Hace unas semanas, la prestigiosa revista científica Nature dio a conocer que, gracias a sendos implantes cerebrales que interactúan con un programa de computadora, dos mujeres estadunidenses que habían perdido el habla a consecuencia de una esclerosis lateral amiotrófica, la primera, y de un ictus o accidente cerebrovascular, la segunda, recuperaron la capacidad de comunicarse con sus semejantes.
Al respecto, Víctor Hugo de Lafuente Flores, investigador del Instituto de Neurobiología, campus Juriquilla, de la UNAM, comenta: “Este paso es muy importante, porque ahora se abre la posibilidad no sólo de intervenir directamente el cerebro y registrar su actividad eléctrica para ayudar a recuperar la movilidad a aquellos pacientes con un problema neurológico, como una lesión en la médula espinal, sino además de acceder a las funciones cognitivas superiores del cerebro (atención y concentración, percepción y reconocimiento, orientación y memoria) y, es más, a nuestros sentimientos, emociones, deseos…”
Hoy en día esta segunda posibilidad se ha planteado únicamente en el terreno teórico, porque los científicos aún no conocen el código neuronal, o sea, el lenguaje que usan las neuronas para comunicarse entre sí.
“Muchos científicos lo estamos investigando en distintos laboratorios de todo el mundo, pero todavía no lo conocemos. Ya se pueden descifrar algunas señales neuronales asociadas al habla y al movimiento. Sin embargo, la pregunta que debemos formularnos en un futuro inmediato es qué pasará cuando podamos descifrar señales neuronales asociadas a nuestros sentimientos, emociones, deseos… Hoy en día existe la posibilidad de que una interfaz cerebro-computadora, como las desarrolladas por la empresa Neuralink, de Elon Musk, decodifique ese tipo de pensamientos, lo que abre un enorme abanico de opciones y da pie a diversas preguntas éticas y legales que habría que empezar a abordar a la brevedad”, manifiesta De Lafuente Flores.
Visiones distintas
Además de registrar la actividad eléctrica del cerebro, agregó el investigador universitario, una compañía de Stanford, California, ha logrado modificarla. De esta manera, estimulando ciertas regiones de aquél, personas con el mal de Parkinson, que tienen dificultades para moverse, han sido capaces de hacerlo con mayor libertad.
“La posibilidad de registrar y modificar información del cerebro resulta muy útil en el terreno de la medicina, pero también implica cuestiones éticas cruciales. El lugar común dice que la información es poder. Y es cierto: quien la posee puede influir en decisiones sociales, políticas, económicas… Ahí está Facebook, con acceso a datos, preferencias, conductas de millones de usuarios. Por eso, Mark Zuckerberg, su fundador, tuvo que comparecer ante el Congreso de Estados Unidos para explicar el uso político de miles de cuentas de usuarios de su plataforma”, explicó.
“Ahora imaginemos una empresa que haya desarrollado un implante cerebral capaz de guardar información de nuestros pensamientos… Varias preguntas fundamentales surgirán entonces, como: ¿a quién pertenecerá esa información: al individuo de quien se extrajo o a la empresa desarrolladora de dicho dispositivo electrónico? Para que no nos tomen por sorpresa, como sucedió con Facebook, se debe regular todo lo relacionado con los implantes cerebrales.”
Por supuesto, a los empresarios como Elon Musk les interesan las aplicaciones tecnológicas, pero en especial el negocio y las ganancias económicas que éste les pueda producir. “Y a los científicos que desde la investigación básica nos dedicamos a descubrir cómo funciona el cerebro nos corresponde formular ésas y otras preguntas”, agrega De Lafuente Flores.
Intereses científicos, no monetarios
De acuerdo con el experto, el principal riesgo que conlleva un implante de esta naturaleza es que, una vez realizada una craneotomía (apertura de un pequeño agujero en el cráneo) con el fin de ponerlo en el cerebro de una persona, puede desencadenarse una infección.
“No obstante, la tecnología y el conocimiento médicos han avanzado tanto en nuestra época que este riesgo es casi nulo, y si llegara a presentarse, resultaría fácil afrontarlo con éxito.”
Una de las mujeres que recuperó la capacidad de comunicarse con sus semejantes recibió un implante cerebral desarrollado por Neuralink. Ahora bien, por lo que se refiere a los riesgos y complicaciones de sus proyectos, la empresa de Elon Musk, al igual que todas las compañías privadas, no acostumbra reportarlos.
En relación con esto, De Lafuente Flores señala: “La investigación básica que se hace en universidades públicas como la UNAM es muy valiosa porque genera conocimiento a partir de experimentos; con todo, unas veces salen bien y otras no. Pero el sueldo y la posición laboral de los científicos que la realizan no depende de que el resultado de aquéllos sean exitosos o no”.
En suma, “uno realiza un experimento con el fin de averiguar si la hipótesis que se propone es correcta o no. En cambio, las empresas privadas –cuya participación para impulsar la ciencia y la tecnología es esencial, sin duda– siempre deben reportar ganancias. En ese sentido es fundamental que todas las universidades públicas de México, Estados Unidos, Europa… se involucren en la supervisión y regulación de tecnologías nuevas como la de los implantes cerebrales, porque tienen intereses científicos, no monetarios”, agregó.
