Extremismo deportivo

Fanatismo a ultranza, una puerta a expresiones de violencia

Se dan por una necesidad de pertenencia, explicó Pablo Fernández Christlieb, de la Facultad de Psicología; “todo mundo tiene derecho a sus irracionalismos mientras no afecten a nadie”

Todos somos fanáticos de algo o alguien, así lo asegura Pablo Fernández Christlieb, profesor e investigador del Departamento de Psicología Social de la Facultad de Psicología; sin embargo, apunta, es necesario poner atención en cómo estos gustos pueden conducir a expresiones de violencia más radicales, como el nacionalismo o el fascismo.

Para el autor de Lo que se siente pensar o La cultura como psicología los individuos se hacen fanáticos porque buscan pertenencia: “Me da la impresión de que más que ser seres sociales, en rigor, parece que la necesidad de fondo es pertenecer a algo. Uno se vuelve ser social porque quiere ser parte de un grupo, una familia, amigos. Entonces parece que necesitas a los demás, pero en realidad lo que estás requiriendo en el fondo es efectivamente pertenecer a algo”.

“Eso de pertenecer a algo necesita que sea más grande que uno, de otra manera no tiene chiste. El fondo está en esto. En el caso del fan, en ese sentido de pertenencia, diría uno de vez en cuando que le va a un equipo y le gusta mucho cuando es campeón, así que estás muy contento cuando lo es, por ejemplo; pero no se va la vida en eso, porque hay pertenencia en otras cosas”, subraya el especialista y añade:

“En el caso de los fanatismos, pondría, por un lado, que hay una especie de vaciedad respecto a otros aspectos de la vida. Se vuelve ultrafanático aquel que no tiene más que eso, mientras que los demás tienen su chamba, ilusiones, pareja y una cantidad diferente de cosas. Junto a esa vaciedad hay una especie de rencor, vamos a llamarla envidia, por los que sí tienen otras cosas. De ahí parece que va junto con pegado: la vaciedad y la violencia propia del fanatismo.”

Un rasgo que permite identificar ese paso, ejemplifica Fernández Christlieb, es que dicho tipo de personas no creen en el lenguaje, “es decir, en que hablando se entiende la gente, en que hay argumentos. Se van a los trancazos inmediatamente. El peor ejemplo que hemos tenido sucedió en el estadio de La Corregidora, en Querétaro, hace unos meses”, donde aficionados de Los Gallos Blancos y Atlas iniciaron una pelea que dejó decenas de lesionados.

El maestro en Psicología Social por la Universidad de Keele, en Inglaterra, asevera que actualmente hay “nacionalismos medio fascistoides, al estilo de los norteamericanos, como cuando se dice: “como somos mexicanos, nos tenemos que emborrachar y partir la cara con quien nos toque en el primer partido”.

“A la hora de exigir más argumentos o más razón se apela a las entidades mayores –el país, la patria, la religión, etcétera–; ahí se vinculan los fanatismos. En el futbol inglés es muy claro cuando se emparentan fanatismos por equipos, localidades o barrios con nacionalismos, racismos. Es el mismo fenómeno. Si uno piensa en el neofascismo norteamericano de los votantes de la derecha de Donald Trump se les ven otros fanatismos –ser blancos, hombres– sin saber si le van a los Yankees o los Dodgers, formas de vestir o hablar”, argumenta.

Ánimo colectivo

Aunque continuamente se usan en la prensa deportiva consideraciones que ligan los triunfos –sean en equipo, como la Selección Mexicana de futbol, o individuales, los podios de “Checo” Pérez– al ánimo de la población de un país, Pablo Fernández Christlieb consideró que estos efectos no permanecen a largo plazo.

Dichos triunfos y derrotas afectan socialmente, “pero lo vería bastante circunscrito, es decir, tiene que ver con el fenómeno de multitud, de masas, porque es muy restringido a un momento muy intenso, muy emocionante: el día del partido, el día que perdimos, el día que ganó ‘Checo’”, señala el autor de La función de las terrazas y continúa:

“En efecto, se da el gozo colectivo, ese éxtasis, por ejemplo, cuando México le ganó a Alemania. No esperemos tanto para el próximo Mundial. Es muy propio de los movimientos de multitudes la depresión o el duelo colectivo, porque se le rompe a uno la identidad: ‘Pertenecemos a una porquería a la que le gana cualquiera’. Pero es muy circunscrito. Aquí no ha pasado; en otros países esto desencadena o deriva en otra serie de violencias –van y matan a un jugador porque metió un autogol en el Mundial–. Aquí no llega eso y entonces desaparece la depresión, no llega a tanto.”

No obstante, el universitario refiere que es válido cuestionarse “si este vacío ocasionado por el fanatismo, aunque sea en ese momento circunscrito, que se siente como falta de pertenencia o de eso mayor, sí está extendido y se nota menos en días normales cuando la gente anda y hace las cosas. Si se junta vacío con rencor, se puede ubicar así a bote pronto en el contexto de la narcoviolencia o los feminicidios, por ejemplo, porqué hay odio, rencor, violencia como base, pero existe también el vacío masculino que está causando todo esto”.

Fenómeno contemporáneo

Ese ambiente violento puede comprobarse actualmente, de acuerdo con Pablo Fernández Christlieb, en la manera en que la polarización política se ha agudizado y generado diversos conflictos en nuestra vida diaria.

“Los términos políticos actualmente tienen que ver con eso, con una ausencia de argumentación política. Es propio de la política hablar, negociar, transar, etcétera, pero actualmente se han convertido en un par de fanatismos; de un lado Morena y del otro la “derecha”, ese Frankenstein que hicieron. De ahí que la violencia cotidiana entre familias, amigos, parientes y todo ese tipo de cosas se haya exacerbado en este sexenio”, indica el profesor.

También distinguió que hoy en día la búsqueda por pertenecer a algo (un microfanatismo) se ha integrado a nuestro lenguaje y es bien visto socialmente: “Forma parte del lenguaje actual ser ‘fan’ de algo, ya sea de BTS –el grupo de K-pop– o el anime japonés. Está aceptado como bonito, como parte de la pertenencia tener fanatismos por estas cosas fabricadas industrialmente”.

Lo anterior no significa que necesariamente nuestros gustos particulares nos conduzcan a expresiones más violentas. “Que de repente haya estos pequeños fanatismos no quiere decir que se estuviera ya acuñado el peligro de fanatismos mayores, como los fascismos o nacionalismos a ultranza”, agrega y concluye:

“Se podría decir que todo mundo tiene derecho a sus irracionalismos mientras no afecten a nadie. El nacionalismo que tenemos en México no es –todavía– violento, que pugne por el odio a guatemaltecos, salvadoreños u hondureños, la derecha no ha logrado cultivar más ese tipo de sentimientos contra ellos. En este país no hay esa vocación de violencia contra el que se encuentra junto, contra el más débil, porque esto forma parte del fascismo, la sumisión de los débiles a los poderosos; aunque de repente hay una fascinación aquí por los norteamericanos; sin embargo, tampoco llega la sangre al río. En ese sentido, puede uno todavía confiar en esta nación.”

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