Fotografía: testigo incómodo de la historia
En el día internacional de la fotografía Iván Ruiz, director del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM hace una reflexión sobre su estado actual.
Probablemente, la fotografía no se hubiera inventado sin el genio del pintor francés y empresario teatral Louis Jacques-Mandé Daguerre, aunado al interés de Joseph Nicephore Niepce, también ligado a las artes plásticas y al teatro.
Ambos experimentaron porfiadamente para obtener imágenes por medio de estudios de física y química, aunque le correspondió el honor a François Arago, matemático y a la sazón presidente de la Academia Francesa, de anunciar el invento el 19 de agosto de 1839.
En el 181 aniversario de tan singular acontecimiento, Iván Ruiz, director del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, hace una evaluación del estado actual de este medio de expresión y a la vez desarrollo tecnológico en permanente desarrollo.
“La fotografía surge como una experimentación plástica que desde un inicio se planteó como una suerte de rivalidad con la pintura, dado que la fotografía tiene un mayor grado de fidelidad frente al registro de los hechos, obsesión de los pintores –retratistas, paisajistas, principalmente– del siglo XIX.
“Aunque en un principio se consideró un instrumento técnico, básicamente para la pintura, posteriormente fue cobrando autonomía frente al uso que daban los diferentes artistas, quienes empezaron a experimentar de una manera consciente, profunda, con todas las cualidades plásticas de los diferentes materiales químicos con los cuales realizaban la fotografía.
“De manera que de ser un instrumento técnico, que coadyuvaba al registro fidedigno de la realidad buscado por algunos pintores, se transformó en una expresión autónoma, al grado de que rivalizó con la propia pintura. Después su evolución fue mostrando que poseía una capacidad autónoma para capturar la realidad de una manera distinta a la pintura.
“Eso le ha permitido a lo largo del tiempo que lleva como expresión técnica –porque sigue siendo técnica– y artística, mantener una autonomía y una especificidad frente a otras de las bellas artes”, planteó el investigador.
En relación con la situación actual de la fotografía, el investigador señaló que se encuentra en buen estado y muy potente en su propia condición de producción visual.
“Hoy, la fotografía ocupa un lugar preponderante en el devenir de la historia. Por un lado, permite, aproximarse al pasado, aunque siempre con reservas; asimismo capturar el presente y además plantear interrogantes sobre el futuro. En ese sentido la fotografía tiene una resonancia temporal amplia, con lo cual permite plantearse como una expresión compleja del presente.
Desde la óptica de Ruiz, “la fotografía es un testigo de la historia pero no un ‘testigo fiel’. Más bien, un ‘testigo incómodo’. No posee la verdad de los hechos. La fotografía sigue siendo en algún grado subjetiva, pues siempre responde al punto de vista de una persona que captura la realidad con un ángulo, desde una posición ideológica. En ese sentido no hay una verdad absoluta, aunque es parte de ella. No es objetiva al ciento por ciento, dado que está mediada por una subjetividad, aunque contiene un grado de objetividad”.
Para argumentar sobre el calificativo de ‘testigo incómodo’, el autor de Docufricción. Prácticas artísticas en un México convulso, citó dos casos de la historia occidental. Primero: “el conjunto de cuatro fotografías clandestinas tomadas por miembros del Sonderkommando (judíos obligados a trabajar para los nazis en los campos de concentración) accidentadas, de ángulos equívocos, borrosas, confusas. Cuando aparecieron, de inmediato ofrecieron una lectura distinta de la vida dentro de los campos de concentración. Son fotografías que replantearon la historia con el pasado y con el presente.
Segundo: “las fotos que aparecieron en México a principios del siglo XXI tomadas por Manuel Gutiérrez Paredes Mariachito, un fotógrafo al servicio de la Presidencia la noche del 2 de octubre de 1968 en el Edificio Chihuahua de Tlatelolco. No son fotografías de periodistas ni de estudiantes ni de participantes de la marcha, sino tomadas desde el punto de vista oficial. Esas fotografías mostraron algo que se desconocía de la historia del 2 de octubre. Estos ejemplos permiten entender que, en efecto, la fotografía es ‘testigo incómodo’ de la historia pero necesario”.
En cuanto a la expresión popular que ronda los medios de comunicación y ámbitos académicos, “vale más una fotografía que mil palabras”, el investigador consideró que “no contiene efectividad ya que la imagen puede ser autosuficiente tanto como el relato escrito o verbal. Lo interesante resulta cuando se cruza lo verbal con lo visual y crean una conjunción potente que permite entender, en principio, que tampoco habría autosuficiencia de las imágenes o de los relatos y que cuando colaboran, cuando se intersectan la imagen y la palabra se producen relaciones significantes, atractivas o perturbadoras.
Al referirse a la distinción entre imagen y fotografía, el especialista señaló: “Cuando surgió la fotografía digital –como sucedió con la rivalidad entre pintura y fotografía, y se habló de la muerte de la pintura–, se dijo que el formato digital no era fotografía sino un registro de imagen. Me parece que las capturas digitales responden a una mecánica distinta de la fotografía. Y no me refiero a la fotografía análoga o a los procesos químicos.
