La píldora anticonceptiva femenina se generó a partir de su descubrimiento
Luis Ernesto Miramontes, creador del compuesto que revolucionó al mundo
El ingeniero químico de la UNAM generó un hito del feminismo: “Nos dio la posibilidad de ejercer la sexualidad sin riesgo de quedar embarazadas y nos permitió separar el sexo de la procreación”: Marta Lamas
Cuando Luis Ernesto Miramontes Cárdenas era aún adolescente, en sus manos cayó un libro que sería un llamado a la vocación: Cazadores de microbios, de Paul de Kruif, texto en cuyas páginas se narra la historia de aquellos científicos que, al crear las primeras vacunas, no sólo salvaron millones de vidas, sino que transformaron el mundo.
“Lo narrado en esa obra motivó a mi padre a mudarse de su natal Tepic, Nayarit a Ciudad de México. Quería estudiar algo que mezclara biología y farmacéutica y que, además, fuera benéfico para la gente. Con este objetivo se inscribió en la carrera de Ingeniería Química, en la Universidad Nacional”, comparte su hijo Octavio Miramontes Vidal, quien hoy en día es investigador del Instituto de Física de la UNAM.
Quienes conocieron a Luis Ernesto Miramontes lo describen como una persona comprometida con temas o actividades científicas con impacto positivo en la comunidad, como alguien siempre dispuesto a hacer sacrificios si ello implicaba un avance para los humanos y como un hombre cuya conducta y templanza rayaban en lo estoico.
Tales características lo llevaron a concretar, con apenas 26 años, uno de los hallazgos más importantes de la medicina moderna: la síntesis del compuesto base del primer anticonceptivo oral sintético femenino, aporte que traería consigo una revolución que va más allá de lo social.
Una contribución revolucionaria
Luis Miramontes nació en Nayarit en 1925, pocos años después de concluida la Revolución. Creció en el seno de una familia de escasos recursos, en una época en la que había pocas oportunidades para estudiar. Fue gracias a su tía, quien era profesora rural, que tuvo sus primeros acercamientos a las matemáticas, la lectura y a conocimientos que lo hacían soñar con un mundo por descubrir allá afuera.
Motivado por todo lo que iba aprendiendo y por lo que leyó en Cazadores de microbios, el joven Luis Ernesto hizo sus maletas y salió de la casa familiar con un plan muy claro: mudarse a Ciudad de México para concluir el bachillerato y, luego, una licenciatura. “Buscó seguir una carrera universitaria en el mejor lugar de México, la UNAM”.
De este modo, en la década de los 40 del siglo XX, comenzó a tomar clases en la Escuela Nacional Preparatoria –cuando todavía se ubicaba en el Antiguo Colegio de San Ildefonso– y, al graduarse, se inscribió en Ingeniería Química, sin imaginar que poco después (incluso antes de obtener su título) su trabajo impondría nuevos paradigmas.
“En ese entonces la empresa Syntex, creada por extranjeros, se había asociado con el Instituto de Química de la UNAM para que algunos de sus estudiantes más talentosos fueran a sus laboratorios y apoyaran o hicieran investigación. Mi padre entró como asistente al proyecto de síntesis de esteroides, particularmente de productos relacionados con hormonas de actividad sexual”, detalla su hijo Octavio.
La compañía estaba muy interesada en el barbasco, un tubérculo endémico de Veracruz y Oaxaca que es fuente natural de hormonas. La encomienda de Miramontes –a quien sus maestros describían como “un buen experimentador que podía completar síntesis complejas en tiempo récord”– era obtener moléculas de dicho vegetal a fin de reforzar el embrión a la matriz y evitar abortos espontáneos, pero en 1951 terminaría sintetizando una sustancia esteroide llamada noretisterona, a la cual se le hallarían propiedades anticonceptivas.
Esto último sorprendería a todos, incluso al entonces joven de 26 años, quien en una entrevista para el libro Laboratorios en la selva confesaría: “Sabía que tendría actividad oral, pero no imaginaba que todo lo relacionado con la píldora sucedería a causa de estos experimentos”.
El trabajo de Miramontes Cárdenas hizo posible que en octubre de 1961 comenzara a venderse en Estados Unidos la primera píldora anticonceptiva sintética. “El impacto social de esto tuvo alcances globales. Las mujeres ahora tenían mayor control sobre su sexualidad y podían planear cuántos hijos querían”, comenta Octavio.
Para Marta Lamas, del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM, se trata de un avance científico de suma relevancia. “La primera píldora anticonceptiva fue una maravilla. Nos dio la posibilidad de ejercer la sexualidad sin riesgo de quedar embarazadas, de decidir, y nos permitió separar el sexo de la procreación”.
Y no sólo eso, añade la investigadora, pues el trabajo de este alumno de la UNAM que cuando salía del laboratorio se iba a escribir su tesis, influyó en la revolución sexual de los años 60, en el control de la natalidad y reforzó la lucha de las mujeres por sus derechos reproductivos. “Esto calzó como guante a la mano. Los jóvenes de la época tenían muchos cuestionamientos sobre su sexualidad y de pronto apareció una píldora que les permitió vivir un movimiento de liberación”.
A seis décadas de distancia, la relevancia de este logro no palidece. De hecho, se calcula que en la actualidad alrededor de 150 millones de mujeres usan la píldora anticonceptiva como método de planeación familiar (de acuerdo con la World Family Planning 2022 de la Organización de las Naciones Unidas), mientras que para la Academia Mexicana de Ciencias se trata de la contribución mexicana más importante del siglo XX a la ciencia.
Labor para la sociedad
Luis Miramontes, padre de 10 hijos, es recordado por ser alguien siempre dedicado a su familia y trabajo. “Era una persona muy seria en sus actividades y comprometida con todas las instituciones en las que laboró. A la UNAM le tenía un cariño enorme”, rememora Octavio.
También fue un inventor prolífico: obtuvo 64 patentes que podrían ser más, pues entre 1950 y 1970 no se accedía de forma fácil a los registros de patentes mexicanas. Además, dejó huella en la química farmacéutica, agrícola y atmosférica.
Asimismo, asesoró al entonces Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología en sus primeros años, colaboró en comisiones para analizar problemas como la escasez hídrica y se involucró con empresas del Estado productoras de fertilizantes y sal. Su preocupación por la contaminación ambiental lo llevó a trabajar en convertidores catalíticos para automóviles y, como subdirector en el Instituto Mexicano del Petróleo, hizo investigación petroquímica.
Su vida estuvo marcada por el orgullo y amor hacia la Universidad Nacional, en donde fue uno de los primeros investigadores de tiempo completo contratados en la recién inaugurada Ciudad Universitaria. También impartió clases en la Facultad de Química durante décadas.
“En la UNAM se realizan actividades de primer nivel que se traducen en acciones benéficas para el país. Ejemplo de ello es el legado de Luis Miramontes, la síntesis del primer anticonceptivo oral, que trajo consigo una revolución en las estructuras sociales”, finaliza Octavio. Y todo empezó con un libro. A mediados del siglo XX, la Oficina de Patentes de Estados Unidos seleccionó al anticonceptivo oral como una de sus 40 patentes más importantes y en su listado colocó al apellido Miramontes Cárdenas junto al del más famoso de los “cazadores de microbios”, el mismísimo Louis Pasteur. Si alguna vez el joven Luis Ernesto anheló figurar junto a esos científicos que tanto admiraba y que conoció por el texto de Paul de Kruif, hoy podemos decir que no hay duda: su sueño se cumplió.