Tres momentos en la vida del Observatorio
Este año, el Observatorio Astronómico Nacional celebra 95 años de pertenecer a la UNAM, y como historiadoras de la astronomía mexicana nos unimos al festejo con este breve texto. Contar su historia en sólo unas páginas es imposible, así que decidimos retratar tres momentos que consideramos importantes, repartidos en el tiempo y por todo el país. Cada uno muestra una etapa diferente con sus proyectos, instrumentos, personas y lugares
Ciudad de México, 1929
Nuestro recorrido comienza en el Observatorio Astronómico Nacional (OAN), ubicado en Tacubaya (entonces a las afueras de la Ciudad de México), cuyo edificio se terminó de construir 10 años antes y estaba organizado alrededor de sus principales telescopios. Había también departamentos de fotografía, medición y cálculo, y una gran biblioteca. El Observatorio acababa de cumplir 50 años (véase “Los primeros años del Observatorio Astronómico Nacional”, ¿Cómo ves?, núm. 141) y el director era el ingeniero geógrafo Joaquín Gallo. Tenían todo lo que se necesitaba para hacer astronomía, pero estaban un tanto relegados porque sus tareas no eran de interés para los gobiernos que resultaron de la Revolución.
En aquel año, en respuesta a una fuerte huelga estudiantil, se proclamó la autonomía de la Universidad Nacional. Esto resolvía la exigencia de la comunidad con respecto a tomar decisiones sobre su organización, establecer sus planes de estudio y, especialmente, nombrar al rector. Con el cambio se aprovechó para reorganizar y fortalecer algunas áreas que se habían debilitado por todos los cambios políticos y sociales ocurridos desde su fundación. Como tareas principales de la UNAM quedaron la enseñanza, la investigación y la extensión de la cultura. Para el área de investigación se integraron cuatro instituciones: los institutos de Biología y Geología, la Biblioteca Nacional y el Observatorio Astronómico Nacional.
La principal actividad científica en el Observatorio era participar en el proyecto internacional Carta del Cielo. En colaboración con otros 17 países, los astrónomos mexicanos trabajaron por muchos años para elaborar un mapa de todo el cielo y un catálogo de estrellas (véanse “Carta del Cielo”, ¿Cómo ves?, núm. 124, y “El inicio de la astrofotografía en México”, ¿Cómo ves?, núm. 296). Además se adquirió en Europa un telescopio especialmente diseñado para el proyecto, que permitía registrar imágenes astronómicas directamente en placas fotográficas.
Para entonces la mayoría de las placas fotográficas necesarias ya habían sido expuestas y reveladas, y los mapas celestes que le correspondían a México estaban impresos y repartidos entre los participantes del proyecto. Ahora se trabajaba en el laborioso proceso de extraer la información relevante de las placas para el catálogo de estrellas; para ello era necesario medir la posición de todas las estrellas en cada una de las más de mil placas. Como sucedió en otros observatorios, la tarea de medir estas posiciones fue delegada a una docena de pacientes mujeres. Con los datos que ellas obtenían, los astrónomos hacían los cálculos finales y los resultados se publicaban en catálogos que también circulaban por todo el mundo. Este monumental trabajo llevaría todavía varios años más.
Además de hacer ciencia, el Observatorio apoyaba al país con otros trabajos útiles para la sociedad. Cuando el OAN se integró a la UNAM, una de sus aportaciones relevantes fue el servicio de la hora, que ayudaba a organizar la vida cotidiana y las crecientes comunicaciones. En 1915 comenzó a proporcionarse la hora por teléfono, al año siguiente se transmitía telegráficamente al servicio de ferrocarriles y, unos años después, por radio a toda la población. En la década de 1920 desde Tacubaya se establecieron los tres husos horarios que regirían a la República, acorde con lo establecido a nivel internacional.
