Llamado de la ONU: la mayoría de las aguas oceánicas permanecen inexploradas

Nuevo objetivo, explorar las profundidades marinas

Ya están en marcha cuatro iniciativas: el Decenio de los Océanos, el Challenger 150, la Red One Ocean para la Observación Profunda y la Red Oceánica de Exploración Conjunta de la Zona Crepuscular

El lema propuesto este año por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para el Día Mundial de los Océanos, que se celebró el pasado sábado 8 de junio, es “Despertando nuevas profundidades” y se refiere a que la mayoría de las aguas oceánicas permanecen inexploradas y, por consiguiente, hacen falta más esfuerzos para conocerlas y estudiarlas.

“Hasta la fecha únicamente conocemos 5% de los océanos. Por esto, el lema alude a la importancia de llegar a las aguas profundas para explorarlas, lo cual implica contar con una tecnología de punta que nos permita alcanzar una cobertura más amplia”, señala Píndaro Díaz Jaimes, director del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología (ICMyL) de la UNAM.

Con el propósito de alcanzar dicho objetivo ya están en marcha cuatro iniciativas internacionales: el Decenio de las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible (2021-2030) o Decenio de los Océanos, de la Organización de las Naciones Unidas; el Challenger 150; la Red One Ocean para la Observación Profunda, y la Red Oceánica de Exploración Conjunta de la Zona Crepuscular.

La primera de ellas es coordinada por la Comisión Oceanográfica Intergubernamental de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

“Hace hincapié en que las aguas profundas desempeñan un papel fundamental en la disipación del calor y en la absorción de una gran cantidad de dióxido de carbono, impulsan las corrientes oceánicas y son una valiosa fuente de tierras raras, las cuales se utilizan para fabricar diversos insumos tecnológicos (teléfonos celulares, computadoras portátiles, baterías…) y, por lo tanto, en caso de que suceda así, deberán ser explotadas de manera responsable. En cuanto a la iniciativa Challenger 150, también tiene como objetivo abordar la exploración de las profundidades oceánicas y gestionar en forma óptima la explotación de sus recursos naturales. Por su lado, la Red One Ocean para la Observación Profunda está orientada a estudiar los fenómenos geológicos que se desatan en las aguas profundas, como sismos y erupciones volcánicas, para mejorar la respuesta ante su ocurrencia. Y, finalmente, la Red Oceánica de Exploración Conjunta de la Zona Crepuscular se dedica, como su nombre lo indica, a explorar esta zona (conocida también como mesopelágica), que se ubica entre los 200 y los 1,000 metros de profundidad”, dice Díaz Jaimes.

Cabe añadir que, al parecer, en esa zona, donde penetra poca luz solar, hay una diversidad muy rica de especies de plantas y animales marinos, por lo que resulta imprescindible ver de qué modo puede ser protegida.

“Como la zona mesopelágica, en general, se encuentra distribuida en aguas internacionales, es indispensable la colaboración de diferentes actores para gestionarla de la mejor forma. Por fortuna, especialistas, políticos, tomadores de decisiones, ambientalistas, artistas… de muchos países ya están involucrados en esta dinámica.”

De acuerdo con Díaz Jaimes, estas iniciativas son relevantes porque contribuyen a que todos seamos conscientes de que es necesario proteger los océanos, lo cual incluye, por cierto, combatir los estigmas que algunas especies marinas llevan sobre sí, como los tiburones.

“Cada vez que visitemos una playa, ya sea de nuestro país o de otro, es nuestra responsabilidad recoger los desechos que pueda haber en ella. Y siempre debemos recordar que como sociedad estamos dañando los ecosistemas marinos y, con ello, modificando múltiples dinámicas de los océanos”, advierte.

Por su ubicuidad y toxicidad, los microplásticos representan una amenaza real para la salud de los océanos y los humanos.

“Durante la síntesis de los plásticos se emplean aditivos o plastificantes, como los ftalatos, que pueden liberarse cuando aquéllos se degradan en los océanos; además, en su tránsito por el medio marino, los microplásticos son susceptibles de adsorber y retener otros contaminantes, como metales y compuestos orgánicos persistentes”, informa Jorge Feliciano Ontiveros Cuadras, investigador del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología.

Algunos autores estiman que, de 2000 a 2007, el flujo global anual de microplásticos hacia los océanos fue de 47,000 toneladas y que para 2050 podría ser de 71,000 toneladas.

“En el mundo hay grupos que están generando iniciativas para abordar el tema de la contaminación plástica en los océanos, como NUTEC Plastics del Organismo Internacional de Energía Atómica, cuya próxima reunión de cooperación técnica será en julio. No obstante, como consumidores, todos debemos hacer un uso consciente de los materiales plásticos, esto es, migrar de una visión lineal (utilizarlos y desecharlos) hacia formas de consumo que extiendan su uso y valor económico durante el mayor tiempo posible”, apunta Ontiveros Cuadras.

