El autismo es un trastorno del neurodesarrollo con el que nacen uno de cada 160 infantes en el mundo, más niños que niñas (la tasa es de 4 a 1), asegura Yazmín Ramiro Cortés, del Instituto de Fisiología Celular (IFC).
Es un trastorno con un abanico muy amplio de síndromes, unos leves (permite una vida casi normal), otros muy severos (imposibilitan desarrollarse en un entorno normal), agrega la investigadora del UNAM.
El autismo está asociado a otras comorbilidades: problemas gastrointestinales, ansiedad, depresión, desórdenes del sueño y epilepsia, entre otros.
El también llamado Trastorno de Espectro Autista (TEA), descrito por Leo Kanner en 1943, se caracteriza por cuatro síntomas principales: 1 deficiencias en lenguaje (verbal y no verbal), 2 deficiencias en la comunicación e interacción social, 3 movimientos repetitivos o estereotipados y 4 alteraciones en la percepción sensorial.
Con el ‘rabito’ del ojo
La corteza visual procesa toda la información que los ojos ven y la manda a otras zonas del cerebro para “vivir en la vida normal”. En ese circuito cerebral hay áreas que procesan cosas simples (entrada de la Luz) y más complejas (colores, texturas, formas, rostros…).
Estudios de resonancia magnética en autismo han mostrado que muchos autistas tienen una agudeza visual mayor que la normal. Sus áreas visuales son muy activas, responden más a ciertos estímulos.
En muchos casos se presenta una atención visual atípica. Nosotros normalmente escaneamos una imagen y nos enfocamos en los rostros de las personas. En cambio, los autistas se enfocan en un punto central. Y el movimiento lo perciben de manera diferente.
No tienen una visión frontal. Ven con “el rabito del ojo” porque así minimizan el movimiento, como si trataran de filtrar la información que reciben del entorno.
Un ratón autista
No se sabe —dice la investigadora del IFC— como funciona el cerebro de las personas que padecen este trastorno del neurodesarrollo. Estudiar el autismo en animal de laboratorio nos puede dar indicios de cómo funcionan las bases neuronales del autismo.
Ramiro Cortés estudia autismo en un ratón con una alteración en un gen que lleva una proteína que se expresa en el cerebro. Se diseñó con base en una alteración similar en un gen humano asociado al autismo.
En este tipo de ratón se pueden estudiar las bases neuronales del Trastorno del Espectro Autista ya que se sabe la causa exacta de la afección.
Este modelo de alteración genética, donde podemos entender “un poco” cómo funciona el cerebro cuando hay autismo, se ha replicado también en otros animales experimentales: la mosca de la fruta, el pez cebra, la rata y el mono.
Neuronas más selectivas
Yazmín Ramiro Cortés estudia el autismo en ratón porque éste es un modelo animal donde más se ha estudiado la corteza visual, además es un área técnicamente accesible para su estudio (no hay que ir a estructuras internas) y porque la corteza visual de los ratones responde a cuatro particularidades: movimiento, ángulo, dirección y contraste.
Así, en un monitor se proyectan barras blancas y negras (con 100 por ciento de contraste) y se les cambia el ángulo y la dirección, estímulos a los que responden los ratones.
Un primer resultado es que las neuronas de estos ratones tipo autista son más selectivas para ciertos ángulos de las imágenes que se le proyectan.
Estudios de la corteza visual in vivo, mostraron que sus neuronas tienen un índice de selectividad mayor, ya que son capaces de detectar mejor los estímulos con ángulos particulares. En cambio, los ratones silvestres no presentan esta selectividad, sus neuronas responden a más ángulos, dice la doctora Ramiro Cortés.
Aprendizaje y recompensa
Esa fue la primera diferencia que encontramos. Otra, que los ratones autistas aprenden mejor —que uno silvestre— a distinguir entre un estímulo que le ofrece una recompensa y otro que no le ofrece nada.
