De acuerdo con el Banco Mundial el promedio de escolaridad global se incrementó tres veces de 1950 a finales de 2010, para quedar en 7.2 años; es decir, un poco más que el inicio de la secundaria, y aunque casi se ha alcanzado la cobertura universal en el ingreso a la primaria, se calcula que hay alrededor de 250 millones de niñas, niños y adolescentes fuera de la escuela.
Así lo afirmó Judith Pérez Castro, académica del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE), al exponer cifras del Global Education Monitoring Report de 2020.
“El problema es que no todos los alumnos permanecen en la escuela y de los que continúan, no todos aprenden”, agregó la experta en diversidad sociocultural en la educación.
En la secundaria se ha alcanzado una cobertura de casi 50 por ciento -a excepción de países del África Subsahariana- y la educación superior prácticamente se ha cuadruplicado, pero atiende apenas a 37 por ciento de los jóvenes en edad de cursar estos estudios.
“Sí hemos caminado, pero esos logros se pierden en el mar de carencias porque tenemos sociedades muy desiguales”, aseveró en el contexto del Día Internacional de la Educación, conmemorado ayer 24 de enero.
La también doctora en Ciencia Social expuso que esta efeméride se estableció en 2018 con el objetivo de reconocer el aporte que la educación hace al desarrollo individual y de las sociedades, y para trazar una estrategia que permita alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible Número 4, que es todavía una tarea pendiente.
Ese objetivo indica que “al 2030 se debe de garantizar una educación de calidad, inclusiva y equitativa para todos, y promover las oportunidades de aprendizaje”.
La instrucción, dijo, es un derecho humano consagrado en nuestra Constitución y en diversos ordenamientos internacionales, pero que aún falta cristalizarse.
El también investigador emérito del IISUE, Ángel Díaz Barriga Casales, apuntó que el fin de la escuela y la educación es formar sujetos que entiendan las necesidades de su entorno y se integren a él desarrollando procesos de autoaprendizaje.
La educación es un logro social que se obtuvo tras la Revolución Francesa. En México, en el siglo XIX y principalmente en el XX se hizo un esfuerzo para que la enseñanza primaria llegara casi a todos los hogares, el sistema se fue haciendo masivo: comenzó con la primaria, luego con la secundaria, y ahora se busca la universalización del bachillerato.
“Sin embargo, en esa masificación la escuela perdió su sentido originario, que era formar para atender los problemas de la sociedad”, advirtió.
“Nuestro sistema educativo hace tiempo que no ofrece a los estudiantes lo que requieren en el siglo XXI. Y la actual pandemia es una oportunidad para pensar qué pasa con él y qué le demandamos”, sostuvo el doctor en Pedagogía.
Acento de desigualdades
La emergencia sanitaria por la Covid-19, añadió Pérez Castro, ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de los individuos, las sociedades y los sistemas educativos. La Unesco calcula que casi un millardo 478 millones de niñas, niños y jóvenes han sido afectados por los cierres parciales y totales de sus instituciones; esto representa 84.5 por ciento de la matrícula total en el planeta.
Aquellos más pobres sufrirán mayores afectaciones por no tener apoyo académico en casa porque sus padres no los pueden acompañar o ayudar con las tareas, carecen de equipo de cómputo o acceso a Internet, o deben salir a trabajar para apoyar a sus progenitores que han perdido sus ingresos.
Se cree que también habrá merma de conocimientos básicos y habilidades sociales -como ocurre en las vacaciones de verano cuando los niños no retroalimentan sus aprendizajes- y más en aquellos que nunca ingresaron presencialmente al sistema educativo, como los niños de preescolar que empezaron con clases en línea o los que pasaron de un nivel educativo a otro.
“La Norwesth Evaluation Association consideró que en Estados Unidos los chicos perderán, en español, alrededor de 30 por ciento de sus aprendizajes, y en matemáticas, 50 por ciento, con todo y que se continuaron las clases en línea.
