El puma, endémico de América y emblema de la UNAM, es el segundo felino más grande del continente, después del jaguar. Se le encuentra desde Canadá (en la Columba Británica), pasado por Estados Unidos, México y Centroamérica, hasta Chile y Argentina.
En México —dice la doctora Verónica Farías González, profesora de la FES Iztacala— su distribución histórica abarcaba todo el territorio nacional. En el norte (con bosques extensos y población de venados) es el felino más grande. No tiene otro competidor. En cambio, el jaguar es más abundante en las costas y las selvas tropicales del sureste del país.
Antaño había puma y venado en todos los estados del país. Eso ha cambiado drásticamente por la destrucción de su hábitat. Subsiste el felino donde hay poblaciones importantes de venados (cola blanca, bura, temazate o venado cabrito). Por ejemplo, en Sonora, Chihuahua, Coahuila y en estados con ranchos cinegéticos como Nuevo León y Durango. En el centro hay poco puma porque es la zona más urbanizada del país.
Farías González, del Laboratorio de Recursos Naturales de la FES Iztacala, abunda sobre el puma: excepcional y versátil, se adapta a diversos hábitats, aunque es más abundante en bosques templados del norte que en regiones semiáridas de México y zonas tropicales del centro de América.
Pesa entre 30 y 40 kilos, aunque algunos alcanzan los 60 e inclusive los 100 kilos (“pero ya es raro”). El jaguar, en cambio, es más grande y robusto, con más musculatura. En Brasil hay ejemplares de hasta 120 kilos.
No ruge como otros grandes felinos, aunque puede ronronear como un gato doméstico. Su piel es de coloración uniforme. Por eso se llama Puma concolor. Puma, en quechua significa poderoso. Y con, en latín, uno solo (color).
Los europeos que llegaron a América, por el parecido del puma con la hembra del león (Panthera leo), lo llamaron león de montaña o león americano.
Entre los felinos, el león como el jaguar pertenecen al género Panthera. Y el emblema del Club Universidad, Iyari (corazón, en wixárika), al género Puma, un carnívoro depredador alfa, que es catemeral: puede estar activo a cualquier hora.
Su principal amenaza es el ser humano. Carreteras y otro tipo infraestructura han dañado sus hábitats y han mermado la disposición de presas.
Al escasear el alimento, el puma mata ganado o a animales domésticos. Para evitar que siga matado vacas y perros, los pumas son cazados. Eso —señala Farías González, profesora de la FES Iztacala— ha afectado muchísimo a sus poblaciones.
A diferencia de otros felinos, el puma no es objeto de tráfico ilegal para venta de su piel (no la tiene manchada con patrones atractivos). Tampoco es muy socorrido como mascota.
Oficialmente, el puma no está en la lista de especies en peligro de extinción, aunque sus poblaciones sí están “en algún nivel amenaza”.
Se desconoce cuántos pumas hay en el país
Recientemente, Verónica Farías González y Cristina Nicté Vega Flores publicaron en la Revista Mexicana de la Bodiversidad el artículo “Densidad de puma (Puma concolor) y gato montés (Lynx rufus) en la Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán, México”.
Dicen ahí que la Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán (RBTC) es una Area Nacional Protegida potencialmente clave para la conservación de los felinos silvestres en el centro del país.
La RBTC, que abarca parte de los estados de Puebla y Oaxaca, se caracteriza por su valiosa biodiversidad, su elevado grado de endemismos y su alta riqueza específica de mamíferos.
En la selva caducifolia de la RBTC coexiste el puma con otros tres felinos, entre ellos el gato montés. Su presencia puede ser un indicador de la integridad del ecosistema, ya que este depredador alfa puede regular la densidad poblacional de sus presas y de sus competidores intragremiales.
En la RBTC, asegura Farías González, la población de puma no está siendo afectada o dañada porque casi no hay actividad antrópica (hay extensas áreas no habitadas por personas) y es un ecosistema todavía con integridad ecológica, muy difícil de encontrar no sólo en México sino en todo el mundo.
En un cerro de la RBTC, donde no hay presencia humana (hay que pedir permiso para subir) ni ganado de ningún tipo, Farías González y Vega Flores realizaron un estudio no invasivo mediante el fototrampeo de captura-recaptura.
Farías González estima, como resultado preliminar, que en cada 100 kilómetros cuadrados de este ecosistema, con 70 por ciento de selva caducifolia bien conservada, podrían habitar 7 pumas.
Esta estimación, aclara, no se puede extrapolar porque el hábitat estudiado no es homogéneo a largo de toda la Reserva de la Biosfera de Tehuacán-Cuicatlán.
A ciencia cierta no se sabe cuánta población de puma hay en el país (“ni siquiera en la RBTC”), porque hasta ahora no hay un censo nacional de este felino, como el Cenjaguar realizado por el doctor Gerardo Ceballos, del Instituto de Ecología de la UNAM y otros investigadores de México.
—Si se extinguiera el puma, si sus poblaciones se redujeran al mínimo ¿qué pasaría en sus hábitats?
Se produce, dice Farías González, “una simplificación del ecosistema” porque éste pierde integridad e integrantes. Tiene menos especies (animales y vegetales) y menos interacciones bióticas entre ellas.
Si desaparece el felino, sus presas empiezan a comerse excesivamente la vegetación y dejan sin alimento a otras especies. Y si no hay presas, como ocurre donde la cacería acabó con los venados, tampoco hay pumas.
En la Reserva de la Biosfera Barranca de Metztitlán, Hidalgo, donde la cacería acabó con los venados, ya están regresando los pumas, y se están alimentando de las zorras grises (“aunque no les gustan mucho”), los caballos y animales viejos.
Para que no desaparezca el puma y aumente su población, están tratando de repoblar con venados esa zona. Así se espera activar otras especies que propiciarán el regreso, poco a poco, de otros integrantes del ecosistema, sobre todo de mamíferos más pequeños.