Rolando Villazón en la Sala Nezahualcóyotl

“Mis personajes los hago desde la verdad humana”

Acompañado al piano por Ángel Rodríguez, el tenor hizo un recorrido a través de la canción italiana; también participó en un conversatorio realizado en el Anfiteatro Simón Bolívar

Foto: Barry Domínguez.

Rolando Villazón siempre está en un escenario. Y en él prevalece lo lúdico: sonríe, manotea, brinca, aplaude, gesticula. El juego está presente en su vida diaria. Lo demostró en el concierto que ofreció en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario de la UNAM, donde ofreció tres horas de L’Arte del Bel Canto.

Ante una sala llena, conectó desde un inicio con su audiencia, a quien le recordó que era un orgullo estar por primera vez en el recinto universitario.

En 2020, la publicación Ópera Actual le preguntó: “¿Y si tuviese que escoger? ¿Qué papel le gustaría cantar siempre?” Su respuesta: “Sin duda, ¡el de Rolando Villazón!”

Y eso fue lo que vimos en los escenarios de la UNAM: al tenor generoso, lleno de entusiasmo, al que regresó varias veces a complacer a su público, al que no dudó en bromear a los que llegaron tarde: “¡Viva México!”; o “Esto no es un karaoke”, ante la petición de canciones; al que, en el conversatorio celebrado en el Anfiteatro Simón Bolívar, pidió a Dios y al diablo concederle 10 años más de voz para seguir cantando, al que presumió su playera de Mozart a los asistentes, al que entonó el goya universitario, al que portó la playera de Pumas y mostró su cariño al público.

Después de dos horas y 15 minutos de concierto, afirmó, sin abandonar su sonrisa: “Yo aún tengo gas, ¿quieren más?” La respuesta fueron más aplausos. “Entonces cancelen su cena”. Y continuó el concierto hasta entonar el Goya nuevamente.

Acompañado al piano por Ángel Rodríguez, el tenor hizo un recorrido a través de la canción italiana: desde el Renacimiento y el Barroco, hasta el siglo XX, pasando por el repertorio napolitano.

Villazón ha estado en los escenarios de mayor relevancia internacional: desde la Metropolitan Opera y La Scala hasta la Ópera Estatal de Viena, la Ópera Estatal de Baviera, la Royal Opera House de Londres y el Festival de Salzburgo. Ha sido director de escena –a pesar de que sus amigos le recomendaron que nunca lo hiciera–, novelista, embajador de la Fundación Mozarteum de Salzburgo y director artístico de la Semana Mozart de Salzburgo (a partir de 2019) y embajador de la organización de las Narices Rojas Clowndoctors International.

Durante el conversatorio celebrado en el Anfiteatro Simón Bolívar de la UNAM estuvo acompañado por Gerardo Kleinburg. Ahí habló sobre su trayectoria profesional, sus pasiones, lo que significa Mozart en su vida y su labor altruista en la organización Narices Rojas, que se dedica a ayudar a los niños con cáncer.

Para escribir su primera novela se encerró a pulirla durante semanas. Recuerda que Jorge Volpi le dijo: “Aquí hay algo”. Y se dio a la tarea de encontrarlo. Después de un taller intensivo terminó su obra y posteriormente una editorial se interesó en ella. Sólo tuvo una observación: cómo firmar, porque la fama del tenor podría hacerle daño al incipiente escritor.

A Malabares, publicada en 2013, le siguió Lebenskünstler (2017, sólo publicada en alemán) y Amadeus en bicicleta, que en junio de 2020 estuvo varias semanas en la lista de libros más vendidos del semanario alemán Der Spiegel.

Todo es un escenario

Villazón piensa que el ser humano crea personajes, “y esto que llamamos identidad, o quienes somos, es un personaje que tratamos de definir a lo largo de los años, o que nos está siendo definido, ya sea por un dios, ya sea por el determinismo. O tenemos la construcción de varios personajes, y creo que al final de cuentas, dependiendo de los contextos sociales y culturales, del momento en el que estemos presentes, somos de determinadas maneras, nos cambian en mayor o menor medida las circunstancias que nos rodean”.

Desde muy pequeño quiso ser el personaje de un libro. “Yo no entendía el mundo, me parecían fachadas lo que yo veía. La literatura me deja entrar a la cocina, a las aguas internas de los seres humanos, a sus sufrimientos, a sus alegrías, pero desde una perspectiva que yo no alcanzaba a reconocer cuando era niño. No podía comprender ese mundo interno del que estamos siempre ajenos del otro. Y desde entonces había ya una vocación lúdica. Siempre me ha gustado encontrar el juego en el mundo, en la vida diaria”.

