La Dirección General de Artes Visuales de la UNAM resguarda uno de los tesoros artísticos más interesantes que conforman el patrimonio cultural universitario. Su procedencia y configuración data del año 1960, fecha en que el Museo Universitario de Ciencias y Artes (MUCA) abrió sus puertas al público con una exposición de piezas arqueológicas de la región del Golfo de México. Al concluir, el coleccionista y diseñador William Spratling, quien aportó parte de los objetos de la exhibición, donó a la UNAM un conjunto de 160 piezas, comienzo fundacional del acervo.
Más tarde se diversificó en tres grandes vertientes del arte mexicano: popular, prehispánico, y moderno y contemporáneo.
La colección de arte popular empezó a formarse en 1969, después de la Exposición de Artesanía Internacional, una serie de objetos artísticos de diferentes países, en el contexto de la Olimpiada Cultural de los XIX Juegos Olímpicos que un año antes se había celebrado en México.
Al término de la muestra, el Comité Olímpico donó la colección al MUCA, que para entonces había dado forma a la Colección Universitaria, integrada, como se apuntó ya, en tres vertientes. Más tarde, en 1981, Dorothy Cordry, viuda del etnólogo Donald Cordry (1907-1978), destacado estudioso de la cultura popular mexicana desde los años 30, donó al MUCA una colección de máscaras representativas de algunas festividades populares de la nación.
Después, la compilación se incrementó con otras donaciones. Una no menos importante es la que entregó la profesora Estela Ogazón, apasionada analista de la cultura popular.
Origen y procedencia
Las máscaras ocupan un lugar especial en la expresión de toda civilización humana; es un objeto que aparece en todas las latitudes y en todo momento histórico. Es un objeto de carácter universal, lo mismo se encuentra en Asia, África o en Europa. México no es la excepción.
Un segmento de las máscaras de la Colección Universitaria proceden de la región nahua de Guerrero, Michoacán, Nayarit y Puebla. Está acotado a esa región, pero resaltan las que proceden de Guerrero, una entidad rica en tradiciones y costumbres. Representa un pulso histórico de raíces culturales profundas, conectadas, incluso, con el pasado prehispánico, según algunos especialistas.
Aunque su origen se encuentre en festividades populares, las máscaras son verdaderos objetos artísticos por el alto grado de expresividad que reflejan y por el espléndido trabajo de policromía, facetas a las que se fusionan motivos antropomorfos y zoomorfos.
Intermediarios
Las máscaras se ubican en el centro de la tradición, cubiertas de magia y fuerza plástica. Algunas de ellas significan la intermediación para invocar la lluvia, por ejemplo. En ellas se hace presente un animal (tigre o murciélago) relacionado con los ambientes húmedos y, a veces, el inframundo. El quiróptero porque es un estabilizador de plagas, de ahí su importancia en el contexto agrícola.
El hecho de que se conjunte un rostro humano con el hocico de un animal en una máscara habla de sincretismo milenario, atributo que le da potestad, al que la porte, de ser intermediario en el nuevo ciclo agrícola de invocar a la lluvia y abundancia en las cosechas. Un ejemplo ceremonial por antonomasia en Guerrero es la danza de Los tlacololeros (del náhuatl tlacolol, sembrado, específicamente una técnica agrícola de ladera) cuyos danzantes dominan al jaguar, animal-tótem. Se realiza un ritual de caza con una especie de látigo llamado chirrión relacionado con el proceso agrícola de roza, tumba y quema.
Otras máscaras, también del Fondo Cordry, mezclan artrópodos (alacranes, pulgas, grillos, tarántulas, cangrejos), y el rostro humano con gestos diabólicos, asociados a la lucha contra las plagas que infestan los cultivos. Algunas más integran serpientes, sapos y caimanes.
Las máscaras se elaboraron con diversos materiales. La mayoría de maderas de la región y son policromadas. Las más antiguas se pintaron con colores naturales; en cambio, las que se hicieron en el siglo XX se pintaron con colores industriales.
Las hay también en hojalata y cerámica; otras están adornadas con incrustaciones. Algunas más tienen insertos la crin de animal o cabello humano. Cada una es única porque para el artesano resulta importante el impacto que tiene la persona que la porta. A la distancia, es de justicia reconocer a los artesanos mascareros que las elaboran. Destaca José Rodríguez y su familia, unos mascareros guerrerenses de finales del siglo XIX y principios del XX.
La Colección de Arte Popular de la Dirección General de Artes Visuales cumple también con tareas académicas de investigación y difusión, es decir, pueden ser solicitadas para exhibición o proyectos de indagación, previa revisión de un catálogo; de tal manera que está abierta a estudiantes e investigadores de antropología, artes plásticas, música, entre otras disciplinas.
Cabe aclarar que la colección consta de otros fondos especializados en textiles, joyería, cerámica, talla en madera, esculturas y utensilios elaborados en barro. Asimismo, una colección africana en la que se aprecian escudos, lanzas, instrumentos musicales de percusión y cuerda. El catálogo registra cerca de 500 máscaras, entre ellas de México y otros países de África y Asia (Corea, Japón e India).
Fuente: José Manuel Magaña Muñoz, Dirección General de Artes Visuales, MUAC.