La zona donde está Acapulco y las costas de todo Guerrero, “un nido” de ciclones

Es, por así decirlo, una región ciclogénica en la que se combinan varios factores que favorecen tanto la formación como la intensificación de estos sistemas: Alejandro Jaramillo, del ICAyCC

Un hombre camina por la bahía y es testigo de los destrozos.

A casi un año del huracán Otis –el cual provocó 16 mil millones de dólares en daños, de acuerdo con el Instituto de Ingeniería (https://www.iingen.unam.mx/es-mx/AlmacenDigital/Gaceta/mayo-junio2024/Paginas/Danos-observados-en-Acapulco-por-el-huracan-Otis.aspx)–, el ciclón John tocó tierra el 23 de septiembre en las costas de Guerrero alcanzando la categoría 3, además de fuertes inundaciones, deslaves, y el mar “se comió” playas como Pie de la Cuesta, afectando a cientos de comercios que viven del turismo.

Tras su paso, de acuerdo con la alcaldesa de Acapulco Abelina López en declaraciones recogidas por el periódico El País (https://elpais.com/mexico/2024-09-30/la-alcaldesa-de-acapulco-cifra-en-50000-millones-de-pesos-la-recuperacion-de-la-ciudad- tras-los-danos-de-john.html), serán necesarios 50 mil millones de pesos para que la ciudad logre recuperarse. Las autoridades locales han anunciado hasta el momento que una veintena de personas perdieron la vida y miles más se encuentran damnificadas.

Características de la tormenta

John fue un ciclón tropical que se formó asociado a la Zona de Convergencia Intertropical, y que se intensificó debido, principalmente, a las aguas cálidas que hay en esa región del océano Pacífico cerca de las costas del litoral mexicano”, describió Alejandro Jaramillo, investigador titular en el Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático (ICAyCC).

El especialista subrayó que “la categoría es una forma de medir qué tan intenso es un ciclón tropical en función de los vientos, pero algo muy importante, y que se ha enfatizado mucho en el Instituto desde hace varios años, es que no solamente el viento es peligroso. Estos sistemas, independiente de su intensidad, tienen distintos tipos de riesgos asociados a ellos, desde el viento hasta el peligro de la marea de tormenta. La precipitación es un factor muy relevante también a tener en cuenta”.

Para Jaramillo, las lluvias son lo que diferencia a Otis de John, ya que este último presentó una precipitación significativa, como se ha podido apreciar en las imágenes emitidas desde la bahía de Acapulco.

John se comportó de una manera muy cercana a lo esperado, produciendo mucha precipitación. De hecho ya existían antecedentes sobre los peligros que este sistema podía representar. Acapulco nuevamente sirvió como un claro ejemplo de los riesgos asociados a los ciclones tropicales. No debemos pensar que sólo los eventos de alta intensidad, como Otis, que causó gran destrucción en Acapulco, son peligrosos”, destacó.

“Es importante tener conciencia que todos los ciclones tropicales, incluidos los huracanes de menor categoría, son capaces de producir mucha precipitación. Incluso un ciclón que no toca tierra puede influir en las precipitaciones, lo cual representa un gran peligro para la población. Todo esto debe tomarse en cuenta al evaluar los riesgos de estos sistemas”, enfatizó el universitario.

¿Seguirá pasando?

La presencia de dos huracanes con alto nivel de destrucción en menos de un año ha llevado a la población local a cuestionarse respecto al futuro de la bahía de Santa Lucía y, en general, de las costas de Guerrero. Hay lugareños que han manifestado su intención de migrar por los daños reiterados que causan estos fenómenos, lo cual implica para ellos tener que estar recuperando sus bienes una y otra vez.

Ya el pasado 30 de octubre, Benjamín Martínez López, investigador del ICAyCC, advertía sobre la intensificación de este tipo de eventos (https://www.gaceta.unam.mx/otis-fue-un-fenomeno-meteorologico-unico/): “Todo apunta a que la temperatura del mar aumentará aún más, así que parece que sí [se repetirá]. Al menos en los próximos años estamos en una tendencia al incremento. Podemos esperar que haya más olas de calor en los océanos, que se almacene más energía, y el ingrediente de las temperaturas muy altas está ahí, lo cual favorece la intensificación de los huracanes”.

Es una opinión que comparte Alejandro Jaramillo: “Esa región en particular del Pacífico es, digamos, como ‘un nido’ donde se originan muchos sistemas que se terminan convirtiendo en ciclones tropicales. Tenemos ahí la Zona de Convergencia Intertropical, y a ésta a veces llegan perturbaciones, como ondas tropicales, que interactúan y generan el desarrollo de un evento que se podría terminar convirtiendo en un ciclón tropical. En este momento, por ejemplo, hay probabilidades de que se forme un nuevo sistema en esa misma región”.