Conforme va aprendido el ratón tipo autista a distinguir entre ambos estímulos, aumenta la proporción de neuronas que reconocen el estímulo que da recompensa. Eso probablemente se debe a cómo su cerebro procesa toda esta información.
No es que los ratones no aprendan por la alteración genética que tienen, aprenden de hecho mejor porque, como se mencionó anteriormente, sus neuronas son más selectivas a ciertos ángulos, lo cual sugiere que distinguen mejor que los silvestres entre los dos estímulos presentados.
Sucede igual en algunos niños con autismo. Cuando los ponen en un ejercicio de discriminación visual a buscar patrones, los niños autistas son más rápidos que los niños normales.
Eso ocurre en ciertos síndromes del espectro autista. Por que hay otro tipos de síndromes donde tanto a los humanos como a los ratones, les cuesta más trabajo aprender ciertas tareas. Esto depende de la tarea y la afección que tengan.
El cambio de regla
En otro paradigma, dice Ramiro Cortés, tenemos que a niños autistas les enseñan los conceptos con imágenes. Por ejemplo, que es un perro, con la imagen de un labrador. Para esos niños autistas un labrador es un perro. El problema es cuando se lo cambian. Les ponen un chihuahueño y no saben que también es un perro. Porque no es lo que aprendieron.
Se hizo un experimento similar con los ratones tipo autista y normales. Una vez que aprendieron muy bien cual estímulo da recompensa y cual no, se les cambiaron: el estímulo que les daba recompensa, ya no les daba. Y viceversa. Ambos animales se confunden. Dan lengüetazos al estímulo que antes les daba recompensa.
Pasados unos días, los ratones normales entienden otra vez cual es el que les da recompensa. Empiezan a hacer bien su tarea. Pero los autistas, “de plano, no”. No entienden el cambio de regla. Siguen dando lengüetazos para lo que antes les daba recompensa.
Ambos entienden muy bien la primera parte de la tarea, pero el cambio de regla a los autistas les cuesta mucho trabajo. Parece que “sus circuitos neuronales no son tan flexibles una vez que ya aprendieron, como en los ratones normales”.
Primero, entender
Yazmín Ramiro Cortés trata así de entender cómo funciona el cerebro en un modelo de autismo. “Por que no sabemos y es frustrante”. Y como sociedad, debemos entender que los niños autistas “ven el mundo de manera diferente” por que su cerebro funciona diferente al de una personal ‘sin autismo’.
“En la medida que entendamos como funciona su cerebro quizá podamos entenderlos. Porque curarlos es muy difícil.
Dentro del trastorno del espectro autista, agrega la investigadora del IFC, se ha estudiado mucho el síndrome del X frágil, que es la forma de retraso mental más común heredada en humanos. Se diseñó un modelo de ratones que replican esta afección y que han permitido conocer como funciona el cerebro afectado por este síndrome.
Se observó que al dar a los ratones agonistas de receptores metabotrópicos se mejoran algunos síntomas. Ahora a niños con esa afección se les administran agonistas de estos receptores para minimizar ciertos síntomas.
El doctor Joseph Buxbaum, quien en Estados Unidos desarrolló el modelo de ratón con el que trabaja Yazmín Ramiro Cortés, tiene un proyecto que está en etapa 2 del tratamiento con el factor de crecimiento parecido a la insulina (IGF-1) para niños con autismo, específicamente el síndrome Phelan-McDermid.
“Ya se ha administrado y reportaron que la interacción social de estos niños mejora un poco y dejan de hacer estos movimientos repetitivos”.
Como parte de su línea de investigación, Ramiro Cortés administrará IGF-I a ratones, no para curarlos, sino para entender su efecto a nivel neuronal y si hay o no recuperación y por qué.
A partir de estudios de ciencia básica, dice finalmente, se pueden conocer “este tipo de cosas” y proporcionar información para el desarrollo de tratamientos futuros, no sólo para el autismo, sino para cualquier enfermedad.