Hurgar en las heridas emocionales

La autocompasión me ha salvado la vida: Jaime Rodríguez

La Revista de la Universidad de México, en su más reciente edición, publica un fragmento de su libro Sólo quedamos nosotros

Cuando el escritor Jaime Rodríguez enferma de Covid en 2020 se enfrenta a una vulnerabilidad que no estaba dispuesto a asumir. Rodeado de enfermos, de ancianos que necesitan una cama, sólo pensaba en ceder su lugar. Quería ser el héroe, llevar la carga, ayudar a los demás.

Tiene 20 años fuera de Perú, su país de origen, y cuando se mira frente al virus todo su trabajo de deconstrucción de la masculinidad se ve confrontado ante este miedo real. Su primera reacción fue rechazar sus propios miedos, “negándome el hecho de que requería ayuda, de que necesitaba cuidado, y entonces eso desencadena en mí una serie de reflexiones que empiezo a complementar con otros textos después”.

En su libro Sólo quedamos nosotros se mete de cabeza en la escritura para localizar esos orígenes de masculinidad que ejercía.

En entrevista con Gaceta UNAM afirma que cuando hablamos de analizar, de revisar nuestra propia masculinidad, está claro que el principal referente para todos los hombres es nuestro padre. “No tanto su presencia como su ausencia. En el caso mío lo que hay es un padre intermitente, dejó muchos vacíos en mí que he intentado llenar a lo largo de mi vida. Mi paso normal fue pensar en mi propia masculinidad, meditar en mi vínculo con él, una relación compleja, tóxica a veces, dañina en muchos aspectos, también con algunos muy positivos. Yo no quería unas historias en las que se hable de un villano; mi padre no es el gran villano de mi vida, pero sí quería analizar esos aspectos negativos que influyeron en mi conformación como hombre”.

Consolación mutua

Al hurgar en sus heridas emocionales, añade, “al final termina llevándome a recordar este episodio de vidas reales, materiales, concretas. Hablamos de un episodio, de un accidente que tuve cuando era pequeño. Sufrí quemaduras de tercer grado siendo muy joven y estuve en un hospital para niños durante varios meses. Sé y siempre supe e intuía que no lo habíamos hablado. En mi casa no se platicaba mucho de cosas así. Sé que a mi madre le generaba una gran culpa. Yo quería escribir un texto en el que intentáramos consolarnos ambos, explicitar las culpas. Ese texto con mi madre es una conversación. Yo le pregunto cosas, cómo se siente, y ella contesta. Veo su culpa y también expreso la mía. Entonces es como tratar de consolarnos, de cuidarnos mutuamente”.

Algo que le enseñó su madre y que ha intentado mantener a lo largo de su vida es el tema del cuidado. “Hay un pasaje del libro en el que digo que la compasión y la autocompasión tienen muy mala fama, pero a mí a veces me han salvado la vida. Esa idea de compartir el dolor, la culpa y la pena muchas veces es sanadora. En ese aspecto, en este texto en particular con mi madre, yo buscaba ese tipo de compasión y consolación mutua”.

Con la escritura del libro se abrió un dique, fue una apertura emocional. En ese sentido fue liberador, confiesa. “No puedo decir que me he liberado de las taras masculinas, del machismo tóxico; desde luego que no. Hemos crecido, nos hemos formado en el patriarcado, en un lenguaje, en una forma de ver el mundo que es muy difícil de revertir. Lo que sí podemos hacer es pensar siempre en eso”.

No creo que sanemos nunca, añade, de muchas cosas que tenemos ya internalizadas. “Para mí, la mejor manera de aprender en los últimos años es ponernos al día en revisar y consumir creación a partir de productos hechos por mujeres”.

Jaime Rodríguez señala que cuando “uno escribe de asuntos tan personales, que involucran además a gente de tu familia, por ejemplo, siempre hay un riesgo de lastimar, de hacer un poco de daño. En el caso mío concretamente mi padre, mi madre. Existe un riesgo en eso, pero creo que llega un punto en el que tienes que asumirlo. Intentar cuidar en la medida de lo posible a esas personas”.

En Sólo quedamos nosotros recrea este diálogo con su madre: “Tu papá no estaba porque en realidad nunca estaba en casa. Pero me consta que fue a verte. No, no recuerdo que fuéramos juntos. Ha pasado tanto tiempo. Estuviste ingresado tres meses. Yo iba todos los días a verte, no dejé de ir ni un solo día. Una vez fui y tu papá estaba saliendo de allí, lo habían echado porque estaba borracho”.

En su edición más reciente Familias, la Revista de la Universidad de México publica un fragmento de su libro: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/0f7ead08-0cd0-4bcb-bfed-144681529ec7/canuto-y-canito.

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