El reconocido compositor mexicano de música contemporánea Mario Lavista estrenó Réquiem de Tlatelolco en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario, una obra por encargo de la Coordinación de Difusión Cultural para honrar la memoria de los estudiantes, el 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas.
Desde que Jorge Volpi le hizo la propuesta, pensó en componer un réquiem de voces en latín, por lo que le pareció adecuado poner el texto de esa liturgia en un coro infantil. Consideró que las tesituras blancas de los infantes podrían funcionar bien integrándolas a una orquestación llena de luces y sombras. Para esta pieza eligió una secuencia gregoriana e inmediatamente dio paso al Réquiem seguido del Kyrie. La parte central fue el Dies irae con cuatro partes: Dies irae, Recordare, Confutatis y Lacrimosa. El Agnus Dei correspondió al final de la obra.
Al principio y al final utilizó la frase gregoriana requiem aeternam dona eis del siglo V, proveniente del Liber usualis, un cuaderno de música recopilado a solicitud expresa del papa Gregorio. Lavista comenzó con el coro para unirlo después con la orquesta y retomar al final el mismo canto gregoriano a una voz, pero esta vez acompañado por dos trompetas que tocan una composición fúnebre secular, el Toque de silencio, con el que los ejércitos anuncian la muerte. Así fue que reunió el canto gregoriano (religioso) con un fragmento musical totalmente secular con la intención de sumarlos a un recordatorio de ese terrible momento que vivió México hace 50 años.
El Réquiem de Tlatelolco, que expresa claramente una de las altas formas de la liturgia cristiana, a decir de su autor “no sólo está hecho para que lo escuchen los vivos, sino para que pueda penetrar en ese mundo de los muertos”.
El crítico musical Gerardo Kleinburg compartió al final del concierto que esta pieza de Mario Lavista “es bellísima, maravillosa y compacta, y de alguna manera es un resumen de todo su lenguaje que ha sido consistente a lo largo de muchas décadas. Su expresión musical tiene hoy mucho más sentido y se vuelve más comunicativo con un amplio público. Está magistralmente orquestada y hay una serie de innovaciones rítmicas que no estábamos acostumbrados a escuchar en él. Será un réquiem que habrá de perdurar, le auguro larga vida”.
Este concierto, que se inscribió en el ciclo conmemorativo M68: Ciudadanías en Movimiento, se completó con Canto fúnebre, de Ígor Stravinski, y La tragedia de Salomé, de Florent Schmitt.
Lavista se mostró satisfecho y contento tras escuchar su obra interpretada por la Orquesta Filarmónica de la UNAM, con la batuta de Ronald Zollman y la participación del grupo Niños y Jóvenes Cantores de la Facultad de Música, dirigido por Patricia Morales. Dijo que fue un privilegio contar con intérpretes como los que tuvo esa noche de estreno. “Se escuchó lo que yo quería. Estoy plenamente convencido que el mejor homenaje a las víctimas del 2 de octubre no solamente es la música, sino especialmente las grandes formas de la liturgia cristiana, católica. Con ello me alejé por completo de caer en algo anecdótico y panfletario”.
Y fue precisamente por medio de este réquiem que se pidió al Señor que dé paz a los muertos, a los que Mario Lavista les confiere la capacidad de oír música. Réquiem de Tlatelolco, una ofrenda con afán de belleza.