Qué comemos: una decisión política. ¿Por qué comer orgánico?

Para la doctora Carol Hernández, del Programa Universitario de Bioética, este tránsito es indispensable para reducir los efectos del cambio climático.

La producción de alimentos en el mundo es origen de 26% de los gases de efecto invernadero. Además, en la agricultura se utiliza 70% del agua dulce disponible y es responsable de 78% de la eutrofización, es decir, del aumento excesivo de nutrientes en las aguas de lagos y embalses.

La eutrofización comienza cuando el cuerpo de agua recibe nutrientes, principalmente nitrógeno y fósforo, como desechos agrícolas o forestales, lo que favorece el aumento excesivo de materia orgánica, lo cual a su vez ocasiona un crecimiento acelerado de algas y de plantas verdes que cubren la superficie del agua.

El exceso de algas enturbia las aguas lo que impide que la luz del sol penetre hasta el fondo del ecosistema. En consecuencia, la vegetación no puede realizar la fotosíntesis y muere, dando lugar a que otros microorganismos –como bacterias– se alimenten de las plantas muertas consumiendo el oxígeno que necesitan peces y moluscos.

Estas cifras, de la publicación especializada Our World In Data, nos indican el impacto de nuestra alimentación en el ambiente, cómo contribuimos cada uno de nosotros al cambio climático y señalan la necesidad de un cambio en nuestro patrón de consumo.

“El cambio climático no nos deja muchas opciones, no podemos continuar con un sistema de agricultura extensiva”, dice Carol Hernández, del Programa Universitario de Bioética (PUB). “Tenemos que pensar y hacer balances, tender lo más posible a la agricultura orgánica e informar al consumidor sobre el impacto de la agricultura en el medio ambiente”.

Agrega como consumidores debemos estar conscientes de la importancia del impacto en el medio ambiente de nuestro quehacer cotidiano y de cómo unidos fortalecemos a la sociedad civil en la que jugamos un papel fundamental. “Hay decisiones políticas en cada una de nuestras comidas”.

Agricultura orgánica

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, (FAO), define a la agricultura orgánica como “un sistema de producción que trata de utilizar al máximo los recursos de la finca, dándole énfasis a la fertilidad del suelo y a la actividad biológica, y al mismo tiempo a minimizar el uso de los recursos no renovables, y con el fin de proteger el medio ambiente y la salud humana no utilizar fertilizantes y plaguicidas sintéticos.”

De acuerdo con la académica, es necesario transitar a una agricultura orgánica porque “es un método agrícola particular en el que se intenta no utilizar fertilizantes o pesticidas sintéticos; es un sistema que busca organizar las parcelas con el fin de prevenir problemas de fertilidad del suelo y de evitar las plagas invasoras trabajando de una manera preventiva. La idea de la agricultura orgánica es aprender a manejar adecuadamente los ciclos naturales y que la propia naturaleza se regule para una producción adecuada. Es importante mencionar que la agricultura orgánica no busca reducir la productividad”.

Producción de CO2 y nuestros alimentos

Un estudio publicado en Enviromental Science & Technology encontró que en Estados Unidos un hogar promedio genera cada año 8.1 toneladas de CO2 relacionadas con el consumo de alimentos.

De acuerdo con el Banco Mundial, en México cada año se desperdician 20.4 millones de toneladas de alimentos las cuales generan 36 millones de toneladas de CO2.

Si la agricultura orgánica no ha hecho avances más significativos en el mundo se debe a que “hay muchos intereses económicos” en la industria agrícola. Según las empresas más importantes este sistema de producción de alimentos reduce la productividad del suelo, lo que a la larga va crear desabasto de alimentos.

“El mantenimiento o incremento de la productividad es algo que toda empresa busca, y siempre nos venden esa idea: incrementar la productividad. Sólo los que no manejamos empresas confundimos cuáles son los valores de una empresa. Detrás de esta afirmación hay muchos intereses políticos, porque incluso los propios agricultores industriales en Estados Unidos dicen que es sólo un discurso empresarial para seguir fomentando la idea de que se debe producir siempre más alimentos.

“Desde la década de 1960 hasta nuestros días la producción mundial de alimentos bien distribuida podría satisfacer las necesidades alimentarias de la población”, explicó la también doctora en sociología por la Universidad Estatal de Portland, Oregón, Estados Unidos, y agregó que no todo en la agricultura industrial es dañino.

“La agricultura industrial solucionó un problema esencial en la producción de alimentos: la necesidad de incorporar sistemáticamente nuevas extensiones de tierra para enfrentar el desgaste del suelo y la creciente demanda de alimentos. Redujo considerablemente ese problema porque al integrar agroquímicos –como los fertilizantes– se puede seguir produciendo de manera continua en una misma extensión de tierra sin necesidad de dejar descansar el terreno. Esto ha sido una solución fundamental, porque la opción, al seguir buscando tierra, es la deforestación, una de las principales razones del cambio climático”, dijo la investigadora.

Sin embargo, la adición de este tipo de sustancias a los alimentos podría causar daños en nuestro organismo. Un estudio de Pediatric, publicación oficial de The American Academy of Pediatrics, señala que en Estados Unidos actualmente “se permite agregar más de 10 mil sustancias químicas a los alimentos y a los materiales en contacto con alimentos, ya sea directa o indirectamente”.

