Con motivo de las actividades que se realizan por el 11F, el año pasado acudí a una escuela de Michoacán para dar una charla sobre las niñas y las mujeres en la ciencia. Ahí pregunté a las asistentes, niñas de últimos grados de primaria y secundaria, si les gustaban las matemáticas. Un rotundo ¡nooooo! fue la respuesta. Las razones: porque las clases son aburridas, porque no le entiendo, porque es difícil. Respuestas que no sorprenden dado que las niñas suelen recibir una educación matemática androcéntrica y sexista, pero también, porque la escuela contribuye a la construcción material y simbólica de las matemáticas como un terreno masculino que las excluye e invisibiliza.
Aun cuando especialistas en género y matemáticas han elaborado diversas propuestas para modificar estrategias didácticas, modelos pedagógicos y ambientes escolares que colocan en desventaja a las niñas, considero que no se ha puesto suficiente atención al papel que cumple el cuerpo en estos procesos.
El dualismo mente-cuerpo ha constituido la piedra angular en la construcción simbólica de la ciencia, y en especial las matemáticas, como un ámbito puramente racional, sin conexión con el cuerpo, la emoción o los sentimientos; sin embargo, esta postura hoy en día resulta cada vez más insostenible dados los avances en diversas disciplinas que muestran sus limitaciones.
Incluso las neurociencias aportan evidencia de que la razón, al igual que casi todos los procesos mentales, está “encarnada” en el cuerpo y que uno de los mayores obstáculos para el aprendizaje de las ciencias son precisamente los modelos pedagógicos que prescinden del cuerpo, la emoción y la subjetividad.
Se trata de argumentos que han sostenido desde hace décadas teóricas feministas que han resaltado la necesidad de hacer visible el papel del cuerpo y las emociones en todos los procesos educativos, porque es desde el cuerpo sensible que se activan los procesos de razonamiento que decodifican los saberes humanistas o científicos que la escuela pretende transmitir.
Lo anterior debiera considerarse en la educación matemática de las niñas de todas las edades, particularmente de aquéllas que se encuentran en la infancia tardía o inicio de su adolescencia, porque es cuando la relación con su cuerpo se vuelve más compleja y contradictoria, cuando enfrentan mayores presiones culturales asociadas a los mandatos de género y cuando se consolidan los estereotipos sexistas que las hacen parecer incompetentes para las matemáticas.
Diversas investigaciones muestran que las niñas tienen igual o mejor desempeño que los niños en las etapas iniciales de su educación, pero esta tendencia suele invertirse conforme avanzan en su trayectoria escolar, de manera que, hacia el final de su educación primaria, ellas empiezan a mostrar peores resultados. Además, tienden a desarrollar menos confianza en sus habilidades matemáticas, a atribuir sus logros a su esfuerzo y no a su talento; a evaluar su capacidad como inferior a la de los varones y a presentar mayor ansiedad ante las matemáticas, aun cuando tengan igual o mejor rendimiento que los chicos. Y con ello, disminuyen sus posibilidades de optar por carreras STEM.
De ahí la importancia de dar un giro en la educación matemática que se imparte a las niñas y colocar el cuerpo en el centro del modelo educativo. No se trata sólo de que aprendan matemáticas, sino también de crear condiciones que posibilitan una mejor forma de realización humana para ellas; un camino para desarrollar sus talentos y para acceder a un conocimiento científico que se encuentra codificado también desde el cuerpo. Se trata de facilitarles la apropiación de saberes que les permitan reconocerse como sujetos epistémicos, generar confianza en sus habilidades matemáticas y disfrutar de una educación integral que contribuya a modificar la posición subalterna que ellas ocupan en la sociedad. Pues como dijera Simone de Beauvoir: “El cuerpo no es una cosa, es una situación: es nuestra comprensión del mundo y el bosquejo de nuestro proyecto”.
Pensando en ello, ese día de febrero del año pasado, terminamos la charla sobre las niñas y las mujeres en la ciencia con una sesión de baile que permitió a las estudiantes disfrutar la conexión ineludible entre mente, cuerpo y emoción. Al salir de ahí una niña decía a su compañera: ¡Wow, es la mejor clase que hemos tenido!
*FES Zaragoza