Todo es un escenario, considera, “de lo que se trata es de construir personajes, ser director de escena, ser presentador, cantante, gestor… Cada una de esas personalidades las adapto de diferentes maneras; por ejemplo, ser embajador de las Narices Rojas, con quienes voy también como payaso a los hospitales, ese es otro personaje. Y cuando hablo de personajes no hablo de máscaras necesariamente, lo hago desde una verdad humana: todo eso es quien soy, quienes somos”.

Le gusta estar en el escenario, interpretar, contar chistes, ser el payaso de la clase. De adolescente, recuerda, “cantábamos pequeñas obras de teatro. Tenía un vecino, y hacíamos nuestros textos y creábamos nuestros vestuarios. Y se los presentábamos a nuestras mamás, y ese fue nuestro primer público, y siempre había un deseo de teatro”.

Fotos: Barry Domínguez.

Texto, ritmo y música

En cuanto a la ópera, sus personajes han cambiado a lo largo de los años, pero hoy empieza con texto. “Luego sigue texto y ritmo; y luego texto, ritmo y música, y se conjuga todo esto. Pero sigue siendo todo muy frío, y la razón es que si vas en una nueva producción hay que esperar a ver cuál es el contexto de esa nueva producción: en qué universo se va a encontrar este personaje, cuáles van a ser sus circunstancias, los mecanismos que los mueven, si va a haber comedia, tragedia, cómo va a ser su relación con los demás personajes y esas son todas decisiones que hace el director de escena”.

Hay que esperar a escucharlo y ver qué es lo que quiere de ese personaje para terminar de construirlo, advierte. “El compositor y el libretista tienen ya una idea del personaje”.

El método en la ópera no sirve, precisa, “porque tenemos que ser un instrumento libre, un instrumento que le deje a la voz –que al final es un instrumento musical–, entrar en armonía con los colegas, con la orquesta. Y desde ese punto de vista lo que hacemos es más una coreografía, la construcción de un personaje, como se hace en ciertas técnicas de teatro”.

En la ópera están los estados subconscientes de los personajes, indica. “Y por eso no nos sorprende que se cante en lugar de que se hable, porque es el estado puro de lo interior. Estos personajes son arquetipos de emociones: celos, amor, alegría, odio, desesperación, muerte. Y esos arquetipos se manifiestan en el escenario”.

El director

Su primera puesta en escena fue un éxito rotundo y un desastre en la crítica, rememoró. “Conocí un crítico de Inglaterra, y le dije: usaste una palabra que casi nadie usa y que a mí me gusta mucho: execrable, que bonita palabra, me gustó”.

Pensé que había sido debut y despedida. “Me gustó mucho que funcionó. Y afortunadamente me pidieron El elíxir de amor. Hice una puesta en escena que fue un éxito, tanto de crítica como de público”.

La obra tiene que ser una puesta en escena musical, y hay directores que no están de acuerdo con eso, expresó. “Hay directores de escena que van contra la música. Para mí un principio es que la puesta en escena tiene que estar con la música. El libreto y la historia están pensados con la música, es la que lleva la historia. Por eso no tenemos que buscar la emoción de cada uno, la música es la emoción. Hay que seguirla, dejarse acompañar por ella, respetar al compositor. Y yo creo que tu concepto puede ir tan lejos como sea”.

Le encantan las puestas en escena conmovedoras, “siempre y cuando estén bien dirigidas, y bien dirigido significa que objetivamente el director de escena sabe mover el escenario, sabe llevar el ojo del público”.

El director de ópera tiene que llevar el ojo del público hacia donde se quiere, “con luz, movimiento, con lo que sea. Y cuando tienes 120 personas en el escenario requieren de un trabajo y de saber hacerlo, porque saber hacerlo es un trabajo objetivo”.

Mozart siempre te lleva a la luz

Villazón confesó que ha tenido la suerte de tener una reputación y una fama que le permiten tener un público. “La fama te da libertad y poder artístico. No dependes de lo que te inviten, puedes crear tus proyectos, lanzar la propuesta de lo que quieres hacer. Y con esto, y con una visión diferente de lo que tiene que ser la ópera, un cambio de management. Me tocó un management que comprende toda esta diversificación de literatura, programas de televisión, dirección de escena. Y me lanzó a hacer cosas que los teatros no esperan que yo haga”.

¿Qué te ha dado Mozart?, le preguntó Kleinburg. La respuesta: “Me ha dado la filosofía; si se quiere, el entusiasmo, la exuberancia del inicio del día, de un proyecto, una aventura, una relación, una amistad; la posible tristeza inescalable, los adagios, los lamentos de Mozart, que son de una humanidad y de una visión interior tan profunda, tan hermosa, tan humana. Pasar por ese trayecto, y, eso es siempre Mozart, es llegar a la luz, Mozart siempre te lleva a la luz”.

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