Crónica de un encuentro presencial en Filosofía y Letras

Salón 310: con la puntualidad de la emoción

La alegría de los jóvenes al comenzar la primera clase: “no es lo mismo desde casa que desde el aula”; “podré socializar...”

Foto: cortesía Facultad de Filosofía y Letras.
Poco a poco van llegando. Atraviesan la puerta de la entrada, caminan sobre el andador dividido en dos carriles por unas vallas de plástico y se detienen en la pequeña explanada que hay frente al Edificio Adolfo Sánchez Vázquez –en el Anexo de la Facultad de Filosofía y Letras, al poniente del Estadio Olímpico Universitario–, donde ya los espera su profesora.

Todos estos jóvenes –mujeres y hombres– son alumnos del tercer semestre de la licenciatura en Pedagogía. Por el confinamiento derivado de la pandemia de Covid-19 nunca antes han tomado una clase presencial en un aula de Ciudad Universitaria.

Obviamente no se conocen entre ellos, sólo se han visto por computadora durante poco más de un año y medio, es decir, desde que empezaron a tomar clases a distancia. Por eso se les nota un tanto tensos, desubicados, nerviosos.

“Las clases por Zoom fueron muy padres. Desde un principio mis profesores me apoyaron muchísimo y se portaron muy serviciales y cordiales conmigo; además, aprendí muchas cosas de informática que desconocía. Sin embargo, ya tenía ganas de tomar clases presenciales, de sentirme parte de la Facultad, de ver la Biblioteca Central, Las Islas… Siento que no es lo mismo vivir la experiencia universitaria desde el aula que desde casa, sobre todo en lo referente al trato con los profesores y los compañeros. Aún no he hecho amigos, pero tengo la ilusión de hacerlos pronto. Estoy muy emocionada por al fin estar aquí”, dice Regina Hernández Rueda, quien se trasladó hasta CU desde su hogar ubicado cerca del aeropuerto, en la alcaldía Venustiano Carranza.

Los estragos del confinamiento

El grupo de la profesora Cecilia Medina Gómez, quien imparte la materia Didáctica I, está formado por 41 alumnos, de los cuales 15 confirmaron su asistencia a esta primera clase presencial.

“Desde el punto de vista emocional y social, esta primera clase presencial tiene una gran importancia tanto para ellos como para mí, pues todos hemos sufrido los estragos del confinamiento obligado; claro, también tiene una importancia académica, porque la materia que doy requiere una metodología muy participativa que a veces, en las clases a distancia, se vio entorpecida por fallas en la conexión a Internet. Y si bien en dos horas de clase no vamos a resarcir la carencia didáctica que tuvimos durante más de un año y medio, sí es un buen ejercicio que debemos aprovechar al máximo. La verdad es que estoy muy contenta de volver a la Facultad y ver en persona a mis alumnos.”

Hace una semana, David Ruiz García, otro de los alumnos que vino al Anexo de la Facultad de Filosofía y Letras, vio a un grupo de jóvenes tomar una clase en el llamado Jardín del Edén, que se localiza a un costado de la lateral de Insurgentes.

“Pero no es lo mismo que estar sentado en un aula –dice–. Hoy voy a asistir a mi primera clase en CU y estoy emocionado porque realmente no conozco a mis compañeros, nunca los había visto en persona. Los dos primeros semestres me sentí muy motivado, pero este tercer semestre ya no me he sentido así, por lo que se me está complicando muchísimo. A mí me cuesta trabajo socializar… Espero que siga habiendo clases presenciales para que ya no se interrumpa el contacto con mis profesores y mis compañeros, y para que suba mi motivación. Venimos a la Facultad no sólo a adquirir conocimientos, sino también a socializar.”

La profesora se encamina al Edificio Adolfo Sánchez Vázquez, seguida por sus alumnos. Antes de entrar, a cada uno se le toma la temperatura y se le da un poco de alcohol en gel para que desinfecte sus manos.

Suben las escaleras en silencio y, una vez que llegan al tercer piso, se dirigen al salón 310. Son las dos de la tarde y, a pesar de que el sol brilla en todo su esplendor, un viento frío corre por el pasillo.

Ingresan al aula y cada uno de los jóvenes ocupa un pupitre separado un par de metros de los demás, mientras la profesora deja su bolsa sobre el escritorio y se para frente a ellos.

Entonces, en un ambiente cargado de emoción y optimismo, la primera clase presencial de esta generación comienza.

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