Los dinosaurios también se enfermaban, pero ¿de qué…? Como no se dispone de pedazos de piel bien conservados ni de órganos momificados, es imposible saber qué patógenos los infectaban o qué males del corazón o el cerebro padecían.
Afortunadamente, los huesos fósiles de dinosaurios nos hablan de algunas de sus enfermedades. Por estudios realizados en Estados Unidos, Canadá, Argentina y Rusia, se sabe que estos animales podían enfermar de cáncer y artritis.
Ángel Alejandro Ramírez Velasco, paleontólogo egresado de la Facultad de Ciencias de la UNAM, realizó –bajo la dirección de Elizabeth Morales, de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia, y de René Hernández, del Instituto de Geología (IGl)– el primer estudio relacionado con patologías óseas de dinosaurios mexicanos como su tesis de maestría.
Para su proyecto de posgrado, el universitario identificó, revisó, describió y comparó patologías óseas en fósiles de dinosaurios provenientes de colecciones paleontológicas del Instituto de Geología y de la Estación Regional del Noroeste de la UNAM, de Fronteras, (Sonora); del Museo del Desierto, del Centro INAH Coahuila y de la Benemérita Escuela Normal de Coahuila, así como de colecciones privadas, entre ellas la de Claudio de León.
Piezas
Ramírez Velasco revisó nueve mil 446 piezas (se les llama piezas y no ejemplares, porque de muchos dinosaurios sólo había un fémur o un pedazo de costilla, vértebras y fragmentos óseos).
Las piezas con indicios patológicos fueron sometidas a un análisis comparativo con huesos (sanos y enfermos) de reptiles, aves y mamíferos (algunas paleopatologías se comportan como las de estos animales) y a estudios histológicos.
“Como sucede con las rocas, los huesos fósiles se cortan e integran a una resina; luego se ponen en una lámina delgada que se pule, y se pueden observar sin tinción alguna, ya que tienen color por los minerales. A otras piezas se les aplicó una tomografía computarizada en la unidad PET/CT de la Facultad de Medicina de la UNAM”, explica el especialista.
Del total de estas piezas fósiles de dinosaurios mexicanos del Cretácico sólo uno por ciento presentó anomalías: trastornos físicos-traumáticos (43 por ciento), trastornos degenerativos y proliferativos (18 por ciento), neoplasias (18 por ciento), trastornos del desarrollo (11 por ciento), trastornos inflamatorios (cuatro por ciento) y etiología incierta (11 por ciento).
En tres de seis grupos
Ramírez Velasco encontró paleopatologías sólo en tres de seis grupos: en el de los picos de pato (hadrosaurios), en el de dinosaurios con cuernos (ceratópsidos) y en el de un pariente del Tyrannosaurus rex llamado Labocania anomala.
De los tres grupos, el que presentó más paleopatologías fue el de los pico de pato: lesiones traumáticas en costillas, vértebras caudales, fíbulas y metacarpos, y en un isquion; trastornos inflamatorios y del desarrollo en falanges pedales; lesiones degenerativas y proliferativas en vértebras caudales y sacras, y en una tibia; lesiones tipo neoplásicas en una vértebra cervical, un pubis y un dentario; y rastros de etiología incierta en un húmero y una falange manual.
“Tres dinosaurios, posiblemente de especies diferentes, exhibían traumatismos o fracturas en las patas; otros tenían lesiones en las costillas. Hadrosaurios, tanto de Chihuahua como de Coahuila, mostraban una patología común, degenerativa, tipo artritis, en vértebras de la cola”, señala el paleontólogo.
En un pico de pato (perteneciente a la colección del Instituto de Geología), Ramírez Velasco identificó un tumor canceroso con apariencia de queso gruyer en la unión de dos vértebras cervicales. Y en vista de que el tumor hizo que la separación entre ambas vértebras aumentara en varios centímetros, posiblemente cortó la médula espinal.
En otro pico de pato (Huehuecanauhtlus tiquichensis) descubierto en Michoacán halló dos costillas y una vértebra torácica en condiciones patológicas inusuales que podrían estar relacionadas con una osteomielitis espinal y la fractura de una costilla.
“Al romperse la costilla, ésta quedó inestable y se fusionó con la vértebra, generando una bola ósea que obstruyó nervios y ocasionó dolor en la espalda y parálisis parcial en alguno de los brazos del dinosaurio. La bola ósea también presenta lesiones (poros) causadas por infecciones en la herida que quedó abierta cuando la costilla se fracturó. Ya moribundo, el dinosaurio posiblemente fue presa de algún carnívoro porque se rescataron, como si fueran las balas de un crimen, dos dientes de dinosaurios carnívoros (se les caían al morder la carne); o posiblemente fue devorado luego de morir.”
Desgarros o amputaciones
Por lo que se refiere a los ceratópsidos, herbívoros cuadrúpedos parecidos a rinocerontes, de 2.5 a 9 metros de largo, con cuernos, púas y láminas en la cabeza, sólo dos Coahuilaceratops magnacuerna presentaron patologías.
Uno tenía un tumor en un hueso craneal; el otro, una lesión en los cuernos. Estos dinosaurios, según estudios efectuados en Estados Unidos y Canadá, se fracturaban los cuernos porque los utilizaban para pelear entre ellos o para defenderse de los depredadores.
Por último, Labocania anomala tenía avulsiones (desgarros o amputaciones). “Presentaba un desgarre o desprendimiento de ligamento en la mandíbula que seguramente le causaba mucho dolor, por lo cual quizá ya no pudo cazar y murió”.
Como parte de su proyecto de doctorado centrado en la taxonomía de picos de pato mexicanos, Ramírez Velasco espera aportar, bajo la dirección de Jesús Alvarado Ortega, del IGl, más información sobre la vida de estos hadrosaurios, un grupo diverso y, también, el más abundante en México, y describir una nueva especie.
Los dinosaurios eran vertebrados bípedos, con postura erecta y digitígrada (se apoyaban en los dedos de sus patas), grandes músculos y mucha fuerza en las mandíbulas.
Presentaban escamas y/o plumas. Como las aves, los terópodos y saurópodos tenían sacos aéreos. La mayoría hacía nidos para enterrar sus huevos. Algunos terópodos los empollaban.
Dado el ritmo de su crecimiento, más rápido que el de los mamíferos, la mayoría de ellos ya eran viejos cuando llegaban a los 15 o 20 años. Los dinosaurios cuello largo vivían más: alcanzaban las tres décadas.
Se deduce que eran viejos a los 30 años por la cantidad de fracturas de hueso que exhiben los fósiles y por la forma de su tejido óseo a nivel histológico. Sus huesos tienen, como los troncos de los árboles, anillos de crecimiento que se pueden contar. Los últimos anillos de la periferia indican que su crecimiento se había alentado, que ya estaban al final de su vida, que eran viejos.