Aunque Leonor Maldonado no tenía como objetivo de vida la realización cinematográfica –su educación está ligada a la danza–, cuando conoció la danza M20 supo inmediatamente que necesitaba retratarla en pantalla, no sólo por la fuerza de sus movimientos sino por quiénes la habían desarrollado y las razones que los llevaron a ello.
Así nació M20 Matamoros Ejido 20, documental que compite por el Puma de Plata en la sección “Ahora México” de la décimotercera edición del Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM), el cual, como explica su sinopsis oficial, tiene como protagonistas a un grupo de hombres que creó una danza como medio para expresarse y formar comunidad en uno de los lugares más violentos de México: Matamoros, Tamaulipas.
“Fue una emoción muy grande de conocerlos porque yo, en ese momento de la vida, tenía esta pregunta política como bailarina y coreógrafa: ¿de qué manera podemos poner nuestros cuerpos en cuanto al arte, a lo político, al cuidado, a la vida y a hacer danza? Sobre todo en un país en donde nos faltan tantos cuerpos, en el que hay una guerra que nos está quitando tantos cuerpos y hay tantos desaparecidos”, recordó Maldonado.
A lo que añadió: “como coreógrafo me preguntaba mucho cuál es la pertinencia de un arte como la coreografía y la danza, cuando los vi a ellos fue como si tuvieran una respuesta a esa pregunta y era una respuesta muy específica.”
Al inició, recordó Maldonado, dudó sobre la decisión de iniciarse como directora cinematográfica, sobre todo porque su educación formal no estaba ligada al cine.
“Hubo un momento en que tuve esta duda: ¿quién soy yo para aventarme a hacer una película? Pero mi pretensión no era hacer una película como la hace un cineasta regular, digamos, sino desde las herramientas que yo tengo y cómo eso se puede transformar en arte. Siempre me ha interesado mucho cuando un artista cambia de un lugar a otro y las perspectivas que esto puede dar”, relató.
Un punto importante, para la autora, fue el pensar la película “como una coreografía en sí misma, la edición como parte de esa coreografía y pensar, incluso, en los cuerpos de los fotógrafos. Para mí era muy importante que la cámara bailara con ellos, que no sólo fuera retratar, sino como tal meternos a su vida hasta donde nos dejaran entrar, pero desde los relatos hasta el cuerpo, cómo nos podemos ir acompañando”.
Para la joven realizadora era importante mostrar la vida de quienes bailan, por ello el documental se estructura de manera que entre cada sesión de baile la cámara acompaña a los protagonistas en su cotidiano, en las maneras en que conviven con la violencia del país y su cercanía con la frontera norte.
Sobre este punto, Maldonado comentó: “me interesaba este lugar sensorial, que no fuera la explicación de esta danza –que nació en tal año, etcétera–. En la película no hay fechas, eso es a propósito, no quería dar datos ni de Matamoros, ni del narco, ni de la danza. No quería ser demasiado específica, sino más bien desarrollar la idea de acercarnos, de sentirlos, conocerlos desde su cuerpo y desde sus historias. Ellos son los que narran, porque, al final, la danza tiene un proceso circular, es como un ritual.
“Me interesaba que la película fuera conocerlos uno a uno, por eso caemos en ese ensayo en el que están todos y de ahí pasamos de un cuerpo a otro, de una historia a otra, hasta que el ensayo los junta otra vez. Es una comunidad muy particular donde los hombres pueden permitirse tener otras masculinidades, algo muy complicado en Matamoros”argumentó Maldonado y remató:
“La festividad que se ve al final es muy fuerte, porque el mismo Rigo me decía ‘estos son los tres días donde los hombres machos como nosotros nos permitimos llorar, abrazarnos, decirnos te quiero y ser vulnerables’. Todo lo que genera la danza es muy fuerte”.