Al sur de Ciudad de México, en una mesa de comedor, tres generaciones de una misma familia –Ernesto, Ilse y doña Concepción– elaboran figuritas de papel maché. Se trata de los Ronces, cuya casa de Xochimilco parece un museo de tradiciones populares, pues sobre una cómoda, a mitad de la sala, puede verse una colección variopinta de calaveritas, máscaras y diablitos.
Estas figuras –que parecen recibir a las visitas en las poses más extravagantes– de inmediato atrapan la atención, pero lo más curioso de este cuadro es contemplar cómo una abuela, un tío y una nieta comparten anécdotas y ríen al tiempo que crean esqueletos de papel que pronto decorarán las más diversas ofrendas de Día de Muertos.
El emprendimiento de esta familia lleva por nombre Creaciones Ronces y se especializa en cartonería, técnica de modelado en papel con la cual esta dinastía da forma a máscaras, diablitos, catrinas y calaveras con diseños de lo más imaginativo y que portan elementos característicos del difunto a quien se desea homenajear.
Hace 14 años, el diseñador gráfico Ernesto Ronces comenzó a realizar piezas alusivas a Día de Muertos de una manera peculiar. “En mi trabajo anterior una compañera me dijo que quería regalar algo único y muy mexicano a una amiga extranjera. Le compró una calavera de papel maché, pero la quería con alas de mariposa. Me ofrecí a añadir la pieza faltante y le gustó tanto el resultado que me pidió otra para su mamá. Esto llamó tanto la atención en la oficina que de repente todos comenzaron a encargarme calaveritas personalizadas”.
Ernesto asegura que cada una de sus creaciones son distintas, ya que procura detallar lo más posible su pieza (rostro y vestimenta) para que sus clientes recuerden cómo era su ser querido. Además, les coloca accesorios para representar lo que le gustaba a la persona en vida.
“Con el tiempo descubrí que los altares se hacen con base en los cuatro elementos: agua, fuego, tierra y aire, este último atribuido al dios azteca Ehécatl. Todo esto me gusta plasmarlo en mi trabajo para hacerlo más tradicional y conservador; por ello, en lugar de tela uso papel de China en el vestuario, para simbolizar el viento”.
Ernesto Ronces nunca imaginó que al elaborar calaveritas de papel maché estaba inaugurando una tradición familiar, pero muy pronto su madre y una de sus sobrinas, Ilse –alumna de la carrera de Diseño y Comunicación Visual de la Facultad de Artes y Diseño (FAD)–, se sumaron a esta labor. Desde entonces no han parado.
De hecho, Ilse se integró a estas actividades desde pequeña, a los siete años, pues le llamaba mucho la atención el trabajo de su tío, y poco a poco comenzó a ayudarlo a elaborar catrinas y otras figuras.
“En parte lo que me motivó a estudiar mi carrera fue mi contacto con la cultura de Xochimilco, donde vivo; otro tanto fue la tradición de la cartonería. Me di cuenta de que me gustaban los medios audiovisuales y de que podía aportar esta inquietud al trabajo familiar, por lo que los apoyo con fotografía, animación y diseño de empaque”, refiere la joven.
Las creaciones de los Ronces –indica la universitaria– son únicas no sólo porque son elaboradas con cariño y creatividad, sino porque, además, su técnica es cien por ciento artesanal. Por ello, considera que su familia rescata algo de las tradiciones culturales mexicanas al transformar el papel en piezas de arte con valor tanto simbólico como sentimental.
La magia comienza en la cocina, cuando la madre de Ernesto coloca en una cacerola los ingredientes del engrudo y los revuelve hasta obtener un pegamento espeso. Mientras tanto, Ilse corta papelería de oficina reciclada: y con pliegos de Kraft, Ernesto perfila moldes de los torsos, cabezas y extremidades de las figuras.
Una vez listo el engrudo, la familia cubre las piezas capa por capa para luego secarlas al Sol. El proceso sigue con la pintura y el decorado de las piezas para concluir con el armado y la colocación minuciosas de prendas y elementos personalizados.
“Siempre me ha llamado la atención todo lo relacionado con las tradiciones de nuestro país, sobre todo el Día de Muertos. Somos de Zacualpan, Estado de México, y cada que visitábamos a nuestros parientes disfrutaba de ver los campos con flores, las velas, comer pan y los altares a los difuntos. Íbamos a los mercados y me daban curiosidad las figuras de papel maché. Siempre imaginé que algún día haría mis propias calaveras”, recuerda Ernesto.