“¡Viva la discrepancia!”
Con esa convicción, a la que fue fiel como rector, Javier Barros Sierra rubricó su discurso en una entrega de diplomas en Arquitectura, en abril de 1970, la víspera del fin de su rectorado en la UNAM.
Como José Revueltas, paradigma de luchador social, Barros Sierra fue congruente. Siempre igualó la conducta con sus palabras, diría Pablo González Casanova, un año después, en un homenaje póstumo en la Facultad de Ingeniería. El nieto de Don Justo Sierra falleció el 15 de agosto de 1971.
En 1968, el año en que la Autonomía Universitaria estuvo en peligro, su papel como dirigente de la UNAM fue fundamental en la defensa de la conquista del movimiento autonomista de 1929.
A la altura de su tiempo, fue más allá del buen decir. Del lado de los jóvenes, codo con codo, caminó: hizo política, porque “Caminar es hacer política”, como bien dijo y sabía por experiencia el legendario Pepe Revueltas. Porque política… fue la Marcha del Silencio del 13 de septiembre de 1968, como la de Insurgentes que días antes había encabezado Barros Sierra.
Su linaje, universitario
José Castro Estrada, presidente de la Junta de Gobierno, al darle posesión en 1966, sabía de qué estaba hecho el nuevo Rector, quien sustituyó al gran cardiólogo Ignacio Chávez, obligado a renunciar a la Rectoría.
“El linaje universitario de Javier Barros Sierra –dijo– es garantía de éxito y supervivencia frente a quien quiera prolongar situaciones ilícitas o repetir agresiones incalificables, que tan seriamente ponen en peligro la Autonomía de la Universidad”.
Ante una Universidad acechada, el 21 de noviembre de 1966, Barros Sierra advirtió que la autonomía es violada cuando el Estado, una corporación privada, partido político o grupo coarta la independencia académica de la Universidad o interviene en su vida limitando las libertades que la sustentan.
En 1967 apuntó otra convicción que sería ignorada en 1968 por quien tenía al lado. En la tradicional y última inauguración de cursos de la UNAM por un presidente de México, Barros Sierra dijo ante Gustavo Díaz Ordaz: el diálogo es el único camino; la razón y no la violencia, la discusión y no la injuria.
Ese día también dejó dicho lo que luego sería un recuerdo del porvenir: “La juventud actual detesta, con toda razón, la mentira, la simulación y la hipocresía y la retórica vacua, en suma, el fariseísmo”.
Universitario cabal, Barros Sierra, un ingeniero lector de Borges, tenía claro su papel. “Un rector –le dijo a Héctor Manuel Ezeta, su jefe de prensa–, antes que nada, debe estar ocupándose de las cosas de los universitarios, estar muy cerca de ellos y entender que las manifestaciones que se dan en la Universidad son como el espíritu de México”.
La defensa de la Autonomía
En 1968, entre su dicho y el hecho, no hubo trecho cuando se manifestó la juventud estudiantil de México, cuando fue reprimida en la calle y en sus casas de estudio, cuando la Autonomía Universitaria fue violada.
A fines de julio, ante la detención de estudiantes y ocupación de las prepas por el ejército, llamó a defender “las libertades de pensamiento, de reunión, de expresión y la más cara: ¡nuestra autonomía!”.
Izó la bandera nacional a media asta frente a Rectoría y dijo: “la educación requiere de libertad. La libertad requiere de educación”.
31 de julio. En CU, frente a 30 mil universitarios (congruente con lo dicho en su toma de posesión como rector: “Rota la concordia, difícilmente nada se podrá concordar”), subrayó: “Dentro de la ley está el instrumento para hacer efectiva nuestra propuesta. Hagámosla sin ceder a la provocación”.
Antes de la marcha que encabezó por avenida Insurgentes, dijo que la bandera compartida es la defensa de la autonomía y “la exigencia por la libertad de nuestros presos, por la cesación de libertades”. Por eso, de vuelta, ya en CU, insistió en la lucha por mantener las libertades en la Universidad y en el país.
Agosto: a la “mano tendida” de Díaz Ordaz y el “acepto sin reservas” respetar la autonomía (demanda del Consejo Universitario del mismo mes), siguió la amenaza presidencial del primero de septiembre: “No quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario”.
El 9 de septiembre, días antes que el ejército ocupe CU, Barros Sierra advierte que no sólo está en peligro la autonomía, sino la UNAM como máximo centro donde “se educa a los jóvenes para el ejercicio de las libertades de pensamiento, de expresión y de reunión”.
Miércoles 18 de septiembre: sitiada Ciudad Universitaria por tanquetas y soldados; el jueves el Rector exhorta a que la razón y la serenidad prevalezca sobre la intransigencia y la injusticia.
Contra el acoso, renuncia inaceptable
Sin embargo, a la violencia del poder presidencial contra la Universidad, siguió la maledicencia contra su Rector.