Puebla, 1956
Vayamos ahora 25 años adelante y 130 kilómetros al sureste. Estamos en Tonantzintla, Puebla, donde Guillermo Haro, abogado devenido astrónomo, dirige dos observatorios: el OAN, que ya conocemos, y el Observatorio Astrofísico Nacional de Tonantzintla, fundado unos años antes (véase “La construcción del Observatorio Astrofísico de Tonantzintla”, ¿Cómo ves?, núm. 48).
El instrumento principal entonces era la Cámara Schmidt, un telescopio astrofotográfico parecido al Carta del Cielo pero con un diseño novedoso que combinaba los sistemas ópticos reflector y refractor. Tenía varias ventajas respecto de otros telescopios de su tiempo, como una gran distancia focal en menor tamaño y un campo de observación mayor.
Gracias a su entrenamiento en la Universidad de Harvard, Haro dominaba este telescopio y trabajó una variedad de temas astronómicos de actualidad. Aunque había varios telescopios similares en el mundo, la Cámara Schmidt mexicana se encontraba más al sur, lo cual atrajo a astrónomos extranjeros, especialmente de Estados Unidos.
Uno de estos estadounidenses fue el astrónomo de origen neerlandés Willem Luyten, de la Universidad de Minnesota, interesado en usar la Cámara Schmidt para avanzar en su búsqueda de estrellas azules tenues; su objetivo era entender mejor la evolución de las estrellas.
Tras un contacto inicial, en 1957 viajó a Tonantzintla, donde encontró un lugar muy propicio para trabajar. Haro le dio acceso al telescopio y le brindó el apoyo de sus dos asistentes de observación: Enrique Chavira y Braulio Iriarte. Con el tiempo todos ellos se hicieron colegas y discutían sus respectivos trabajos. Aunque tenían formaciones diferentes, la relación entre Haro y Luyten era equilibrada, pues cada uno hacía sus propias aportaciones. Por ejemplo, Haro había desarrollado un método más sencillo y objetivo para distinguir las estrellas azules en las placas fotográficas. Luyten, por su parte, tenía acceso a otros instrumentos en Estados Unidos y apoyaba a Haro tomando espectros de los objetos que le interesaban.
Después de algunos años decidieron hacer un proyecto juntos para observar estrellas azules con la Cámara Schmidt del Observatorio de Monte Palomar. Como ese telescopio era más grande podrían captar más objetos, más tenues. El proyecto fue aceptado y las observaciones resultaron exitosas. Los astrónomos se repartieron las placas fotográficas y pasaron varios años analizándolas y midiéndolas, con lo que hicieron un extenso catálogo en el que reportaron más de 8,000 objetos nuevos. Esto representó un incremento muy importante con respecto a lo que se había encontrado anteriormente.
Además de hacer investigación y fortalecer las redes científicas, Haro tenía claro que México necesitaba más astrónomos con formación profesional. Para lograr esto empezó a reclutar estudiantes de la carrera de física de la Facultad de Ciencias de la UNAM. La doctora Paris Pismis, astrónoma de origen turco que estudió en Harvard, daba clases de astronomía en la Facultad e invitaba a los alumnos al Observatorio de Tacubaya. Los dos primeros reclutas, enviados al extranjero en 1953, fueron Arcadio Poveda (que se fue a la Universidad de Berkeley) y Eugenio Mendoza (a la Universidad de Chicago). Unos años después, cuando regresaron doctorados, México tenía un astrónomo teórico y uno observacional, y ellos a su vez comenzaron a dar clases de astronomía en la Facultad, con lo que impulsaron el desarrollo de la disciplina.
