¿Por qué desconfiamos de las evidencias científicas?
Es un fenómeno bastante contemporáneo, el cual se relaciona con los contextos en el que opera la ciencia y en el que se recibe información de esta índole: Miguel Alberto Zapata, de la FFyL
En la era de la comunicación digital cualquier dato está a nuestro alcance, basta dedicar unos segundos para, por medio de un dispositivo electrónico, realizar una búsqueda y encontrar lo que necesitamos. Sin embargo, nuestro día a día en el internet no es tan sencillo, la cantidad de información puede ser abrumadora y, además, hay millones de personas que se ostentan como expertos (profesionales o aficionados) de una infinidad de temas.
La situación genera desconfianza en el público y nos ha llevado a padecer infodemia, la cual –de acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud– se define como “una cantidad excesiva de información (en algunos casos correcta, en otros no) que dificulta que las personas encuentren fuentes confiables y orientación fidedigna cuando las necesitan”.
El organismo internacional añade en el estudio –https://iris.paho.org/bitstream/handle/10665.2/52053/Factsheet-Infodemic_spa.pdf–, que el fenómeno se aceleró y creció durante la pandemia ocasionada por la aparición de la Covid-19 que inició a finales de 2019:
“En el contexto de la pandemia actual, puede afectar en gran medida todos los aspectos de la vida, particularmente la salud mental, habida cuenta de que las búsquedas en internet de información actualizada sobre la Covid-19 se han disparado del 50 % a 70 % en todas las generaciones […] En otras palabras, estamos ante una situación en la que se produce e intercambia mucha información en todos los rincones del mundo, la cual llega a miles de millones de personas. Pero, ¿cuánta de esa información es correcta? Sólo parte de ella.”
Los que menos creen
En Estados Unidos, por ejemplo, de acuerdo con una encuesta realizada por el Pew Research Center, con sede en Washington –https://www.pewresearch.org/science/2023/11/14/americans-trust-in-scientists-positive-views-of-science-continue-to-decline/–, entre el inicio de la pandemia y el mes de octubre de 2023, la confianza en los científicos bajó un 14 %, y el 8% de los encuestados cree que la ciencia ha tenido un impacto mayoritariamente negativo en la sociedad.
Y añaden: “El porcentaje que expresa el mayor nivel de confianza en los científicos (diciendo que tienen mucha confianza en ellos) ha caído del 39 % en 2020 al 23 % en la actualidad. A medida que la confianza en los científicos ha caído, la desconfianza ha aumentado: aproximadamente una cuarta parte de los estadunidenses (27 %) ahora dicen que no tienen demasiada o ninguna confianza en que los científicos actúen en el mejor interés del público, en comparación con el 12 % en abril de 2020”.
Curiosamente, las generaciones más jóvenes estadunidenses tienen una mayor confianza en la ciencia. En una encuesta publicada por Gallup y Walton Family Foundation el pasado mes de septiembre, la Generación Z (aquellos que nacieron entre 1995 y 2007 aproximadamente) confía mucho o bastante en la ciencia (71 %), mientras que el 22 % lo hace poco y sólo el 6 % muy poco.
¿Y México?
El asunto no es muy diferente en nuestro país. De acuerdo con la más reciente Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología (ENPECyT) realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía en 2017, el 15.4 % de sus encuestados estaba en desacuerdo con la idea de que “Son mayores los beneficios generados por la investigación científica que los daños asociados a ésta”; mientras que el 1.6 % estaba muy en desacuerdo.
Siguiendo datos difundidos en el Digital News Report 2023 –https://reutersinstitute.politics.ox.ac.uk/digital-news-report/2023/mexico#_ftn1– del Instituto Reuters de la Universidad de Oxford, la desconfianza de los mexicanos para con la información en general ha aumentado: sólo el 36 % de la población confía en los medios de comunicación. Mientras que, según datos de la ONG Artículo 19 –https://articulo19.org/desinformacion-oficial-y-comunicacion-social/–, el 26.5 % de los habitantes piensa que la información difundida por las autoridades es falsa.
Paradoja
“Es un fenómeno bastante contemporáneo que tiene que ver con los contextos en el que opera la ciencia y en el que se recibe la información científica, que tienen como una de sus características la posverdad. Como bien decías antes, estamos en un momento en el que la gente puede tener ciertas evidencias o es posible dárselas, pero éstas no se asumen como algo verdadero, como algo digno de confianza”, explica Miguel Alberto Zapata Clavería, coordinador del Colegio de Filosofía y profesor del posgrado de Filosofía en la Ciencia de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM.
El universitario subraya que “vivimos en un momento histórico bastante paradójico, en el sentido de que desconfiamos de la ciencia, pero necesitamos de ella para resolver muchos de nuestros problemas. ¿Por qué se socava esta confianza?, ¿cuáles son las causas que motivan su reducción? En el caso, por ejemplo, del cambio climático, mucha gente diría que la ciencia nos ha venido advirtiendo desde hace décadas sobre la ocurrencia de eventos catastróficos que finalmente no han sucedido. En este sentido, se podría pensar que las señales de alerta que nos lanza actualmente el Panel Intergubernamental del Cambio Climático no son más que otra advertencia a la que no habría que hacerle mucho caso porque será una más de las muchas que no se cumplirá”.