En la fase inicial
A decir del investigador, probablemente pasarán 20 o 30 años antes de que los implantes cerebrales se usen en tratamientos médicos viables –es decir, comunes, aunque no rutinarios–, con procedimientos bien establecidos.
“Se encuentran en su fase inicial y se están probando con un número reducido de pacientes y, como cualquier otra tecnología, avanzarán inevitablemente. Quizás en dos o tres décadas no sólo serán accesibles para quienes los requieran, sino también para el público en general. Pensemos en los teléfonos celulares: cuando salieron al mercado, unas cuantas personas tenían acceso a ellos y ahora casi todos poseemos uno. La capacidad de registrar directamente la actividad de las neuronas cambiará la forma en que nos relacionamos con las computadoras y, sobre todo, con la inteligencia artificial.”
“Mucha tecnología de la que disponemos hoy en día se volverá obsoleta. Por ejemplo, en lugar de picar los números de un teléfono celular para hacer una llamada, podremos darle instrucciones sólo con el pensamiento, y también a un automóvil, una computadora, una televisión… Pero, insisto, hay que empezar a organizar mesas de discusión y a aportar ideas que nos conduzcan a la regulación de los implantes cerebrales”, indica.
Para ajustar comportamientos
Algunos investigadores sostienen que, además de mejorar la calidad de vida de las personas con una discapacidad neurológica, los implantes cerebrales podrían servir más adelante para estimular ciertas regiones del cerebro, en específico la corteza frontal o la prefrontal, y así optimizar también la toma de decisiones y el pensamiento reflexivo.
“Desde esta perspectiva sería factible, por ejemplo, aprovecharlos para tratar a personas con un historial de delincuencia y violencia, y ajustar su comportamiento. Pero, ¿quién determinaría qué conductas son socialmente más adaptativas o moralmente más aceptables que otras? Es necesario incluir en la discusión sobre el tema no sólo los beneficios de los implantes cerebrales en la calidad de vida de quienes tienen un problema neurológico, sino también estas cuestiones éticas e incluso jurídicas, de derechos humanos”, apunta Lilia Mestas Hernández, neuropsicóloga de la Facultad de Estudios Superiores Zaragoza.
Sobre la participación de Elon Musk en el desarrollo de los implantes cerebrales, la académica de la UNAM cree que, a pesar de su interés en los avances tecnológicos, el magnate de origen sudafricano da prioridad al negocio que éstos ofrecen.
“Por eso hay que tener cuidado y plantearse las cuestiones éticas, jurídicas y aun filosóficas que conllevan los implantes cerebrales y, ante todo, considerar que es imprescindible regularlos”, concluye.
La información sobre este tema publicada recientemente en Nature se encuentra en las siguientes direcciones electrónicas: https://www.nature.com/articles/d41586-023-02682-7 y https://www.nature.com/articles/s41586-023-06443-4
Aunque los experimentos iniciales relacionados con la electricidad y la anatomía datan del siglo XIX –en 1874, el neurocirujano Roberts Bartholomew estimuló un cerebro humano con electricidad–, el primer implante neuronal exitoso en un ser humano llegó hasta 1961, cuando los ingenieros estadunidenses William House y John Doyle crearon un sistema para estimular directamente el nervio coclear y evitar la cóclea dañada, permitiendo escuchar nuevamente a miles de pacientes.
Posteriormente, en 2002, el ingeniero Robert Greenberg creó el Argus 1, primer dispositivo implantable diseñado para estimular la retina, la parte del ojo humano que es sensible a la luz. Su uso posibilitó que los pacientes recuperaran la percepción de formas simples.
Un dispositivo similar fue presentado en 2018 por científicos en la Escuela Politécnica Federal de Lausana, Suiza, quienes diseñaron un implante retinal lo suficientemente avanzado que hacía que una persona legalmente ciega dejara de serlo con su uso.
Asimismo, se han hecho avances significativos relacionados con restaurar la movilidad o la pérdida de extremidades en los últimos 30 años. Por ejemplo, en 2002, el ingeniero británico Kevin Warwick implantó un electrodo en uno de sus brazos que le permitió controlar un brazo robótico.
En mayo de 2023, la revista Nature publicó un nuevo estudio realizado por la Escuela Politécnica Federal de Lausana, en el que anunciaban la restauración exitosa de la comunicación entre el cerebro y la médula espinal gracias a la implementación de una interfaz cerebro-columna vertebral; esto permitió a un individuo con tetraplejía crónica pararse y caminar naturalmente, incluso en ambientes fuera del laboratorio.
La compañía Neuralink, fundada por Elon Musk, prometió en 2019 la creación de un implante neuronal “revolucionario” para tratar la ceguera y la parálisis corporal; sin embargo, hasta marzo de 2023 recibió permiso de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) para iniciar pruebas clínicas en humanos.