“Estos investigadores suponen que, en general, se perderá un año completo, como si no hubiera habido ninguna actividad, lo que es muy preocupante. Hablamos de Estados Unidos, que tiene mejores condiciones que muchas naciones en desarrollo; si lo planteamos para América Latina o África donde el nivel educativo es bastante bajo, entonces podemos imaginar que dicha situación se reflejará en el cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo Sostenible”, remarcó la universitaria.
Cifras que se tornan más complicadas si se analizan por grupos vulnerables como las niñas, pues se calcula que sólo 19 por ciento de los sistemas educativos ha alcanzado la paridad de género.
Apoyo social a la escuela pospandemia
La investigadora sostuvo que la escuela puede trabajar para contar con buenos profesores, mejorar sus programas, pero difícilmente tendrá éxito si se mantienen las desigualdades tan marcadas en las sociedades que hacen que niños lleguen a las aulas sin comer, que deban trabajar al mismo tiempo que estudian; con niñas que son violentadas o deben hacerse cargo de sus hermanos o del hogar.
“Un primer paso es asegurar los derechos económicos, sociales y culturales de la población porque están firmados por los países, pero remontar estos atrasos ha sido casi que imposible. Otro, es fortalecer la capacidad de las instituciones educativas y dar paso a directivos y maestros de esas pequeñas o grandes escuelas, pues ahora tenemos muchos problemas para coordinarnos porque todas las decisiones se toman a nivel central.”
Además, se requiere que la escuela y los docentes estén preparados para cambios de escenarios que cada vez son más frecuentes, porque no puede aspirarse a regresar a la educación como era antes de la pandemia: se tienen que construir respuestas adecuadas a la nueva forma de vida.
“Hay que fortalecer el trabajo de estos profesionales para adecuarnos a nuevas formas de enseñanza, nuevo currículum, nuevas estrategias. Esto no lo hace ningún software o computadora, lo hacemos nosotros. Tenemos que construir respuestas para robustecer y ampliar las opciones educativas de las niñas, niños y jóvenes. La UNAM ha sido precursora en muchos de estos aspectos”, señaló Pérez Castro.
Para Díaz Barriga Casales, doctor honoris causa por diversas universidades nacionales y del extranjero, en México se debe pensar en la escuela pospandemia completamente distinta a la que hoy en día tenemos: debe ser más cercana a la vida de los alumnos y esto implica atender los requerimientos del niño de la zona indígena, que son diferentes a las de un niño de la urbe, de un área rural o una zona urbano-marginada.
“Si la autoridad educativa considera que la escuela de la pospandemia es la que teníamos con tecnologías, está desaprovechando la oportunidad de repensarla. Hay que atreverse, el futuro del sistema educativo mexicano no tiene que ser homogéneo, no puede haber más ‘la escuela mexicana’ sino ‘las escuelas mexicanas’ que están enfrentándose a las dificultades de sus estudiantes de acuerdo con cada uno de sus entornos”, insistió.
Lo anterior implica abrir la posibilidad a la experimentación y construir desde la diversidad, invitar a discutir a las comunidades docentes y a diferentes sectores sociales para rearmar, poco a poco, el sistema educativo.
“Tenemos que llegar a acuerdos sociales que nos permitan convivir en este territorio formado por muchas culturas, con muchas contradicciones y con diferentes sectores. Así se tiene que empezar a construir la escuela del mañana: desde la diferencia y desde la pedagogía, porque ésta es la gran ausente en las políticas educativas: no se trata de ver qué se debe hacer, sino qué se puede hacer.”
Finalmente, Judith Pérez Castro resaltó que la actual emergencia sanitaria también ha puesto de manifiesto que ni los maestros, alumnos o padres de familia pueden ser sustituidos en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
“Las computadoras, Internet, la televisión nos han ayudado en este periodo, pero el trabajo que hace el profesor, la relación que tiene con sus estudiantes, el apoyo que dan los directivos, el esfuerzo conjunto y el diálogo con los padres de familia no puede sustituirse con ninguna tecnología; quienes hacen apologías de ésta se equivocan”, concluyó.