Octavio A. Hernández, priista y con 30 años de maestro en la UNAM, desde la Cámara de Diputados, acusa a las autoridades universitarias de “lenidad e incompetencia que llega a lo delictuoso”.
El diputado Luis M. Farías, en declaraciones a la prensa (Novedades, 22 de septiembre), critica la “pasividad” del Rector, que mucho tiene de criminal y “no poco de delictuoso”.
En Excélsior (miércoles 25), el prestigiado periodista José Alvarado opina, con ironía, que “lo criminal” de Barros Sierra consistió en no pedir la intervención de soldados y granaderos para someter a los estudiantes y su “delito” fue protestar por el allanamiento castrense de CU.
Universitarios también rebaten posturas de los diputados priistas. Gastón García Cantú: el Rector ha sido portavoz de la razón y la cordura. Miguel González Avelar: irracional sostener que el Rector pueda resolver un conflicto no causado por la UNAM. Sergio Domínguez Vargas: Al ocupar CU, el ejército rompió el orden constitucional. 180 periodistas protestan y piden el retiro de las tropas de CU y planteles del IPN, y el cese de la campaña contra la UNAM y su rector. Ningún periódico publica su desplegado.
23 de septiembre. Barros Sierra presenta su renuncia irrevocable y argumenta: “quienes no entienden el conflicto ni han logrado solucionarlo, decidieron a toda costa señalar supuestos culpables de lo qué pasa, y entre ellos me han escogido a mí.
“La Universidad –agrega– es todavía autónoma, al menos en la letras de su ley; pero su presupuesto se cubre en gran parte con el subsidio federal y se pueden ejercer sobre nosotros toda clase de presiones. Por ello es insostenible mi posición como rector, ante el enfrentamiento agresivo y abierto de un grupo gubernamental. En estas circunstancias ya no le puedo servir a la Universidad, sino que resulto un obstáculo para ella”.
Directores y sindicatos de la UNAM piden a la Junta de Gobierno que no la acepte, porque quebrantaría la estructura moral de la Universidad. “Los universitarios tenemos sed de libertad” y la defensa del Rector es la defensa de nuestra autonomía, libertad y dignidad, sostiene el ex rector Mario de la Cueva. Postura de Excélsior, bajo la dirección de Julio Scherer: su renuncia crea un grave vacío real y legal.
Muchas gracias –dice Barros Sierra por teléfono a Raúl Fournier, al saber que por unanimidad la Junta de Gobierno no acepta su renuncia.
Un día después, el 28 de septiembre, el Rector deja claro que la Universidad ni sus autoridades pueden ser instrumentos de partidos, facciones o grupos y que la patria necesita de paz para fortalecer la democracia y la justicia.
El 30 de septiembre el ejército desocupa CU. Días después ocurre el 2 de octubre que no se olvida.
El jueves 21 de noviembre, Barros Sierra, en respuesta a una demanda de muchos universitarios, al convocar a regresar a clases, sostiene que ningún plebiscito “puede ser tan rotundo y eficaz, que acudir, como un solo hombre, a reconstruir nuestra vida académica”.
Maestro en lecciones universitarias
El domingo 15 de agosto de 1971 fallece Javier Barros Sierra. El lunes 16 se le rinde un homenaje de cuerpo presente en la Facultad de Ingeniería. Pablo González Casanova, en declaraciones a la prensa, apuntó: fue un gran maestro en la Universidad y en la vida cotidiana. Su vida es un ejemplo porque “siempre igualó su conducta con sus palabras” y eso es lo que todos esperan de un universitario.
Antes de ser sepultado, en su oración fúnebre, Alberto Barajas dijo de Barros Sierra: “si algún día fuiste mi alumno en geometría analítica, fuiste mi maestro en lecciones universitarias”.
En otro homenaje en septiembre, Juan Casillas García de León afirmó que, gracias a Barros Sierra, la Universidad y su autonomía perduran como fuente de luz para el país.
Enrique Krauze, consejero estudiantil por Ingeniería, apuntó: “…su dignidad personal y universitaria no halagaban a quienes lo cortejaron y agredieron… éstos y aquéllos decidieron perdonarlo, por haber significado lo que fue en 1968, le concedieron el olvido, una primera muerte.
“Cada día aprendemos a olvidar menos, y alguna vez nos sacudiremos la costumbre de olvidar. Entonces recordaremos no con la memoria, sino con la carne. Entonces, cuando el pasado inmediato regrese, no como pesadilla sino como revelación, sabremos recuperar a Barros Sierra”.
De sabios y resabios
Recordemos, recuperémoslo… Eran secretarios de Estado con el presidente Adolfo López Mateos. Al cruzar un umbral, Díaz Ordaz se detiene y cede el paso: “Primero los sabios”. Con cortesía obligada, Barros Sierra responde: “No, señor… primero los re-sabios”.