Es decir, añadió Ruiz, “la fotografía sigue siendo un oficio y una disciplina que se aprende y cuenta con un lenguaje (composición, encuadre, iluminación o puntos de vista), condición que nunca ha dejado de operar.
“En cambio, las capturas digitales que llamamos imágenes, tienen una lógica distinta son como membranas que se desprenden de diferentes dispositivos (teléfono celular, computadora, cámara de video) con capacidad de generar membranas visuales que fluyen en las redes sociales y medios de comunicación.
Por ejemplo, continuó “la fotografía difícilmente se hará ‘viral’; es decir, el trabajo de fotógrafos célebres como Susan Meiselas –que ha hecho fotos realmente impactantes de la guerra sucia en Guatemala, las cuales han cambiado el modo de entender esos hechos–, sólo será conocido acaso por un reducido número de personas.
“En cambio, si se habla, por ejemplo –en el mismo rango de violencia de la instantánea del rostro desollado de Julio César Mondragón, el estudiante normalista de Ayotzinapa–, cerca de la mitad de la población alcanzó a verla o supo de ella. De modo que no hay comparación entre el curso de las imágenes que fluyen de dispositivos tecnológico de diversa factura y la fotografía”.
Eso no quiere decir, una sea mejor que la otra o que una tenga un espectro más complejo que la otra. Ambas plantean preguntas y rumbos interesantes. Hay ocasiones en que los artistas visuales gustan de conjugar fotografía con imagen; es decir, no se oponen fotografía e imagen. La fotografía sigue siendo un oficio, una disciplina, una expresión artística.
“Cabe destacar que para los fotoperiodistas es un oficio. Para los fotógrafos que buscan una expresión artística, además tienen que aprender a iluminar y a encuadrar.
En cuanto a la idea de que todos podemos ser fotógrafos, Ruiz aseguró que es falsa tal consideración. “Podemos capturar y transmitir imágenes desde cualquier dispositivo, pero los fotógrafos están formados con atributos”.
Aún más: hoy en día la foto “ocupa un lugar preponderante en la historia. Habría que agregar que es un instrumento complejo de comunicación visual, y que su poder está relacionado con esa complejidad. (Por complejidad quiero decir que no se resuelve desde una sola arista, o que no solamente tiene una línea de acción)”.
La fotografía, abundó “permite un registro de la realidad, y a la vez informa sobre esa realidad, pero también puede expresar un punto de vista, porque hay, en efecto, un fotógrafo, una subjetividad que está mirando. Esa subjetividad también puede manipular los hechos, construir o modificar las escenas y, a su vez, esa modificación de las escenas conduce a una toma de posición ideológica”.
En un estudio recién concluido Violencia, imagen y fotografía de prensa, Ruiz analiza el trabajo del fotoperiodista activo Bernardino Hernández, autodidacta, radicado en Acapulco, Guerrero. Se desempeña en distintos medios como free lance y ha sido reconocido en el extranjero como uno de los mejores siete fotoperiodistas de guerra por el registro hecho sobre violencia desde 2006.
Las imágenes de Bernardino, informa el académico, “tienen el componente esencial de la nota roja: primerísimo plano muy violento. Aparece el cadáver con las heridas del deceso, pero siempre hay una búsqueda de composición distinta de la foto de nota roja, habitualmente plana, que busca conmocionar.
“Las fotografías de Bernardino también buscan conmocionar, por supuesto, pero además de informar y registrar ese hecho violento tiene expresividad plástica y visual, lo cual habla de una manera distinta de registrar la violencia en este país.
“Eso, lo conduce a plantear una toma distinta de cómo un fotoperiodista debe narrar los hechos violentos, de manera que la fotografía posee un poder de comunicación, pero no es de un modo lineal a la manera del lugar común: “la fotografía es el reflejo de la realidad”. Si ese es el reflejo de la realidad es bastante opaco y poco transparente. Si algo tiene la fotografía, además de su condición artística, es cumplir con una función social.
Aunque tal pertinencia social, continuó el académico, “corresponde más al campo de la fotografía documental y del fotoperiodismo, vertientes que en ocasiones se entrecruzan, para dar presencia a ese ‘testigo incómodo’ pero también instrumento complejo de comunicación visual.
Finalmente, el investigador consideró que “las imágenes también se sedimentan como los procesos históricos, condición interesante ya que se pueden mover las capas e ir viendo cómo las imágenes se van superponiendo, creando significados en ocasiones contradictorios o coincidentes.
Sin duda, las imágenes son polisémicas. Esa particularidad se advierte en la instantánea del rostro desollado de Julio César Mondragón: creó de inmediato un efecto paralelo tanto de voyerismo como de horror, dos efectos distintos, pero también es una imagen de ‘terror de Estado’.
“Las fotografías poseen tantos significados que no deberíamos ni creer ciegamente en ellas –eso es importante– ni desechar su efectividad. Incluso las imágenes candentes, las que son producto de un hecho de violencia no son fáciles de “leer”. Hay que entender que son objetos complejos, significantes, que también se resisten, se desvían y plantean desafíos de lectura para quien trata de acercarse a ellas, concluyó.