Miguel J., de la maestría en Historia del Arte

Grafiti de alumno de la UNAM, patrimonio de universidad cubana

Está en el vestíbulo de la Facultad de Ciencias de la U de Matanzas

Imagen: Miguel J.

Un grafiti de Miguel J., alumno de la maestría en Historia del Arte de la UNAM, fue nombrado patrimonio artístico y cultural de la Universidad de Matanzas, Cuba.

Firmado con el seudónimo Graun, y plasmado en un muro del vestíbulo de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la institución cubana, la obra está inspirada en las raíces del también escritor de grafiti y artista visual.

Su abuela, cubana, tuvo que huir de la isla durante la dictadura de Fulgencio Batista, “se refugió en México, donde se casó, pero nunca olvidó su tierra, por eso decidí honrar su memoria plasmando a una niña que desde el muelle ve a Cuba y al barco que la condujo hacia la libertad”, relató.

El joven universitario logró este reconocimiento luego de atender la convocatoria para participar en el I Evento Internacional Universidad Sociedad 2020, donde uno de los encuentros fue el I Simposio Patrimonio y Cultura.

En el Hotel Iberostar Bella Vista, en Varadero, Graun presentó la ponencia El Arte Urbano como Promotor en la Construcción de Patrimonios Culturales.

Cuando su participación fue aceptada preguntó a los organizadores cómo son las leyes cubanas, porque “quería pintar en la calle”, recordó. Conociendo el trabajo del artista visual, le dijeron que ya le habían conseguido un espacio para que plasmara su obra: en la Universidad de Matanzas. “Fue una gran sorpresa; me reconocieron por mi contribución artística y nombraron mi grafiti patrimonio artístico y cultural de esa institución”.

Miguel J. explicó que el concepto de grafiti se acuñó en los descubrimientos de Pompeya; así se denominó a las inscripciones informales que los arqueólogos hallaron en esa antigua ciudad romana, sepultada por la erupción del volcán Vesubio en el año 79 de nuestra era.

El concepto ha cambiado y hoy incluye a la escritura que hacen las pandillas para demarcar su territorio, o la que se realiza durante protestas o manifestaciones estudiantiles o feministas, ejemplificó.

Se trata de una “marca en primera persona, es el nombre o seudónimo de quien lo ejecuta y básicamente se trata de letras, aunque también puede incluir personajes, y tener diferentes estilos”, detalló el alumno de Elia Espinosa, integrante del Instituto de Investigaciones Estéticas.

El juego de seguir pintando

El estudiante señaló que el grafiti es el impulso de pintar sin una intención, y cuyas directrices son quién pinta más, más alto, en lugares peligrosos o arriesgados, y con calidad, la cual se mide por la combinación de colores, sin chorrear la pintura, y en el “can control”, es decir, el dominio del pulso al manejar el aerosol para obtener disparos amplios o trazos finos y difuminados.

El grafiti, reconoció, no es artístico, ni lleva una intención de arte, aunque pueda tener esas características y alcanzar parámetros estéticos. Tampoco es necesariamente revolucionario. “Es básicamente un juego, el de seguir pintando”.

Lo puede hacer cualquier persona, sin importar género, clase social o formación académica, un chico o chica de Polanco, la Roma o Ciudad Nezahualcóyotl; abogados, médicos o quienes no terminaron la secundaria. Se trata del “mejor ejemplo de inclusión”.

Esa práctica, consideró el sociólogo de formación, debe tener tres características: ser anónima, ilegal y transgresora, aunque ahora también se hace de forma legal y por autores conocidos. Aunque la mayoría de los grafiteros plasman su nombre en todos los sitios posibles, otros se inspiran en los cómics, obras de arte o series televisivas, pero “yo también encuentro mi motivación en situaciones sociales”.

Función social

Hay un lema que dice “sin grafiti no hay ciudad”. Esas marcas en los muros de las urbes tienen una función social: pueden, por ejemplo, dar coordenadas para la ubicación de las personas, y en las manifestaciones, el objetivo es hacer válido el lema surrealista de “las paredes hablan”. Pueden servir también para expresar emociones, como en el proyecto Acción Poética, o reivindicar sociopolíticamente a ciertos grupos, como los chicanos o los cholos.

Igualmente, tiene la gran función de reintegrar a la juventud, regenerar el tejido social y hasta crear patrimonio cultural. No obstante, ha sido estigmatizado y perseguido. “En la época de la tolerancia cero, a inicios de este siglo, este movimiento en Ciudad de México se volvió más rebelde y contestatario, y se volcó contra el sistema de transporte y propiedades públicas y privadas”.

Hoy, se utiliza el grafiti y el arte urbano como adorno de ciertos espacios e inmuebles, y eso eleva su plusvalía. Así ocurre en el primer cuadro del Centro Histórico de CdMx, en calles como 20 de noviembre y Regina, donde bajo una misma temática se han pintado las cortinas de los negocios con la pretensión de generar una ciudad-museo o una ciudad-galería que atraiga al turismo.

Esa investigación es el objeto de estudio de la tesis de maestría de Miguel J., que lleva por título “El graffiti como agente en la gentrificación: un análisis del arte urbano contemporáneo en el Centro Histórico de la Ciudad de México”, que concluirá a finales de este año.

Se trata de una reflexión sobre la estética, los fenómenos del grafiti, y del arte y espacio urbanos, pero centrado en el fenómeno de la gentrificación.

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