Si acaso volteamos la mirada dos años atrás, a marzo de 2020, justo cuando la pandemia por la Covid-19 comenzaba a azotar a la humanidad, podremos recordar que el asunto referente a las mujeres en el ámbito global era uno de los más importantes en la esfera pública. Entonces ya se hablaba de la llegada de la Cuarta Ola del Feminismo y del impacto que generaba el #MeToo en todo el orbe, así como del levantamiento de la Marea Verde en Latinoamérica. En diversas universidades, espacios de trabajo, centros de creación y presentación artística, las mujeres tomaban la palabra para señalar acosos, violaciones, injusticias y desigualdades. El contexto develaba que las cosas ya andaban mal, no porque se estuvieran generando los problemas en ese preciso momento, sino porque se estaban dando las condiciones históricas de enunciación para lanzar las denuncias, y eso, el feminismo, como cualquier otro movimiento social, lo tenía que aprovechar.
El escenario parecía propicio para reactivar la máxima feminista de que “lo personal es político”, de tal forma que los temas referentes al amor, el cuerpo, la prostitución, la maternidad, el aborto, entre otros, volvían a ser protagónicos como ya lo habían sido en la década de los 70 del siglo pasado, sólo que ahora a nivel mundial. En medio de todos los problemas que trajo consigo la globalización para las mujeres, también está el hecho de que facilitó la conectividad, al menos en ciertos sectores, para agilizar el diálogo y las movilizaciones que eran cada vez más visibles. Por eso los llamados #hashtags feministas cobraron relevancia en casi todas las latitudes precisamente cuando los apocalípticos de las nuevas tecnologías anunciaban que desde las computadoras ningún movimiento social importante podía tener impacto. Nada más alejado de la realidad.
Los cambios
Sólo tres días después de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, el 11 de marzo del 2020, la Organización Mundial de la Salud declaró oficialmente el arribo de la pandemia por la Covid-19, situación que ocasionó el cambio en las dinámicas sociales existentes y acentuó las desigualdades entre las mujeres y los hombres en todos los niveles. Si bien la crisis sanitaria afectó a toda la humanidad, las mujeres, por su condición de género, rápidamente sintieron los estragos y temas como la feminización de la pobreza, la violencia de género y el trabajo precario, que han acompañado la situación social de todas ellas, presentaron una aceleración contundente. Aunado a ello, se vieron obligadas a volver al hogar, espacio que los feminismos ya han definido como violento y opresivo.
En México, con la urgencia que la situación requería, la Comisión Nacional de Derechos Humanos publicó el documento titulado La violencia contra las mujeres en el contexto del Covid-19; en el cual se manifestó que la situación de emergencia generaba violencia y discriminación contra las mujeres que trabajan en el sector salud así como en contra de las mujeres en general.
México ocupa el primer lugar de embarazo adolescente entre los países que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Las estadísticas lo colocan con una tasa de fecundidad de 77 nacimientos por cada mil adolescentes, en un rango de edad entre los 15 y 19 años. El inicio de la vida sexual en México ronda entre los 12 y 19 años, y se caracteriza por darse en medio de la desinformación y el casi nulo uso de métodos anticonceptivos. Aunque generalmente el embarazo adolescente se analiza como un problema de salud pública, lo cierto es que se trata de una de las manifestaciones más acentuadas de la violencia de género. Este tipo de embarazos se generan en medio de construcciones culturales y creencias que magnifican el poder sexual de los hombres y la no corresponsabilidad en el cuidado de los infantes un vez que nacen.
Con base a los datos emitidos por el Consejo Nacional de Población, en México se estima que el número de embarazos adolescentes aumentó un 12 por ciento durante el desarrollo de la pandemia por la Covid-19. Entre el 2020 y el 2021 los embarazos se habrían incrementado en una cantidad cercana a los 22 mil con respecto al 2019. Y las causantes se concentrarían en posibles abusos sexuales durante el confinamiento, el poco acceso a los anticonceptivos, el matrimonio infantil y la caída en las consultas para atender la salud reproductiva.
Durante la pandemia, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, mediante la Encuesta para la Medición del Impacto de la Covid-19 en la Educación, informó que 5.2 millones de personas entre tres y 29 años no se inscribieron al ciclo escolar 2020-2021, y que de ellos 2.3 millones no lo hicieron por motivos relacionados directamente con la crisis sanitaria. Entre los principales argumentos se encontraron no contar con dispositivos electrónicos, Internet o porque algún miembro del hogar se quedó sin empleo, o simplemente, porque la educación a distancia se convirtió en algo poco funcional.