México pasa a cuartos de final por vez primera en un Mundial de Futbol

Sucedió hace 50 años, en la tarde del 11 de junio de 1970, ante una multitud que abarrotó de nuevo el Estadio Azteca. Esa noche hubo fiesta en la capital.

En su segundo partido de la primera ronda del IX Campeonato Mundial de Futbol, celebrado el 7 de junio de 1970 en el Estadio Azteca, México había arrollado a El Salvador cuatro a cero, con dos goles del Cabo Valdivia, uno del Chalo Fragoso y otro más de Juan Ignacio Basaguren.

Por su parte, el 3 de junio, Bélgica le había ganado a El Salvador tres a cero y el 6 de junio había sido vapuleada feamente por la URSS cuatro a uno.

Ahora, jueves 11 de junio, ante otro lleno completo del Coloso de Santa Úrsula, México y Bélgica se enfrentarían para ver cuál de los dos acompañaba a la URSS a los cuartos de final (ésta le había ganado a El Salvador dos a cero).

En esa ocasión, México saltó a la cancha así: en la portería, Ignacio el Cuate Calderón; en la defensa, Gustavo el Halcón Peña (capitán), Mario el Pichojos Pérez, José Valtonrá y Javier el Kalimán Guzmán; en el medio campo: Antonio Munguía, Héctor Pulido y José la Calaca González; en la delantera: Aarón el Ganzo Padilla, Javier el Cabo Valdivia y Javier el Chalo Fragoso.

Bélgica jugó de la siguiente manera: en la portería: Christian Piot; en la defensa, Georges Heylens, Jean Thissen, Nicolas Dewalque y Leon Jeck; en el medio campo, Jan Dockx, Leon Semmeling y Wilfried Van Moer; y en la delantera, Paul Van Himst (capitán), Wilfried Puis y Odilon Polleunis.

La selección mexicana fue la encargada de dar el puntapié inicial. En los primeros momentos del partido, las acciones se sucedieron unas a otras sin representar mayor peligro para ninguna de las metas. Pero a los 13 minutos, muy cerca del área de Bélgica, la Calaca González peinó un balón hacia atrás…

La pelota pegó en el muslo derecho de un defensor belga y salió despedida en dirección del Cabo Valdivia, quien se encontraba en una inmejorable posición dentro del área; sin embargo, cuando el delantero mexicano se disponía a patearla hacia el arco enemigo, Jeck lo trabó con las dos piernas.

El árbitro argentino Angel Coerezza no dudó ni un segundo y marcó la pena máxima. En ese instante, un griterío ensordecedor surgió de las tribunas.

Mientras el Cabo Valdivia se revolcaba de dolor sobre el pasto, los jugadores belgas rodearon a Coerezza y le reclamaron airadamente su decisión.

Poco más de dos minutos después, cuando aquéllos se hubieron resignado a su suerte, el Halcón Peña colocó el balón sobre el manchón de penalti, dio unos pasos hacia atrás y se quedó mirando a Piot. A continuación emprendió una breve carrera y pateó la pelota, que, a pesar de la estirada del portero belga, entró a media altura en la portería, a unos centímetros del poste derecho. ¡Goool!

Más tarde, el Cabo Valdivia recibió un pase lateral del Chalo Fragoso, se acomodó el balón y con la zurda soltó un escopetazo que rebotó en el poste derecho de la portería de Piot.

En el segundo tiempo, el equipo mexicano nuevamente estuvo a punto de meter otro gol: el Ganzo Padilla burló a un defensor belga y le obsequió un pase rasante al Chalo Fragoso, quien, luego de controlar la pelota dentro del área, sacó un tiro que buscaba el ángulo superior izquierdo de la portería; no obstante, Piot reaccionó con gran rapidez y de un manotazo desvió el esférico hacia afuera del campo.

Durante los minutos restantes, el equipo belga se lanzó al frente para conseguir el ansiado empate, pero todos sus esfuerzos serían en vano…

Cuando Coerezza pitó el final del juego, el júbilo y la felicidad embargaron no sólo a los jugadores mexicanos y al público presente, sino también al resto del país: por vez primera, México pasaba a la siguiente ronda, los cuartos de final, de un Mundial de Futbol.

Esa noche, las principales avenidas de la capital, como Reforma e Insurgentes, se vieron invadidas por miles de personas (niños, jóvenes, adultos y viejos) a bordo de sus autos o a pie. Un solo grito las unía a todas: “¡Mé-xi-co, Mé-xi-co, Mé-xi-co!”

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