SOMOS MINORÍA SÓLO EN TÉRMINOS DE PODER
Les quiero contar que yo festejo el día 8 de marzo desde que tengo memoria y es un día combinado desde mis más tempranas memorias con la educación. En la Rumania comunista en la que nací, el día 8 de marzo era el día de la mujer –y recalco, no de la madre–, se festejaba a las mujeres por igual, independientemente de que hubieran tenido hijos o no. Cuando se festeja, la celebración no es sólo del que recibe, sino del que da: las dos partes gozan de la alegría de dar y recibir. El festejo era más una expresión de reconocimiento y gratitud que una fiesta: todos los niños llevábamos flores a las maestras y a veces un pequeño regalo –una bolsa de café, un jabón o una pequeña botella de perfume–, productos de mucha escasez antes de la caída del muro de Berlín. La mayoría de mis maestras fueron mujeres que todavía recuerdo. A mi maestra de primaria, Geta, le decía mi segunda mamá. Con la bibliotecaria de la escuela, la señora Dragomirescu, llevaba una relación estrecha, dado que las dos conocíamos detalladamente el contenido de los estantes que ella cuidaba.
Nunca imaginamos, ni yo ni ella, que seguiría estudiando toda la vida, siendo investigadora en ciencias sociales –ni a años luz–. Y por eso, quiero agradecer a México, que me transformó en quien soy y me permitió darle sentido a mi vida. Muchas veces, el amor por un país escogido es mucho más maduro y profundo que la afinidad con el territorio en el que nacimos.
El destino quiso que paradójicamente yo me dedicara al estudio de las diásporas calificadas –un fenómeno que algunos de ustedes conocerán como fuga de talento o más burdo, fuga de cerebros–. El destino a veces lleva nombres y en este sentido quiero agradecer al doctor José Luis Valdés Ugalde, quien en su momento sugirió que yo me dedicara al tema desde el CISAN. Prontamente superé el trauma de dejar mi especialidad en diplomacia digital por estudiar una problemática con la que me identifico profundamente.
Es por eso que el día de hoy quiero dedicar esta última parte de mi tiempo hablando sobre y en nombre de otras mujeres –las profesionistas mexicanas en la diáspora, una triple minoría como mujeres, migrantes y mexicanas–. A esta triple condicionalidad se les suma una cuarta: el largo y competitivo proceso de recertificación que se requiere en muchas profesiones como la medicina, conflictuado por no decir incompatible con el papel de cuidadora de la mujer, como madre o hija. Y efectivamente, muchas de aquí recordaremos haber amamantado al niño con un brazo, al tiempo que escribíamos un artículo con el otro. Estas condiciones y no las capacidades intelectuales explican la descualificación y cambio de profesión en las mujeres, quienes buscan flexibilidad laboral.
En mi último libro, que la UNAM publicó durante la pandemia, estudio la discriminación y los privilegios en la migración calificada, para llegar a algunas conclusiones en cuanto a la transversalidad del papel generalmente vulnerable de las profesionistas tanto en México como en Estados Unidos y en otros países como la India, Sri Lanka, Líbano o Brasil.
Muchas recordaremos haber amamantado al niño con un brazo, al tiempo que escribíamos un artículo con el otro”
Muchas mujeres profesionistas siguen desempeñando el papel tradicional de la mujer como encargada del hogar, la mujer virtualmente menos ocupada en asuntos intelectuales que el hombre, y de quien se espera casarse al llegar a la madurez reproductiva. A decir de una de las psicólogas que entrevisté, las mujeres suelen permanecer más calladas, dejar automáticamente el trabajo cuando se casan, de forma que a la mujer se le olvida si es buena en lo que hace, se le olvida su potencial.
De esta forma, las mujeres profesionistas muchas veces se construyen como rebeldes que prefieren la carrera frente al noviazgo o la vida amorosa. Una doctora también egresada de la UNAM cuenta que cuando las otras compañeras estaban pensando en sus vestidos de novia, ella pensaba en la bata blanca de médico. Muchas veces, la vida profesional implica posponer y sacrificar la vida matrimonial de las mujeres. En los científicos en general, y aún más en las mujeres científicas, no sólo se trata de talento, sino también de pasión ardua, mucho trabajo y disposición por ordenar sus vidas en función de las carreras que ejercen. Esto es algo que trasciende las diferencias de género, pero que por la particular estructura de nuestras sociedades es más común encontrar en las mujeres.
También es muy común enterarse que en ciertas familias la mujer no puede escoger la carrera que le interesa estudiar por “no ser una carrera” o, en todo caso, no una para las mujeres. Por ejemplo, si se considera que muchos de los pintores famosos fueron hombres, la familia piensa que una mujer tendría menos posibilidades como artista. Este tipo de prejuicios vienen de la costumbre y del miedo: ni hay un género correcto para desempeñarse en cualquier profesión, ni hay razón para que a las mujeres se les pague menos.
Quiero destacar que en mi investigación no partí de una pregunta de género, sino que llegué a ella al realizar trabajos cualitativos con cientos de informantes. Hay historias muy fuertes de sesgo hacia mujeres destacadas, como es el caso de una mujer mexicana que trabaja como científica en la NASA, pero es confundida con el conserje por su aspecto como latina. Por muchos meses, su jefe la llamaba María porque piensa que todas las mexicanas se llaman María. Aclaro que no se llama María y que ahora es mexicano-americana.
Acabaré diciendo que la migración no es sólo una condición por la que pasé, sino una manera de entender el mundo. Ahora que soy mexicana, después de haber pasado exactamente 20 años en la UNAM y en México, hay algo más que quiero agradecer: la libertad de cátedra y expresión que hay en esta universidad. Un libro como el que cité anteriormente, sobre discriminación en profesionistas mexicanos, no hubiera sido posible en otras instituciones.
Muchas felicidades a todas, a todos por este día. Aprendamos a festejar o en su caso protestar juntas porque no hay una minoría mujer –las mujeres son tantas o más como los hombres– sino que es una minoría en términos psicológicos y de poder. El día de la mujer es el día de todos –no sólo de las mujeres– y hay que celebrarlo como tal.