Caminas por avenida Reforma mientras a ritmo de batucada cantas: “Nunca, pero nunca me abandones en la lucha”. Sonríes, estás en manada, eres mujer y bien podrías llamarte Estef, Ale, Karla o como alguno de los nombres de las 75 mil mujeres que marcharon este #8M en Ciudad de México.
Aunque también podrías ser una de las miles de jóvenes que tomaron las calles en diversas ciudades desde el norte hasta el sur del país. ¿Por qué? Para exigir se termine con los diversos tipos de violencias que vivimos las mujeres.
Caminamos juntas, estábamos ahí todas: madres de desaparecidas y víctimas de feminicidio, universitarias, profesoras, profesionistas, jóvenes, niñas, abuelas, lesbianas, mujeres con discapacidad, periodistas, enfermeras, embarazadas, indígenas, trabajadoras sexuales e incluso algunas trans a pesar de la oposición de un sector del feminismo.
Anhelamos sentirnos seguras
Estás parada en algún punto entre el Ángel de la Independecia y el Zócalo donde se desarrolló la movilización feminista. Leo tu cartel que dice: “Llevo más de 15 años avisando que llegué viva a casa”.
Te comprendemos, aquí todas lo hacemos cuando salimos solas de noche y todas anhelamos sentirnos seguras. Ya no queremos compartir la ubicación en nuestros trayectos por sentirnos vulnerables ni evitar el escote o la minifalda como una medida de seguridad, o buscar viajar en los vagones para mujeres en el Metro para prevenir tocamientos.
“Estoy aquí para que mi nieta no tenga que oír: ¿Llegaste bien?, ¿estás bien?, y porque todas las nuevas generaciones vivan un mundo mejor”, dice Elsa, una maestra jubilada que asistió con su hija a la marcha.
En una y otra pancarta se repite el mensaje: Queremos vivir sin miedo, y por eso mujeres tan diversas salieron a manifestarse a pesar de que los gobiernos intentaron infundirlo al adelantar que sería una marcha violenta.
No lo fue.
Criminalizaron la manifestación de las mujeres, pero esta vez los incidentes fueron aislados. Entre las imágenes más populares de la marcha está el momento en que mujeres vinculadas a la 4T se organizaron para entregar flores a algunas de las tres mil policías que mandaron a cuidar las paredes de los edificios históricos o las puertas de madera de Palacio Nacional, donde detrás de las vallas marinos reforzaban la seguridad.
Esos muros se convirtieron en espacios de denuncia con los nombres de los acosadores, violentadores, feminicidas y algunos de los nombres de las nueve adolescentes de entre 12 y 17 años que en promedio desaparecen al día según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas o las 10.5 mujeres asesinadas cada 24 horas en el país.
Las vallas sirvieron para que las jóvenes pertenecientes al bloque negro, las golpearan como un símbolo de que el movimiento feminista lucha por derrumbar ese sistema patriarcal en el que los hombres ejercen el poder y el privilegio social. ”No se va a caer, lo vamos a tirar”, era la consigna seguida de reclamos a las autoridades: “La policía no me cuida, me cuidan mis amigas”. Y entonces ocurrió lo inesperado: Un pequeño contingente de las Ateneas se sumó a la marcha ante la clásica directriz: “Policía consciente se une al contingente”.
Algunas manifestantes dudan de lo espontáneo de este acto; sin embargo, eso no importa porque detrás de sus cascos, equipos tácticos y uniformes ellas también sufren violencia cotidiana, machismo dentro de sus corporaciones y violencia en sus casas.
La imagen en todos los noticieros fue la de algunas jóvenes que se acercaron a abrazar a las mujeres policías. ¡Qué ganas de abrazarnos todas! ¡Qué gusto que tantas volvieran a tomar las calles después de dos años de pandemia! Y es que todo este tiempo la violencia no ha cesado y la rabia nos llevó de nuevo a las calles, donde se escuchó a las feministas cantar hartas de que los políticos no comprendan y no escuchen:
“Que tiemble el Estado, los cielos, las calles; que tiemblen los jueces y los judiciales; hoy a las mujeres nos quitan la calma; nos sembraron miedo, nos crecieron alas”.
Cadenas de sororidad
De pronto, frente a Bellas Artes, mujeres comenzaron a correr en sentido contrario, a esconderse donde pudieron. Avenida Juárez se despejó en segundos ante la confusión de todas. El grito organizado hizo que regresara la calma: “Tranquila hermana, esta es tu manada”.
Después del susto, las manifestantes se toman unas a otras de la mano haciendo cadenas de sororidad, algunas usan cordones de seguridad para mantenerse juntas y siguen avanzando decididas hasta el Palacio Nacional.
El ambiente de fiesta regresó, continuaron las consignas, la actitud de exigencia, de “pelear como niñas” y el sentir de que juntas podemos hacer cambios. En la Torre del Caballito las jóvenes siguieron perreando, sintiéndose libres de vestir como quieran, empoderadas con sus medias de red y diminutos shorts.
Al caer la noche unas cuantas continuaban golpeando las vallas, mientras que otras encendieron fogatas y volvieron a entonar Canción sin miedo.
Desde aquella manifestación histórica en 2020, las mujeres no han detenido su lucha y reunirnos este #8M fue volver a cargarnos de fuerza y aire; aunque con la consciencia de que una marcha no acaba con la violencia, pero sí visibiliza este problema social.