La UNAM y Juan José Arreola se abrevaron. Aquí ejerció y refrendó su universalidad. Como vehículo y creador sonoro de las artes, los estudiantes lo conocieron y se lo apropiaron de viva voz en Radio UNAM; lo leyeron en la Revista de la Universidad de México, en la declamación de su esencia al aire libre en la Casa del Lago y en el debate lúdico y didáctico en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL).
Entonces era el espigado charlista, como él se autodenominó. De 1975 a la fecha se han escrito en esta Universidad 12 trabajos recepcionales de análisis de su obra. Aunque poseía un tablero blanco y negro con 16 piezas en su hipotálamo, también esculpió, encuadernó, cabalgó en dos ruedas, vendió tepache, jugó tenis y tenis de mesa; ahí, con 14 años de edad, lo conoció el escritor Juan Villoro.
“Yo era un jugador defensivo, participamos juntos en el torneo del Distrito Federal; a mí me tocó en la primera ronda la mala suerte de enfrentar a un jugador mucho mejor que yo, y más ofensivo; no sabía qué hacer, me acerqué a Arreola y le pregunté ‘¿cuál debe ser mi estrategia?’ y me contestó con una frase poética: ‘Mételo a tu gallinero y le quitas lo pavorreal’. Así era, encontraba literatura en cualquier circunstancia y era una de las personas más vitales y divertidas que he tratado”, rememoró.
Saberes artesanales
Tenía gran aprecio por los saberes artesanales y decía que la literatura le debía mucho a la orfebrería, a la carpintería, al trato paciente y cuidadoso con los materiales en su natal Zapotlán el Grande, Jalisco. Él aprendió muchos trabajos de artesanía y afirmaba que le habían ayudado a ser escritor.
A propósito del centenario de quien fue un hombre multifacético, Villoro, ganador del Premio Iberoamericano de Periodismo Rey de España 2009, recordó que Arreola construyó una mesa de ping pong y consiguió unas lacas chinas para que la pelota tuviera el bote reglamentario. Lo describió como un jugador extraordinariamente vistoso, entre otras cosas porque en los partidos también hacía declaraciones profundamente literarias.
“Era un conocedor de los deportes, algunos poco frecuentados en México; todo eso constituyó su personalidad formidable y sugerente, que dio lugar a algunas de las principales obras de la literatura mexicana.”
Autodidacta
Arreola era autodidacta, indicó Juan Villoro, pero es uno de los hombres más cultos que he conocido, con una memoria absolutamente sorprendente y con un acercamiento muy distinto: era buen escultor, actor notable, estudió pantomima, hablaba varias lenguas; podía citar en latín, además conocía elementos de la liturgia y la tradición cristiana.
El libro Bestiario fue dictado por Juan José Arreola a un amanuense de excepción que fue José Emilio Pacheco. “Él nunca escribió una línea de esa obra, todo lo dictó; fue alguien dotado de esta facilidad para la palabra, el dominio oral del lenguaje”.
Jorge Luis Borges cifró a Arreola con la palabra libertad. “Libertad de una ilimitada imaginación regida por una lúcida inteligencia”. Julio Cortázar se confesó lector del jalisciense, porque “me parece que lo mejor de Confabulario y de Varia invención nace de que usted posee lo que Rimbaud llamaba le lieu et la formule, la manera de agarrar al toro por los cuernos y no por la cola, como tantos otros que fatigan las imprentas de este mundo”.
José Emilio Pacheco, en uno de los epílogos de Bestiario, citó a Henrique González Casanova, entonces director general de Publicaciones de la UNAM, como “protector de los escritores” y quien acudió en auxilio de Arreola. “En 1959 le compró los textos de un libro futuro que se iba a llamar Punta de plata, por ser la técnica que empleó Héctor Xavier en sus hermosos dibujos de animales.
“Fue entonces como si estuviera leyendo un texto invisible, el Bestiario empezó a fluir de los labios de Arreola. Henrique González Casanova recibió el manuscrito el día señalado. A comienzos de 1959, la UNAM editó Punta de Plata.”
Alejandra Amatto, coordinadora del Seminario de Literatura Fantástica Hispanoamericana (siglos XIX, XX, XXI) en la FFyL, consideró que Arreola fue un destacado lector de lo fantástico, que antecedió sus primeras creaciones. “Su forma de entenderlo era lo que lo vincula con tradiciones, toda la simbología religiosa; uno de los ejemplos más famosos dentro del género es su cuento Un pacto con el diablo, obra a la que él le da una vuelta al incorporar lo que fue la introducción del cine en los escenarios narrativos”.