A lo que añade: “eso tiene que ver con una mala noción de la temporalidad en la que se juega el discurso científico, porque las advertencias que se han enunciado desde hace décadas nos han ido indicando que a mediano o largo plazos podríamos tener los problemas que, de hecho, actualmente comenzamos a padecer en el planeta. El asunto es que la vida humana se mantiene en un tiempo distinto y esto genera una mala comprensión de los efectos de muchos fenómenos. Si vemos que en nuestra vida privada y cotidiana no hay ninguna consecuencia significativa, entonces ponemos en duda la confiabilidad de las advertencias que se nos hacen”.
Para Carlos Antonio Rius Alonso, investigador de la Facultad de Química y creador de uno de los primeros repositorios de información científica del país, nuestra relación con quien tiene acceso a los datos (especialmente científicos) ha cambiado y se ha transformado radicalmente gracias al internet.
“Si nosotros vemos un poquito la historia del conocimiento, éste siempre ha sido poder; entonces, en las civilizaciones antiguas solamente aquellos que lo detentaban tenían conocimiento. ¿Qué quiero decir con esto? Que únicamente esas personas sabían leer, escribir y tenían acceso a los escritos; el escribir un documento era muy costoso porque se tenía que hacer en forma manual, por ejemplo”, apunta.
Rius Alonso agrega que el bajo costo de dispositivos y teléfonos inteligentes –lo cual ha potenciado su popularidad– es un factor a tomar en cuenta.
“Las compañías de teléfonos también proveen a través de su suscripción acceso a la red de internet; entonces, todo el mundo puede tener información que se dispersa muy fácilmente. Esto está haciendo que una gran cantidad de ésta no sea válida. De este modo, se dan por hecho muchas cosas que están circulando en las redes. Los motores de búsqueda sueltan gran cantidad de datos y no hay ningún filtro que me diga que son reales o no”, aclara.
“Parecía que el acceso a internet nos iba a colocar en una situación epistémica privilegiada”, comenta Miguel Alberto Zapata Clavería, “que nos instalaría en una sociedad del conocimiento. Sin embargo, aunque es cierto que vivimos en una sociedad de la información, no podemos afirmar con tanta claridad que la nuestra sea la del conocimiento. De hecho, sería más acertado decir que es la de la ignorancia, la de la desconfianza, la de la incertidumbre. Sospechamos los unos de los otros, vivimos en una época de constante negacionismo, de un recurrente conspiracionismo.”
Discernir correctamente
Como usuarios de internet es indispensable que desarrollemos herramientas que nos permitan discernir correctamente la información que se nos presenta día a día, coincidieron ambos universitarios, y ayudar a otros en nuestro entorno a hacer lo mismo.
“Aquí en la Facultad he dado por varias décadas un curso que se llama De informática”, recalca Carlos Antonio Rius Alonso, “el cual está centrado en que los alumnos aprendan a buscar la información pertinente y verídica que aparece en diferentes fuentes; analizamos varios bancos de datos en los que sí está validada, porque son compañías que se dedican a recopilar, checan la veracidad y compilan. De esta forma, estamos garantizando que la información que obtienen de esas fuentes es verídica”.
Otro consejo que puede ser utilizado por la población en general está ligado a poner atención a la manera en que los algoritmos nos enganchan al internet, ya que éstos no se interesan por darnos información válida, sino en mantenernos usando diferentes servicios digitales, generando una burbuja a nuestro alrededor.
“Cada persona busca la información de formas diferentes, y también ahí tenemos otro problema: casi todas las aplicaciones y navegadores de red tienen algoritmos que están checando qué es lo que yo busco, y automáticamente me van a bombardear con cosas que están relacionadas. Es mercadotecnia, y nos están llevando al camino que quieren”, argumenta Rius Alonso.
Zapata Clavería advierte que como usuarios “hay una gran responsabilidad, pero ésta es compartida. Tenemos un problema común, pero somos agentes diversos y cada uno tiene las herramientas que le son propias en función de sus circunstancias para tratar de resolver o reparar esta situación”.
“Responsabilidades hay muchas. ¿Qué podríamos hacer? En principio, como legos, como público no especialista de la mayor parte de los temas, responsabilizarnos de nuestras creencias. Esto es más importante de lo que en principio podría parecer, porque uno pensaría que esto sólo se refiere al ámbito de la moral. Y efectivamente, yo soy responsable de mi conducta porque ésta puede tener buenas o malas consecuencias o porque deriva de buenas o malas intenciones. Sin embargo, también hay compromiso sobre nuestras propias creencias. Yo soy consciente de lo que creo, de lo que opino, de lo que difundo. En este sentido, creo que sería un ejercicio de responsabilidad asumir que a veces son otros los que más saben o los que tienen mejores argumentos para fijar la posición sobre un determinado tema”, concluye el docente.