Conferencia en la UNAM sobre el mundo prehispánico

El mexicano no se ríe de la muerte, eso es literatura: Matos Moctezuma

Como las sociedades se niegan a fallecer, crean lugares a donde ir después

Fundador del Proyecto Templo Mayor y Premio Princesa de Asturias 2022. Foto: Barry Domínguez.

Antes de que me pregunten lo que siempre me preguntan, tengo que decirles que no, el mexicano no se ríe de la muerte, eso es literatura”, atajó con buen humor el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma cuando llegó el momento para las preguntas del público que había llenado la sala de conferencias de la Casa Universitaria del Libro (Casul), el pasado 6 de noviembre.

Acababa de exponer con sencillez y, a la vez, con erudición, la visión que los antiguos mexicanos tenían sobre la vida y la muerte. Dejó claro en su ponencia que en aquel mundo se les veía como un continuo y una dualidad que estaba presente en muchos aspectos cotidianos de los pueblos de Mesoamérica.

Observación directa del ciclo agrícola

El maestro en Ciencias Antropólogicas con especialidad en Arqueología y doctor honoris causa, ambos grados por la UNAM, explicó que la idea de dicha dualidad la extraían estas culturas de la observación directa del ciclo agrícola: una constatación irrefutable y terrible de que todo muere. “Y, como las sociedades se niegan a morir, crean lugares a donde puedan ir después de la muerte”.

En las “Palabras de salutación”, con las que José Emilio Pacheco dio la bienvenida a Matos cuando ingresó a El Colegio Nacional, el 24 de junio de 1993, dijo que la tarea del arqueólogo consiste en “hacer presente lo pasado y devolver la vida a lo muerto”. En su conferencia, Matos Moctezuma hizo eso y también nos explicó cómo lo muerto convivía con lo vivo en la antigüedad prehispánica.

Lo realizó relatando los cuatro lugares a los que los mexicas creían que podían ir al morir: uno en el oriente, reservado para los guerreros, quienes acompañaban a Huitzilopochtli, dios del Sol y de la guerra, en su viaje, desde el amanecer hasta el mediodía; otro en el poniente para las mujeres que fallecían en el parto, grandes guerreras, que iban con el Sol hasta el atardecer. Otro sitio, el Tlalocan, para aquellos que morían por fenómenos relacionados con el agua y con Tláloc: inundaciones, relámpagos, etc. Y el conocido Mictlán, al norte, a donde iba el resto de los difuntos.

Esto es importante porque se pensaba que el Sol se dirigía al inframundo al ponerse y que la Tierra lo paría de nuevo cada día, listo para dispersar las tinieblas de la noche con sus guerreros rayos, explicó el arqueólogo; otro indicio de la constante dualidad vida-muerte.

Como en este ejemplo, Matos Moctezuma, apoyado con imágenes de diversos códices, enterramientos y excavaciones, delineó las diversas maneras en que las culturas maya, zapoteca y mexica, entre otras, entendían los ciclos de la vida, la idea de que la muerte produce vida y cómo están presentes estos conceptos en el arte funerario o religioso.

Especial atención merecieron artículos dispersos a lo largo del territorio de varias culturas, como las caritas de barro que representan medio rostro vivo y medio rostro muerto, descarnado. La famosa tumba de Pakal, en Palenque, cuya lápida refleja los tres niveles del universo: una cara con elementos de la juventud, la vejez y la muerte (que forma parte del Fondo Universitario de Arte de los Pueblos Originarios de la UNAM). O la representación de la “diosa muerta” Coyolxauhqui, deidad lunar que quiso conspirar contra Huitzilopochtli, quien en respuesta la asesinó, arrojándola desde el cerro de Coatepec, con lo que mantuvo el orden del universo. Esta representación en piedra, fue parte de los descubrimientos que Matos realizó al frente de la exploración del Templo Mayor.

El adoratorio de Huitzilopochtli refleja así el triunfador dios solar y guerrero “lo que justifica al mexica como un guerrero y conquistador, es decir, desde que nacemos estamos destinados al combate. El Templo Mayor representa dos montañas sagradas, juntas. El cerro de Coatepec, donde combate el Sol contra la Luna y las estrellas. Y el de Tláloc, que es el Tonacatépetl, el cerro de los mantenimientos, donde se guardan las semillas que el dios dará a los hombres”, explicó Matos, culminando así su conferencia y la idea de que la gran preocupación por la subsistencia era parte diaria de la angustia mesoamericana que se mecía entre la vida y la muerte.

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