José María Velasco: del rebozo al paisaje
Fue el mejor paisajista mexicano del siglo XIX y un pionero de la ciencia moderna en México
Pintor y hombre de ciencia, José María Velasco descubrió una nueva especie de ajolote, endémico del Valle de México que tanto pintó.
Ciento 80 años hace que nació el mejor pintor paisajista mexicano del siglo XIX y uno de los pioneros de la ciencia moderna en nuestro país. Nació, también ese 6 de julio de 1840, pero al otro lado del charco, Claudio Monet, padre y maestro del impresionismo
Nativo de Temascalcingo, Estado de México y de familia de artesanos, tejedores y marchantes de rebozos, Velasco descubrió su afición al dibujo a los 10 años; de 1850 data su primera obra: un adolescente a lápiz. Apenas tenia 15 años cuando ingresó (como alumno supernumerario) a la Academia de San Carlos.
Tres años después, en 1858, comenzó a cursar oficialmente la carrera de pintura , donde su maestro Eugenio Landesio le enseño la técnica paisajista, y al poco tiempo, curioso por saber más a detalle sobre lo que pintaba y dibujaba, ingresó a la Academia Nacional de Medicina, donde aprendió botánica, física, zoología, anatomía y matemáticas.
Fue docente en San Carlos (el presiente Benito Juárez le entregó su nombramiento de maestro de Perspectiva) e ilustrador de La Naturaleza, órgano de la Sociedad Mexicana de Historia Natural (SMHN), que aglutinó a los hombres de ciencia mas importantes del país.
Con láminas científicas, Velasco apoyó gráficamente los artículos de botánicos, zoólogos, geólogos y paleontólogos que colaboraban en La Naturaleza. Ilustró, por ejemplo, uno sobre chupamirtos o colibrís de México, de Rafael Montes de Oca, publicado 1876.
Con estudios de trabajo en San Carlos y en su casa de la Villa de Guadalupe, en la calle Alcantarillas, Velasco pintó, desde lo alto de los cerros cercanos, las obras que le dieron prestigio como paisajista.
Por sus dibujos a la acuarela para ilustrar artículos y por sus mismas aportaciones a la ciencia, ingresó como miembro numerario a la SMHN, donde fue su par Gabino Barreda, el fundador de la Escuela Nacional Preparatoria.
Uno de sus artículos destacados es sobre la fruta de la pitaya: Cereus serpentinus, que apareció en el primer tomó de La Naturaleza, correspondiente a 1879-81880.
Dibujo también el volcán Ceboruco, ubicado al sureste de la Sierra de San Pedro y cerca de Ahuacatlán, en Nayarit. Capturó sus erupciones para un artículo de A. Caravantes.
En esa litografía “grandes nubes de algodón tiñen de carmín el atardecer”, apunta su bisnieta María Elena Altamirano Piolle, en “José María Velasco científico”, publicado en la revista Ciencias.
Aunque varios naturalistas mexicanos se dedicaron a esclarecer los estudios sobre el ajolote, fue Velasco quien aportó datos precisos sobre su metamorfosis.
Sobre este anfibio, agrega Altamirano Piolle, publicó “Descripción, metamorfosis y costumbres de una especie nueva del genero Siredon” (1879) y dio a conocer la nueva especie Siredon tigrina. A partir de 1888 Alfredo Dugés, en honor a Velasco, la llamó Ambystoma velasci, puntualiza Altamirano Piolle.
Sus lienzos en la UNAM
En 1889, año en que se inauguró la Torre Eiffel, el gobierno de Francia le otorgó en París la Condecoración de Caballero de la Legión de Honor.
En el Museo de Geología de la UNAM (fue inaugurado en 1906 por el presidente Porfirio Diaz como Instituto Geológico de México) hay unos lienzos de Velasco que recrean la fauna y la flora marina y terrestre del Paleozoico Mesozoico y Cenozoico. Inspirados en tarjetas de Joseph Hoffmann, esas pinturas muestran “la integración de Velasco científico y pintor”.
Aunque no fue un pintor andariego, como si lo fueron Monet y otros impresionistas, Velasco tuvo viajes (Veracruz, Oaxaca, Querétaro Cuernavaca, Atlixco…) plasmados en sus obras, que son como un cuaderno de bitácora del paisajista.
“Velasco —dice Anita Brenner, antropóloga, historiadora, crítica de arte— hizo paisajes a la manera realista del siglo XIX”. No inventa. No es un paisajista de imaginación. En ese sentido es un pintor realista o naturalista.
Juan de la Encina, en El Paisajista José María Velasco, libro editado por El Colegio de Mexico, apunta:
“Velasco es un naturalista: aplica casi minuciosamente sus capacidades de observación científica a la pintura del paisaje; pero, al mismo tiempo, acierta a dar a sus pinturas el carácter real y verdadero de sus modelos, y no menos el radium vital de las cosas —pura esencia del arte, que intensifica la tonalidad de la vida y nos comunica una verdad más alta que su mera representación. A veces llega a embriagarnos”.
Agrega el crítico de arte:
“El Valle de México tuvo, por consiguiente, para él un doble sentido: el de su belleza pictórica y el del conocimiento científico de su estructura geológica y de la flora con que ésta se reviste de gracia y esplendor”.
Algunos de pinturas de Velasco son Valle de Mexico, Valle de Temascalcingo, El Popocatépetl visto desde Atlixco, Puesta de Sol en Cuernavaca, Valle de México visto desde Dolores, Valle de Mexico desde Chapultepec… y también pintó ruinas arqueólogicas como La Pirámide del Sol, Teotihuacán y El baño de Nezahualcóyotl.
En Rostros del Arte, Elisa Garcia Barragán, dice de Velasco: “Todo lo que era mexicano le causa una profunda curiosidad indagatoria”.
Curioso y detallista por naturaleza, le atraían las grandes cumbres. En sus paisajes figuran los volcanes el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl y el Pico de Orizaba, anota la ex directora de Instituto de Investigaciones Estéticas.
Pintor de la tierra
El gran paisajista murió en su casa de la Villa de Guadalupe en 1912 y 30 años después, en 1942, el poeta Carlos Pellicer organizó la primera exposición de Velasco en el Palacio de Bellas Artes.
Pellicer también gestionó la presentación de esa exposición en el Museo de Filadelfia (1944) y en el Museo del Brooklyn (1945), EU, integrada por 158 óleos, 7 acuarelas, 15 dibujos, 18 estudios y 45 apuntes del natural de Velasco, “hombre de genio, el más grande artista que ha producido México”.
En 1948, por su sencillez, transparencia y perfección, vía decreto presidencial, su obra es declarada patrimonio artístico de México.
Desde 2014, como parte de la la exposición permanente “Territorio ideal. José Maria Velasco, perspectivas de una época”, se presentan algunas obras del paisajista mexiquense el Museo Nacional de Arte de la CDMX.
José María Velasco —dice Pellicer— pintó la tierra, Hermenegildo Bustos retrató al hombre y José Guadalupe Posada, grabador genial, expresó las vicisitudes del ser mexicano. Los tres constituyen la base de la más entrañable plástica de México
En un poema dedicado al paisajista, el vate tabasqueño le dice “no es triste ni alegre tu pintura. Por pintarla hiciste de la luz como una charla simple y profunda sobre lo que existe”.
Y versos antes: “… la luz que está en la luz que en ti no falla”.