Diagnóstico

Lamentablemente, el diagnóstico de los océanos no es nada halagador. Con el cambio climático, su temperatura se ha incrementado, lo que ha hecho que varios procesos se distorsionen y aparezcan fenómenos tales como el debilitamiento de las corrientes oceánicas.

“Como sabemos, al redistribuir el calor justamente por medio de las corrientes oceánicas, los océanos actúan como reguladores del clima. Si en un momento dado la velocidad o trayectoria de dichas corrientes sufre una modificación, aquél se trastoca”, afirma Díaz Jaimes.

Y como los océanos son los principales sumideros de dióxido de carbono, el carbono se disuelve en las aguas y altera el pH (potencial de hidrógeno) natural de éstas, es decir, se acidifican.

“Eso ocasiona, entre otras cosas, que los organismos que fijan el carbono o minerales para construir estructuras duras como conchas y caracoles ya no puedan hacerlo.”

Foto: cortesía Lorenzo Álvarez Filip.

Por su ubicación estratégica entre las costas y el mar abierto, los arrecifes de coral constituyen unas barreras que protegen a aquéllas de los embates del oleaje y son el hábitat de un altísimo porcentaje de especies marinas, a pesar de que solamente representan 0.25 % de la superficie de todos los océanos.

Al degradarse y morir, lo que queda de un arrecife de coral es una estructura aplanada que poco a poco se va erosionando y rompiendo, lo cual tiene repercusiones negativas para las especies que lo habitan, pero también para otras que lo visitan con la finalidad de alimentarse.

“Es decir, los arrecifes de coral están conectados con otros ecosistemas. Por esto, su pérdida significa desencadenar un efecto en cadena desastroso”, afirma Lorenzo Álvarez Filip, investigador de la Unidad Académica de Sistemas Arrecifales del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología, en Puerto Morelos, Quintana Roo.

En el caso del Caribe mexicano, la degradación y la mortalidad de los arrecifes de coral comenzaron en la década de los años 70 del siglo pasado, y están directa o indirectamente relacionadas con las actividades antropogénicas.

“Las aguas residuales van a dar a los acuíferos y a los ríos subterráneos que tenemos aquí, en la península de Yucatán, o a los ríos que corren en el resto del país y en otras partes del mundo, y al final estos flujos de agua dulce contaminada desembocan en los océanos y llevan una gran cantidad de contaminantes y nutrientes a los arrecifes de coral. Así, con el exceso de nutrientes, otros organismos, como algas, empiezan a crecer en los arrecifes de coral y a ocupar el espacio que dejan los corales muertos por este exceso de nutrientes, precisamente, y por el cambio climático”, explica Álvarez Filip.

Con todo, hoy en día, la principal amenaza que enfrentan los arrecifes de coral es el cambio climático, causante del incremento en la temperatura de los océanos.

“Cuando ésta sube dos o tres grados por encima de lo normal, se rompe la simbiosis entre los corales y las microalgas que viven dentro de ellos de manera natural. Entonces, estas microalgas los abandonan y los corales se ven blancos, transparentes. Y si este estrés continúa, mueren. Otros factores que inciden en la destrucción de ciertos arrecifes de coral son el anclaje y el choque de barcos con ellos, y el turismo”, concluye.

En lo que concierne a la contaminación de los océanos, es un problema grave tanto en aguas costeras, que son las más afectadas por las actividades antropogénicas (todas las descargas que se vierten a los océanos, principalmente las que provienen de la industria agroquímica, perjudican su productividad y estado de salud), como en la llamada zona oceánica.

“En el Pacífico norte se formó hace años una inmensa isla de plástico… Pero no sólo esto: al irse degradando y dividiéndose en partículas, los plásticos son ingeridos por los organismos marinos. De hecho, ya se han detectado microplásticos (partículas menores a 5 milímetros) e incluso nanoplásticos (partículas de 1 a 1,000 nanómetros) en sus tejidos.”

Asimismo, inquieta el papel que el cambio climático y la contaminación de los océanos pueden desempeñar en la evolución de los organismos marinos. Al respecto, Díaz Jaimes comenta: “Aunque no podemos tener un registro de la evolución de los seres vivos, porque ésta tarda cientos, miles, cientos de miles o millones de años, dependiendo de la especie que se trate, sí somos capaces de inferir cómo las transformaciones que están padeciendo los océanos podrían afectar, a la larga, a los organismos marinos”.

Por ejemplo, “si las rutas migratorias que infinidad de especies siguen para ir a zonas de alimentación y de reproducción se ven alteradas por el calentamiento de las aguas o el debilitamiento de las corrientes oceánicas, cabría la posibilidad de que la forma en que se reproducen dichas especies se modificara a tal grado que sus poblaciones podrían reducirse y, con el tiempo, extinguirse. Sin embargo, en muchas ocasiones, las especies se adaptan a condiciones nuevas y pueden sobrevivir y reiniciar el proceso evolutivo con una variación genética mermada.”

Por último, las especies que conforman las pesquerías también son motivo de preocupación entre la comunidad científica, debido a que, de acuerdo con Díaz Jaimes, una buena cantidad de ellas se encuentra sobreexplotada.

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