La literatura es un tejido colectivo: Gabriela Cabezón

Foto: Alejandra López.

Cuando escribes te pones a disposición de una corriente que te atraviesa. Tienes una perspectiva con determinados intereses, producto de una encrucijada histórica, geográfica, geopolítica y biográfica. Pero lo que te está atravesando es un imaginario y una lengua colectiva.

Eso piensa la escritora y periodista cultural argentina Gabriela Cabezón, premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2024 y finalista del Premio Booker International. Entre sus novelas destacan Las aventuras de la China Iron, Las niñas del naranjel, Le viste la cara a Dios, entre otras. Ha publicado en el diario Página12, Le Monde Diplomatique, Revista Anfibia, el suplemento cultural Revista Ñ del periódico El Clarín.

La literatura es un tejido colectivo, añade en entrevista, “emerge de distintas voces individuales, pero trabajamos con el imaginario colectivo, no es un fenómeno individual”.

Por eso, considera, “tampoco es raro que de repente a alguien se le ocurre una idea muy parecida en Argentina y en Singapur, aunque no se conozcan, ni se hayan leído. A veces pienso esto cuando leo las descripciones de lo que significa el sueño para el pueblo krenak (indígenas de Brasil). El filósofo indígena brasileño Aílton Krenak dice que este pueblo cree que en los sueños se comunican con el río, la montaña, el pasado, el futuro, y pueden ser otros seres. Y yo a veces pienso que el arte es lo único que queda para esa comunicación, de sentirse en el mismo tejido que el resto de los seres de la tierra”.

Cabezón Cámara participó en el conversatorio “Reescribir lo ajeno: sexo, fe y tiempo”, que se realizó en el Centro Cultural Universitario de la UNAM, en el marco de la Fiesta del Libro y la Rosa. Estuvo acompañada de Julia Santibáñez, directora de Literatura y Fomento a la Lectura y de Benito Taibo, director de Radio UNAM.

La autora de La Virgen Cabeza precisó que “los seres humanos somos carne de la tierra y no algo separado de ella. Tiene que ver también con la ternura, la empatía, y con el amor como posible agente transformador”.

Desde que era «chiquita», Cabezón quería ser escritora de ficción. Y añadió: “Tenía, supongo, algún problema para distinguir ficción de realidad, y pensaba que a los autores les acontecían todas esas maravillas que contaban. Era como estar en otro planeta, uno más interesante, más vivo, donde tenía muchas aventuras y a la vez estaba segura. Nunca quise hacer otra cosa”.

Tardó mucho en publicar y trabajó de periodista casualmente, “porque yo estaba en un diario, en la parte de diagramación, y un día dije: basta, quiero escribir”. Aunque no se considera que pertenezca al gremio: “Un auténtico periodista es alguien que se apasiona, investiga, que tiene una conexión con la noticia y con la verdad mucho más fuerte que la que yo tuve. Entonces, es un poco como un elogio inmerecido pertenecer a esa profesión”.

Le viste la cara a Dios

Su libro Le viste la cara a Dios es un relato asfixiante sobre el cautiverio de una mujer atrapada por una red de trata de personas. Desde sus trabajos publicados como periodista cultural en la Revista Anfibia, Cabezón Cámara ha retratado de manera minuciosa el tema.

“Escapar es más urgente que ahondar en la metafísica, porque si no te escapás te van a transformar en zombie”, dice el personaje principal del relato, una sonámbula sumergida en un trance religioso, con la esperanza de huir, mientras observa el desfile de complicidades y corrupción.

El círculo se cierra con las coberturas mediáticas que sólo buscan el mayor número de clics. No hay tiempo para el seguimiento puntual de quienes fueron asesinadas, ni para darle voz a las familias. Una cita más de Le viste la cara a dios: “La única puerta es el odio y no tenés otra leña para echarla a la fogata que los mismos latigazos que te desmayan a diario, pero seguís, el odio te mantiene viva”.

¿Por qué escribir sobre estos temas?

Porque somos seres humanos, responde, “porque es una locura que se mate a la gente por cuestiones de género, raza, o clase. Y se mata primero a los pobres; a los más marrones, y siempre más a las mujeres. Es una locura”.

Desde que llegó el reinado de clickbait al periodismo, ese periodismo ha perdido mucho, reflexionó. “Ha perdido por las redes, ha perdido por todo ese tipo de fenómenos. Estar sometidos los artículos que se publican a la inmediata aprobación o desaprobación. No da mucho tiempo de elaborar cuestiones con complejidad.

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