánica natural
Con más gente preocupada por el medio ambiente, para minimizar el impacto de morir se ha empezado a buscar opciones a los funerales y a la cremación.
Una opción sustentable es la reducción orgánica natural de los restos humanos, método muy similar al utilizado para convertir en composta restos orgánicos; de esta manera se regresan los nutrientes corporales a la tierra, se promueve el crecimiento de las plantas y se secuestra el carbono del suelo en el mediano y largo plazos.
Lynne Carpenter-Boggs, investigadora en ciencias de la tierra en la Universidad Estatal de Washington, explicó en qué consiste la reducción orgánica natural en una entrevista con Rodrigo Pérez Ortega, egresado de la licenciatura en Investigación Biomédica Básica, del Instituto de Investigaciones Biomédicas, de la UNAM, que publicó un artículo en Science: “Body composting promises a sustainable way of death”.
Antes de la primera aplicación de la reducción orgánica natural a restos humanos, el proyecto fue sometido a un proceso de revisión. Durante diez meses los investigadores dirigidos por Carpenter-Boggs analizaron aspectos éticos, legales y de bioseguridad.
Una parte importante de la revisión fue un estudio piloto con seis cuerpos, los cuales fueron donados. De acuerdo con la investigadora, el cadáver aporta humedad, proteínas y nitrógeno al proceso, que dura de cuatro a siete semanas.
Los resultados preliminares de convertir en composta los cadáveres como una opción postmortem se presentaron en la reunión anual de la American Association for the Advancement of Science (AAAS), editores de Science, que tuvo lugar el 16 de febrero de 2020.