“Los niños pueden ser particularmente susceptibles a los efectos de estos compuestos, debido a que tienen exposiciones relativas más altas en comparación con los adultos (por a una mayor ingesta dietética por peso), a que sus sistemas metabólicos (es decir, desintoxicación) aún se están desarrollando y a que sus sistemas de órganos clave están experimentando cambios sustanciales y de maduración que son vulnerables a las interrupciones”, advierte la publicación.

“Si nos decidimos por la agricultura orgánica, la eliminación de los agroquímicos será un impacto muy importante en la mitigación del cambio climático. Pero también debemos considerar los beneficios para la salud de la población en general, en especial los trabajadores agrícolas, quienes están expuestos cotidianamente a los agroquímicos, algunos de los cuales son muy tóxicos, si bien su impacto frecuentemente se conoce muchos años después de que el agroquímico se introdujo al mercado.

Un ejemplo clásico es el DDT, que fue prohibido para su uso agrícola en Estados Unidos como resultado de una lucha de la sociedad civil para regular a las empresas (ver el libro La Primavera Silenciosa, de Rachel Carson, 1962). Sin embargo, después de ser prohibido para su uso agrícola en Estados Unidos se utilizó como arma química en la guerra de Vietnam.

“Esta regulación es importante porque la agricultura cuyo único objetivo son las ganancias está destruyendo el planeta. Si no tomamos medidas contundentes no podremos hacer nada para frenar el cambio climático”.

Regulaciones

Uno de los obstáculos que deben enfrentar los consumidores de productos orgánicos es su falta de regulación y garantías. “Cuando compras productos ‘orgánicos’ no es fácil conocer las prácticas y métodos de producción que están detrás de ellos. En México, por ejemplo, es común que a los cultivos de un productor sólo por ser pequeño se les considere orgánicos”, indicó la académica.

El etiquetado es un problema muy complejo porque hay muchas relaciones de poder involucradas. El café es un caso ejemplar. El café orgánico y de comercio justo se produce en países del hemisferio sur, pero los principales consumidores son del norte, especialmente Estados Unidos y Europa.

Para demostrar que el café efectivamente es orgánico y de comercio justo las cooperativas buscan ser certificadas por agencias procedentes de los países consumidores del café. Estas certificaciones casi siempre son rigurosas y muy costosas, lo cual implica un problema para los agricultores, quienes reciben precios muy bajos por su producto (muchas veces debajo de los costos de producción). Mantener el sello también es difícil porque las evaluaciones son anuales, y si los agricultores no cumplen con los parámetros pierden la certificación.

“Las comunidades productoras de café han optado por hacer economía solidaria, en la que los sellos son otorgados por organizaciones o iglesias locales que trabajan con grupos de la sociedad civil provenientes de los países consumidores”, explica la investigadora.

Se busca que estas certificaciones no sean tan costosas, que los precios que se pagan a los productores sean más altos, y que parte de las ganancias se inviertan en el fortalecimiento de las cooperativas y en el financiamiento de otros proyectos comunitarios.

Estos sistemas de certificación alternativos sirven para romper las relaciones de poder y dependencia con los países del norte. Sin embargo, independientemente de quién otorga la certificación, aún deben regularse los procedimientos de producción orgánica”, explicó la también académica de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (ver el libro Cosechando Justicia: Café de Comercio Justo, Sustentabilidad y Sobrevivencia, 2019, de Daniel Jaffee).

La demanda es una de las herramientas más poderosas de los consumidores para aumentar la oferta de productos orgánicos. “Nos faltan certificaciones que no sean costosas o exclusivas de los países del norte, aunque ahora tenemos certificadoras mexicanas que deben expandirse. Entre más demanda haya, los procesos de certificación se facilitarán”.

La educación de consumidores y agricultores es igualmente relevante. “Muchas de las verduras que se venden como orgánicas en la Ciudad de México son producidas en Xochimilco, en el marco del sistema tradicional de la chinampa, pero frecuentemente el agua de riego está contaminada. En ocasiones el consumidor no entiende estos detalles, nos falta educación sobre el significado de lo orgánico”, explica la investigadora.

“Orgánico” y “natural”

Agrega que otro ejemplo lo encontramos en algunas comunidades campesinas que equiparan lo “natural” (simplemente no usar agroquímicos) con lo “orgánico” (una forma específica y compleja de trabajar y mantener la productividad y calidad de la tierra). “Lo orgánico es más complejo que producir sin agroquímicos.”

“Más allá de las críticas al sistema orgánico –sobre todo en un país donde este mercado es incipiente y poco regulado–, necesitamos transitar a lo orgánico, es una emergencia. Estamos en el límite de nuestras capacidades frente al cambio climático y la gente no lo entiende: o cambiamos el modelo –porque ya no ofrece soluciones– o continuamos con la destrucción del planeta y de la humanidad”.

“Pero no podemos esperar que una persona cuyos ingresos son de dos o tres salarios mínimos compre su despensa en Green Corner, es imposible porque los precios aún son muy altos. Debemos presionar poco a poco, consumir más productos orgánicos para que bajen los precios. Es la única solución”.

En Estados Unidos, por ejemplo, hace unos años había pocas opciones orgánicas en el súper, ahora puedes encontrar prácticamente todas las frutas y verduras en opción orgánica, además de muchos otros productos sin tener que comprar en un lugar especializado. “Eso se logró con la demanda del consumidor”, concluyó Carol Hernández.

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