Baja California, 1975
La última parada de nuestro viaje nos lleva otros 20 años más al futuro y unos 3,000 kilómetros al noroeste, a la sierra de San Pedro Mártir, en Baja California, donde se estaba construyendo una nueva sede del Observatorio Astronómico Nacional. Tras encontrar el lugar y asegurarse de que el cielo cumplía con las condiciones óptimas para la observación astronómica, vino mucho trabajo para dotarlo de telescopios y hacerlo accesible y habitable. En 1975 ya había una base de operaciones en Ensenada y un camino para llegar al sitio. En la montaña había una cabaña y en camionetas todo terreno subían lo necesario para las estancias (comida, agua y combustible). Además, ya habían sido instalados dos telescopios reflectores: uno de 84 centímetros y otro de 1.5 metros de diámetro.
El telescopio de 84 centímetros fue un proyecto mexicano: el espejo fue pulido en las instalaciones del Observatorio en Ciudad Universitaria por un grupo de ópticos formados con apoyo de Haro, mientras que la estructura mecánica fue construida en un taller estadunidense. El telescopio de 1.5 metros era propiedad de la Universidad de Arizona y se instaló en San Pedro gracias a un convenio entre ésta y la UNAM.
Desde el principio la ubicación de este nuevo observatorio llamó la atención de astrónomos de varios países del mundo, como Estados Unidos y Francia. Particularmente en la Universidad de Arizona estaban muy interesados en el sitio por la gran capacidad de observación del cielo. Harold Johnson, astrónomo especialista en fotometría, que colaboraba con los astrónomos mexicanos desde hacía años, consiguió que el telescopio de 1.5 m que él mismo había diseñado fuera trasladado a la montaña en San Pedro Mártir, y estaba muy interesado en que comenzara a utilizarse.
Cuando William Schuster, un estudiante de la Universidad de Arizona, abordó a Johnson en busca de un tema de tesis, éste le propuso desarrollar un catálogo fotométrico de estrellas subenanas. Schuster aceptó, se mudó a Ensenada (donde estaba la base de operaciones) y subía a la montaña por tres o cuatro temporadas al año. En ocasiones solo y sin apoyo técnico, Schuster echó a andar el telescopio y los fotómetros, además de que avanzaba en su tesis al tiempo que impulsaba la fotometría en México.
En esa época ya había sido aprobado el proyecto mexicano para construir un telescopio de 2.1 metros de diámetro y se trabajaba en su diseño y fabricación. El ingeniero José de la Herrán hizo el diseño mecánico y fue construido en Estados Unidos, mientras que el espejo fue pulido en Arizona. La electrónica de la consola de control la hizo Élfego Ruiz, un joven físico recién contratado por el Observatorio.
Ciudad de México, 2024
Este acelerado viaje espacio-temporal nos llevó a tres momentos de la astronomía mexicana. El recorrido sirvió para conocer a los astrónomos y sus proyectos, los lugares y los instrumentos. El conjunto es un retrato del desarrollo de la astronomía desde su integración en la Universidad.
Para el Observatorio fue muy provechoso pasar a pertenecer a la UNAM. Ahí encontró la estabilidad y el apoyo que necesitaba para crecer y desarrollar más y mejores proyectos. Hubo una evolución en el trabajo profesional de los astrónomos: desde la astronomía de posición que caracterizó al siglo XIX hasta la astrofísica del siglo XX. Su vinculación con la Facultad de Ciencias le permitió atraer a más estudiantes y así pudo incrementarse el número de astrónomos formados profesionalmente.
Al mismo tiempo, el Observatorio hizo muchas cosas por la UNAM. En 1929 era un espacio con toda la infraestructura para realizar investigación, y era miembro de redes científicas y parte de un proyecto internacional. Sus proyectos le merecieron reconocimiento dentro y fuera del país. Se requirió la formación de especialistas en otras áreas (como óptica y electrónica), que fueron formando sus propias disciplinas. Además, conforme la Universidad fue creciendo, el Observatorio se relacionó con esas nuevas áreas para avanzar por caminos antes no transitados.
* Texto publicado originalmente en la revista ¿Cómo ves? (número 308, julio de 2024), que edita la Dirección General de Divulgación de la Ciencia.