El infinito en un junco… conjuro al mundo antiguo
Fue presentado el texto de la española Irene Vallejo, quien resalta la importancia del libro como un túnel del tiempo
El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, texto publicado en 2019, y por el que le fue otorgado a la española Irene Vallejo el Premio Nacional de Ensayo España 2020, fue considerado por su propia autora como un homenaje al libro.
En la presentación del volumen, editado por Siruela, la etnógrafa Carmen Castillo Cisneros, profesora de Investigación Científica en el Instituto Nacional de Antropología e Historia y estudiosa de los textiles de México, comentó que los libros y los textiles, contra todo pronóstico, han sobrevivido, tal vez porque ambos “son unas clásicas promesas de amor”.
Al respecto, Irene Vallejo expresó que ambas actividades están relacionadas. “Tanto cuando leemos o cuando bordamos estamos conjurando el pasado, eso es hermoso”.
En la Feria Internacional del Libro (FIL) del Palacio de Minería, señaló que hay una profunda relación entre el amor al pasado y al presente, porque sólo podemos imaginarnos y proyectar el futuro a partir de la experiencia acumulada de épocas anteriores, eso es lo que siempre nos permite hacer hipótesis sobre otro tiempo por llegar.
Afirmó que el volumen no sólo es algo bello a la mirada, “sino igualmente un objeto que se acaricia, tiene un tacto, vibra y casi aletea al pasar de las páginas”.
En un conversatorio entre la autora y la etnógrafa, donde esta última relacionó el ensayo galardonado con sus trabajos de investigación sobre los textiles mexicanos, Irene Vallejo dijo que El infinito en un junco nació de la reivindicación de la materialidad “en un momento histórico en el que los libros se están desmaterializando con el soporte electrónico, con las nuevas formas de comunicación”.
“Cuando comencé a escribirlo, parecía que nos decían que los electrónicos, las pantallas, la informática, acabarían con esa vieja reliquia que son los textos de papel”, abundó.
Carmen Castillo reflexionó que El infinito en un junco llegó durante la pandemia para tener de cerca, en este distanciamiento social, “un cuerpo de palabras que nos ofrece amistades y acercarnos a estos clásicos a los que no habíamos accedido; llega para hacer amigos, los cuales se hacen presentes a través del libro y toman, de alguna manera, la relación con nosotros mismos”.
Al respecto, Irene Vallejo expuso que a fin de cuentas las obras en general son el receptáculo de una voz, y cuando leemos en voz alta nuestro cuerpo se convierte en instrumento de ésta, “es penetrado y poseído por esa voz, y esta acción que vemos absolutamente cotidiana, los griegos y romanos la veían con cierta inquietud, les parecía que aquello tenía algo de sortilegio, hechizo o magia; que estaba bien practicarla con mesura y proporción, pero que podría ser peligrosa, promiscua si se hacía a menudo”.
Recordó que a la lectura silenciosa se llegó, según la historia, en el siglo IV, “eso lo cuenta San Agustín, quien contempla a San Ambrosio leer de esa manera; lo narra con verdadero estupor, leer sin verbalizar, se da cuenta de que está sucediendo algo profundamente inasible para él”.
Asimismo, apuntó que somos la única especie que puede conversar con los muertos a través de los libros, es algo que ocurre de manera cotidiana que no nos llama la atención, pero sí a los antiguos que tenían cerca el mundo de la oralidad y previo a la escritura, estaban acostumbrados a que las tradiciones pasaban de boca en boca, de generación en generación.
La obra se convierte en esa comunicación directa entre el pasado y nosotros, ese túnel del tiempo, esa máquina prodigiosa que nos lleva momentáneamente a otra época. “Todos esos asombros con los que los antiguos veían esas transformaciones y evoluciones del libro me parecen muy justificados; creo que nosotros también deberíamos revitalizar esa sensación de maravilla porque es una operación que ronda en lo mágico, leer en silencio”.
Por último, puntualizó que en El infinito en un junco busca resaltar la importancia del libro, pero además hacer un homenaje a la oralidad y a todos esos grandes narradores analfabetos que ha habido a lo largo de los tiempos, quienes no por carecer de una educación formal y no manejar las herramientas del alfabeto eran menos deslumbrantes en su capacidad de contar, perpetuar y de servir de vaso comunicante entre generaciones y épocas.