Otro factor muy importante en esta zona es la presencia de aguas superficiales muy cálidas. “El combustible de los ciclones tropicales es el vapor de agua que viene del océano, por lo que temperaturas más altas en el mar proporcionan una fuente abundante de energía, permitiendo que cualquier ciclón tropical que se forme pueda alimentarse, crecer e intensificarse. Es, por así decirlo, una región ciclogénica, en la que se combinan varios factores que favorecen tanto la formación como la intensificación de estos sistemas. Al contar con los mecanismos y condiciones necesarios para la creación y fortalecimiento, aumenta la probabilidad de que impacten en tierra”, argumentó el especialista.

Urbanización descontrolada

A nivel geográfico las cosas tampoco ayudan. Como describió Naxhelli Ruiz Rivera, investigadora del Departamento de Geografía Social del Instituto de Geografía, el sitio de la bahía de Acapulco “tiene una área turística que se conoce como la Zona Dorada, que está rodeada de montañas con grandes pendientes muy urbanizadas. Cuando se construye sobre ellas, lo que hacemos es evitar que la lluvia pueda penetrar en el subsuelo, y en lugar de infiltrarse escurre hacia abajo. Y con ese escurrimiento tenemos grandes volúmenes de agua que pueden, en muy poco tiempo, llenar las calles y arrastrar rocas, sedimentos y residuos sólidos urbanos, tanto en la pendiente como en las zonas bajas”.

La experta universitaria recalcó que, además, hay que tener en cuenta la manera en que ha aumentado la población del lugar.

“Acapulco creció mucho durante toda la segunda mitad del siglo XX. A finales de los 90, después del huracán Paulina y en un impulso de inversión al desarrollo turístico de la Zona Diamante, lo hizo hacia sitios que antes eran humedales e incluso cauces de ríos, como las áreas cercanas a la laguna de Tres Palos y el río Papagayo. Esos lugares son naturalmente susceptibles a recibir esa agua y los ecosistemas que antes existían eran una prueba de ello; eran, sobre todo, manglares y barras, que son estos sectores bajos que tienden mucho a la inundación y que, la verdad, no eran aptos para la urbanización. Desde que se hicieron se sabía de esta combinación de factores, lo que hace que Acapulco sea no sólo una zona muy expuesta a peligros, sino también con mucha vulnerabilidad física”.

En Gaceta UNAM del 30 de octubre de 2023 ya se advertía sobre la repetición de estos fenómenos devastadores.

Desplazados climáticos

En 2022, la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados advirtió que en aquel año se estimó que 32.6 millones de personas se vieron “forzadas a huir debido a desastres relacionados con el clima… como inundaciones, tormentas, incendios forestales y sequías”. Y se proyectaba que el número podría aumentar, según cifras del Centro de Investigación en Economía y Política, a 210 y 320 millones de personas, en función de las medidas que se tomen en el corto y mediano plazos para combatir la crisis climática (https://cepr.org/voxeu/columns/climate-migration-frightens- climate-poverty-frightening).

Para Naxhelli Ruiz Rivera, también coordinadora del Seminario Universitario de Riesgos Socio Ambientales, es una situación que ya se vive en Acapulco.

“El Reporte Global de Desplazamiento Interno informó a inicios de este año que, a raíz de Otis, ellos calculaban 187 mil desplazados climáticos. Desafortunadamente no tenemos suficientes datos para saber si todos los que salieron en ese momento lo hicieron definitivamente o hay algún tipo de migración de retorno. Sin embargo, después de lo que pasó con John y de las dificultades que habrá económicamente para poder levantar algo de la actividad turística y la economía de la región, probablemente nos vamos a encontrar con una segunda oleada de desplazamiento interno”, mencionó.

“Sin duda empezaremos a ver un cambio demográfico importante en la ciudad de Acapulco”, reflexionó Ruiz Rivera. “Después de Otis hubo debates a nivel local en la zona de Guerrero, justamente preguntándose: ¿qué vamos a hacer?, ¿cómo tendríamos que estar haciendo las cosas para no repetir estos desastres? Muchos dijeron que se tenía que trabajar nuevamente en el ordenamiento del territorio, repensar los Atlas de Riesgo y generar estas sinergias positivas entre actores para poder intervenir en la región de otra manera y con una economía más diversificada”.

Y añadió: “Después de John debería haber un replanteamiento muy serio a nivel local de qué se puede hacer en Acapulco y qué actividades económicas son sostenibles. Además, se debe intervenir seriamente en la resiliencia de viviendas y asentamientos que requieren inversión, decisiones y participación social. Eso nos lleva a tomar muy en serio el tema de la economía regional y cómo tendríamos que estar pensando este tipo de ciudades, que siguen un modelo de desarrollo que no les da bienestar a las personas y las está orillando a una mayor vulnerabilidad. El punto central es cómo hacer que sus habitantes dejen de ser vulnerables y tengan los recursos, un entorno sostenible y la calidad de vida suficientes para poder vivir dignamente y no sufrir estos desastres constantemente”.

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