El miedo es una espada de doble filo, aseguró Francisco Sotres, investigador del Instituto de Fisiología Celular (IFC).
Sotres, quien estudia los mecanismos cerebrales involucrados en dicha emoción
que nos alerta ante una amenaza, sea real o imaginaria, agregó: “Es una respuesta de supervivencia”. El miedo ayuda al cuerpo a contender contra algo o alguien (un depredador) que puede ser peligroso.
El que es exagerado puede ser causa de desórdenes psiquiátricos como estrés postraumático y ansiedad generalizada. Damnificados que perdieron su casa y/o a familiares por un sismo en Ciudad de México entran en pánico con un leve temblor.
El miedo genera respuestas fisiológicas, corporales y conductuales, explicó Sotres. Además, hay aumento del ritmo cardiaco, sudoración y dilatación de las pupilas, así como liberación de hormonas como cortisol y adrenalina.
La adrenalina nos pone en un estado de vigilancia alta ante un estímulo amenazante y el cortisol –hormona que producen las glándulas suprarrenales– ayuda a los músculos a liberar más azúcar. Ambos alertan para escapar, esconderse o enfrentar el peligro.
Hay de miedos a miedos. Unos son innatos, cuya impronta ha dejado la evolución en los circuitos cerebrales. De esos, en general, “a los que más tememos son las alturas y a los lugares encerrados”. En otros animales, el temor es a los depredadores. Así también, hay unos aprendidos, la mayoría, los más comunes, y están asociados a estímulos peligrosos del medio ambiente. Si nos asaltan en un parque, recordamos ese lugar como amenazante.
Disparos de la amígdala
La amígdala del cerebro, donde confluye y se asocian la información sensorial sobre los estímulos amenazantes y su contexto, dispara reacciones fisiológicas (estrés) y corporales (contracción de los músculos) ante el peligro.
Por su maquinaria cerebral más compleja, el humano puede imaginar el futuro de manera diferente a los animales. Una cebra ante un león tiene que estar alerta para enfrentarlo o huir. Nosotros, después de librar un peligro, podemos quedar con un miedo exagerado que pone al cuerpo en estado de emergencia continua. Y eso puede generar úlcera, traumas y otros desórdenes mentales.
En los seres humanos, reiteró Francisco Sotres, “es una espada de doble filo”. Es una alarma que permite responder a estímulos peligrosos. Si no pudiéramos reaccionar ante las amenazas, probablemente estaríamos muertos.
Sin embargo, cuando es una alarma que suena todo el tiempo y sin que haya peligro, o nos lleva mucho tiempo recuperarnos de un evento traumático, se empiezan a generar desórdenes psiquiátricos.
Imaginar permanentemente un peligro, hace que el cortisol se libere continuamente, se consuma todo el azúcar del cuerpo e incluso baje el nivel de respuesta inmunológica. Si eso uno “lo arrastra todo el tiempo”, se puede enfermar más rápido.
En el cerebro también hay repercusiones: todo este cortisol aumenta el tamaño de la amígdala y disminuye las de otras regiones que son importantes para suprimir el miedo. En gente atemorizada o que pasó por un trauma muy fuerte y del que no se repone, reacciona muy rápido a cualquier estímulo aunque no sea amenazante.
Si esta imaginada situación sigue durante mucho tiempo, puede causar cambios en la conformación del cerebro y en la respuesta fisiológica corporal ante el miedo.
Tres regiones cerebrales
En el laboratorio, en diferentes modelos con animales, Sotres trata de identificar los diversos tipos y grados de miedo. Cómo se genera y cómo sobreponerse al temor.
Crea una memoria asociada al miedo en la amígdala de ratas cuando las expone a un sonido particular simultáneo a una descarga eléctrica. También las exhibe continuamente al tono, pero sin el shock, para crear una memoria de seguridad que les ayuda a no temer a ese tono.
En una terapia, aseguró el investigador, a sujetos con un miedo particular, se les expone permanentemente a un estímulo amenazante, para que aprendan que ya no es peligroso. “Tratamos de entender qué pasa en el cerebro de las ratas, para ver cómo podemos ayudar a la gente con miedo exagerado a que se recupere más rápido”, apuntó.
Al tratar de identificar qué partes del cerebro pueden ayudar a “meter freno” a ese acelerador que es la amígdala, Francisco Sotres y colaboradores han encontrado que la corteza prefrontal (ubicada arriba de los ojos) ayuda a revaluar una situación para que la glándula sea menos activa.
A la gente con miedo exagerado se le ayuda promoviendo la comunicación de la corteza prefrontal con la amígdala para inhibir ese estímulo de defensa ante una amenaza. Esto podría darse, indicó el especialista, porque la respiración profunda, la meditación, el ejercicio, las terapias de evaluación de estímulos y la psicoterapia hablada ayudan mucho a ‘tranquilizar’ a las personas.
También trata de identificar elementos cerebrales mucho más específicos involucrados en el miedo: Por ejemplo, qué vías neuronales son claves para su generación o inhibición.
Con ese propósito entrenan al animal a tomar una decisión que le ayude a sobreponerse al miedo para obtener una recompensa. Se ha observado que los individuos con mayor propensión a sobreponerse al miedo para obtener algo, tienen capacidad de regular la capacidad de la amígdala a partir de “engancharla” a la corteza prefrontal.
Si logramos identificar cómo sobreponerse a esta emoción de manera activa, esto eventualmente podría ayudar a generar nuevos tratamientos para ayudar a la toma de decisiones ante un estímulo amenazante.
Otra parte cerebral vinculada a la amígdala y a la corteza prefrontal es el hipocampo, que hace que el individuo tenga o no miedo, a partir de la asociación del contexto.
Una serpiente que te sale al paso en la Reserva del Pedregal no ocasiona la misma emoción que la misma serpiente que ves en el zoológico de Chapultepec.
También Francisco Sotres trata de observar en segundos y milisegundos la actividad de estas tres regiones. Su secuencia: cuál va primero; así como qué codifica cada una y cómo se comunican entre ellas ante algo o alguien amenazante.
Cómo se asocian en el cerebro para que, al haber un costo (caminar sobre una parrilla electrificada) y un beneficio (comida), la rata se sobreponga al miedo.
Aunque reconoce que todavía está lejos de que sus resultados de ciencia básica sean aplicados en clínica, su meta es determinar cómo estos circuitos cerebrales pueden ser más propensos a activarse para sobreponerse al temor y no para generar “nada más miedo”.
México es un pueblo feliz, asegura una encuesta; pero, con todo lo que pasa en el país, ¿somos una sociedad con miedo? “Es una paradoja en nuestra historia. ¿Cómo llegamos a eso? No sé. Tampoco sé si somos muy felices a pesar del lugar y el momento violento en el que nos tocó vivir. Quizá sea una señal de lo resilientes –capacidad que se tiene para recuperarse frente a la adversidad– que somos”, concluyó Sotres.