EN UN LUGAR PRIVILEGIADO, DE AMPLIA PERSPECTIVA

Este mural forma parte del magno proyecto de construcción de Ciudad Universitaria por un grupo de más de 50 arquitectos dirigidos por Mario Pani, Enrique del Moral y Carlos Lazo que, en el marco de la integración plástica, buscó la expresión cabal de la pintura mural en consonancia con la arquitectura, la escultura, los espacios, las vialidades y demás elementos urbanísticos del conjunto. En 1952 Francisco Eppens recibió el encargo de la realización de dos murales en mosaico de vidrio en las Facultades de Medicina y Odontología del campus universitario, trabajos murales que el llamado Frente Nacional de Artes Plásticas, organización de pintores sobreviviente de los combativos sindicatos de los años 20 del siglo pasado, trató sin éxito de monopolizar.

Perteneciente a la segunda generación de muralistas, al lado de Jorge González Camarena y José Chávez Morado, Francisco Eppens Helguera ingresó en 1927 a la Academia de San Carlos de la Ciudad de México, proveniente de San Luis Potosí donde había nacido en el año de 1913. Además de llevar a cabo trabajos publicitarios, se relacionó con el mundo del cine como escenógrafo y dibujante de carteles. En 1935, a los 22 años ingresó a los Talleres de Impresión de Estampillas y Valores de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, donde realizó una importante labor de diseño de estampillas postales y timbres fiscales de gran originalidad y fuerza expresiva. Con ello, alcanzó renombre internacional en el campo de la filatelia, pues algunas de las estampillas de correos más conocidas de nuestro país son de su autoría y destacan por su técnica depurada y fina factura.

Paralelamente, Eppens Helguera pintó murales al fresco en el Hotel Fundición de Zimapán, Hidalgo (1939); el mural La cultura, en la Editorial Sayrols; El trabajo, para la Compañía Helguera Hermanos; Fray Bartolomé de las Casas y Sor Juana Inés de la Cruz, murales pintados en el Rancho del Artista de Pancho Cornejo (1942-43); Protección al niño, en el Hospital Infantil de la Ciudad de México (1950); los murales del campus universitario, La vida, la muerte, el mestizaje y los cuatro elementos, en la Facultad de Medicina y La superación del hombre por medio de la cultura, realizado en la Facultad de Odontología (1952); posteriormente ejecutó una Rosa de los vientos en la Estación de Buenavista (1958); los murales en el edificio del Partido Revolucionario Institucional; los realizados en la Unidad Independencia y en la Casa de la Cultura Juan Rulfo. En 1968 se encargó de rediseñar el Escudo Nacional inspirado en esquemas de sellos prehispánicos.

El mural de la Facultad de Medicina se encuentra en un lugar privilegiado al estar frente a una gran explanada que permite una amplia perspectiva para su apreciación visual, sin estorbos ni distorsiones, y tal amplitud espacial acentúa su carácter monumental. Emplazado en la fachada poniente que se levanta sobre pilotis que le dan ligereza, el mural establece una narrativa que alude a la vida y la muerte, así como a símbolos de origen prehispánico relacionados con los cuatro elementos: aire, fuego, tierra y agua, tal vez pensando en algunos componentes de la medicina tradicional de los antiguos pobladores del Anáhuac. Como la madre tierra, adivinamos la presencia de Coatlicue con sus senos fatigados y en el centro de su pecho aparece una figura trifásica que representa el mestizaje, con los perfiles del padre español, la madre indígena y el rostro de la actual cultura mexicana. Sobre el trifásico se adivinan las manos de Coatlicue, abiertas, con sendos granos de polen. No podría faltar, en relación con la tierra, la presencia del maíz en el rostro mismo de nuestra cultura, recordando que el hombre americano proviene, en su esencia, de esta planta. El agua se asienta en la parte inferior del mural evocando su condición de generadora de vida, el inicio de la vida, con alusiones simbólicas a Tláloc, dios de la lluvia, que observa con sus redondos ojos a los habitantes del agua: un caracol, un pez, una pulga de agua y un ajolote que se mueven en su fluido ambiente. El aire aparece en los azules del entorno con aves y mariposas y más arriba el espacio pictórico se eleva con las llamaradas que coronan el conjunto en una explosión de color y movimiento. La cabeza abrasada por el fuego de los dioses es una figura presente en el muralismo mexicano. Aquí mismo, en la Facultad de Odontología, tenemos una figura concebida por Eppens con la cabeza encendida, y no hay que olvidar el magnífico Hombre en llamas de José Clemente Orozco, que se eleva por su propia energía en las alturas de la cúpula del Hospicio Cabañas. Estas figuras nos hablan de la naturaleza humana en constante ebullición por un entendimiento siempre en movimiento, que continuamente renace y se destruye por efecto de la creatividad del espíritu y el conocimiento científico.

Eppens enmarca el espacio pictórico con una serpiente que se muerde la cola cerrando el conjunto y estableciendo, a la vez, una clara alusión al concepto de movimiento continuo, infinito, eterno. No se puede dejar de relacionar la simbología de la serpiente con la medicina y el significado que tuvo en las culturas antiguas. Su poder reside en la tierra donde habita en las profundidades del inframundo, lo que le da sabiduría, fuerza y conocimiento. Cambia de piel y por lo tanto se rejuvenece y es longeva, lo que aumenta su sabiduría. Se mueve con sigilo, es silenciosa y su veneno posee propiedades curativas, todo lo cual le concede un lugar en la Vara de Esculapio, el símbolo de la medicina.

Por tratarse de un mural emplazado en el exterior, Eppens recurrió a la técnica antigua del mosaico y solucionó la curvatura del muro con una serie de planchas de mosaico de vidrio que lo recubren con éxito hasta nuestros días.

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